sábado, 23 de diciembre de 2023

Ignacio a los tralianos

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la santa Iglesia que está en Tralles, amada de Dios Padre y de Jesucristo, elegida y digna de Dios, poseedora de la paz por la carne y el Espíritu de Jesucristo, que es nuestra esperanza, en su pasión por la cruz y muerte, y en su resurrección, a la que también saludo en su plenitud, según la forma apostólica, y le deseo abundancia de felicidad.

I. Conozco que poseéis una mente intachable y sois firmes en paciencia, y eso no sólo para uso presente, sino como posesión permanente, como me ha mostrado Polibio, vuestro obispo, que ha venido a Esmirna por la voluntad de Dios Padre, y del Señor Jesucristo, su Hijo, con la cooperación del Espíritu, y simpatizó de tal modo en el gozo que yo, que estoy ligado a Cristo Jesús, poseo, que contemplé a toda vuestra multitud en Él. Habiendo, pues, recibido por medio de él el testimonio de vuestra buena voluntad según Dios, me glorifiqué al comprobar que erais seguidores de Jesucristo Salvador.

II. Estad sujetos al obispo como al Señor, porque "él vela por vuestras almas, como quien ha de dar cuenta a Dios” [Heb. 13:17]. Por lo cual también me parece que no vivís a la manera de los hombres, sino según Jesucristo, que murió por nosotros, para que, creyendo en su muerte, por el bautismo seáis hechos partícipes de su resurrección. Por tanto, es necesario que, hagáis lo que hagáis, no hagáis nada sin el obispo. Y estad también sujetos al presbítero, como a los apóstoles de Jesucristo, que es nuestra esperanza, en quien, si vivimos, seremos hallados en Él. Os incumbe también agradar en todo a los diáconos, que son ministros de los misterios de Cristo Jesús; porque no son ministros de la comida y de la bebida, sino servidores de la Iglesia de Dios. Están obligados, por tanto, a evitar todo motivo de acusación contra ellos, como evitarían un fuego ardiente. Que demuestren, pues, ser tales.

III. Y reverenciadlos como a Cristo Jesús, de quien son los guardianes, así como el obispo es el representante del Padre de todas las cosas, y los presbíteros son el sanedrín de Dios, y asamblea de los apóstoles de Cristo. Fuera de éstos no hay Iglesia elegida, ni congregación de santos, ni asamblea de santos. Estoy persuadido de que también vosotros sois de esta opinión. Porque he recibido la manifestación de vuestro amor, y aún la tengo conmigo, en vuestro obispo, cuya sola apariencia es altamente instructiva, y su mansedumbre en sí misma es un poder; a quien imagino que incluso los impíos deben reverenciar. Queriéndoos como os quiero, evito escribiros en tono más severo, para no parecer duro con nadie, ni falto de ternura. Ciertamente estoy obligado por Cristo, pero aún no soy digno de Cristo. Pero cuando me perfeccione, tal vez llegue a serlo. No doy órdenes como un apóstol.

IV. Pero yo me mido a mí mismo, para no perderme de jactancia, sino que es bueno gloriarse en el Señor [1 Cor. 1:31]. Y aunque yo fuese confirmado en las cosas que pertenecen a Dios, entonces me convendría ser más temeroso, y no prestar atención a los que vanamente me envanecen. Porque los que me elogian me azotan. En verdad deseo sufrir, pero no sé si soy digno de hacerlo. Porque la envidia del malvado no es visible para muchos, pero lucha contra mí. Tengo, pues, necesidad de mansedumbre, por la cual es abatido el diablo, príncipe de este mundo.

V. Pues ¿no podría escribiros cosas más llenas de misterio? Pero temo hacerlo así, no sea que os inflija injuria a vosotros, que no sois más que niños en Cristo. Perdonadme a este respecto, no sea que, no pudiendo recibir su pesado significado, os sintáis estrangulados por ellas. Porque aún yo, aunque estoy atado por Cristo, y soy capaz de entender las cosas celestiales, las órdenes angélicas, y las diferentes clases de ángeles y ejércitos, las distinciones entre poderes y dominios, y las diversidades entre tronos y autoridades, el poderío de los Æones y la preeminencia de los querubines y serafines, la sublimidad del espíritu, el reino del Señor y, sobre todo, la incomparable majestad de Dios Todopoderoso; aunque estoy familiarizado con estas cosas, no soy perfecto en modo alguno; ni soy tan discípulo como Pablo o Pedro. Porque aún me faltan muchas cosas, para no estar destituido de Dios.

VI. Por tanto, yo, aunque no yo, por amor a Jesucristo, "os ruego que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” [1 Cor. 1:10]. Porque hay algunos vanos habladores [Tit. 1:10] y engañadores, que no son cristianos, sino traidores a Cristo, enarbolando el nombre de Cristo con engaño, y "corrompiendo la palabra" [2 Cor. 2:17] del Evangelio; mientras que entremezclan el veneno de su engaño con su charla persuasiva, como si mezclaran acónito con vino dulce, para que así el que bebe, siendo engañado en su gusto por la gran dulzura de la bebida, pueda incautamente encontrar la muerte. Uno de los antiguos nos da este consejo: "Que no se llame bueno a quien mezcla el bien con el mal". Porque hablan de Cristo, no para predicar a Cristo, sino para rechazar a Cristo; y hablan de la ley, no para establecer la ley, sino para proclamar cosas contrarias a ella. Pues alejan a Cristo del Padre, y a la ley de Cristo. También calumnian Su nacimiento de la Virgen; se avergüenzan de Su cruz; niegan Su pasión; y no creen en Su resurrección. Presentan a Dios como un Ser desconocido; suponen que Cristo no es engendrado; y en cuanto al Espíritu, no admiten que exista. Algunos de ellos dicen que el Hijo es un mero hombre, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son sino la misma persona, y que la creación es obra de Dios, no por Cristo, sino por algún otro poder extraño.

VII. Estad, pues, en guardia contra tales personas, para que no admitáis un lazo para vuestras propias almas. Y actuad de modo que vuestra vida no ofenda a nadie, no sea que os convirtáis en "un lazo sobre una atalaya, y como una red tendida” [Os. 5:1]. Porque "el que no se cura a sí mismo en sus propias obras, es hermano del que se destruye a sí mismo" [Prov. 18:9 LXX]. Por lo tanto, si ustedes también desechan el engreimiento, la arrogancia, el desdén y la altivez, será su privilegio estar inseparablemente unidos a Dios, porque "Él está cerca de los que le temen” [Sal. 85:9]. Y dice Él: "¿A quién miraré, sino a aquel que es humilde y tranquilo, y que tiembla ante mis palabras?" [Isa. 66:2]. Y también vosotros reverenciad a vuestro obispo como al mismo Cristo, según os lo han ordenado los bienaventurados apóstoles. El que está dentro del altar es puro, por lo cual también obedece al obispo y a los presbíteros; pero el que está fuera es el que hace cualquier cosa fuera del obispo, de los presbíteros y de los diáconos. Tal persona está manchada en su conciencia, y es peor que un infiel. Porque, ¿qué es el obispo sino aquel que, más allá de todos los demás, posee todo poder y autoridad, hasta donde es posible que la posea un hombre, siendo una semejanza según el poder de Cristo ¿Y qué es el presbiterio sino una asamblea sagrada, los consejeros y asesores del obispo? ¿Y qué son los diáconos sino imitadores de Cristo, sirviendo al obispo, como Cristo al Padre, cumpliendo con él un ministerio puro e irreprochable, como el santo Esteban con el bienaventurado Santiago, Timoteo y Linus con Pablo, Anencio y Clemente con Pedro? Por lo tanto, el que no cede obediencia a tales, debe ser necesariamente alguien completamente sin Dios, un impío que desprecia a Cristo y deprecia sus nombramientos.

VIII. Os escribo estas cosas, no porque sepa que hay tales personas entre vosotros; es más, espero que Dios nunca permita que tal informe llegue a mis oídos, Él "que no escatimó a su Hijo por amor de su santa Iglesia” [Rom. 8:32]. Pero previendo las asechanzas del maligno, os armo de antemano con mis amonestaciones, como a mis amados y fieles hijos en Cristo, proporcionándoos los medios de protección contra la enfermedad mortal de los hombres ingobernables, por los cuales huis de la enfermedad referida por la buena voluntad de Cristo nuestro Señor. Vosotros, pues, vistiéndoos de mansedumbre, haceos imitadores de sus padecimientos y de su amor, con el cual Él nos amó cuando se dio a sí mismo en rescate por nosotros, para limpiarnos con su sangre de nuestra vieja impiedad, y darnos vida cuando estábamos a punto de perecer a causa de la depravación que había en nosotros. Por tanto, que ninguno de vosotros guarde rencor a su prójimo. Porque dice nuestro Señor: "Perdonad y se os perdonará" [Mt 6:14]. No deis ocasión a los gentiles, no sea que "por medio de unos pocos insensatos sea blasfemada la palabra y la doctrina de Cristo” [1 Tim. 6:1; Tit. 2:5]. Porque dice el profeta, como en la persona de Dios: "Ay de aquel por quien mi nombre es blasfemado entre los gentiles” [Isa. 52:5].

IX. Tapad, pues, vuestros oídos cuando alguien os hable en desacuerdo con Jesucristo, el Hijo de Dios, que descendió de David, y fue también de María; que verdaderamente fue engendrado de Dios y de la Virgen, pero no de la misma manera. En efecto, Dios y el hombre no son lo mismo. En verdad asumió un cuerpo; porque "el Verbo se hizo carne" [Jn 1:14] y vivió en la tierra sin pecado. Porque Él dice: "¿Quién de vosotros me acusa de pecado?" [Jn 8:46] En realidad, comió y bebió. Fue crucificado y murió bajo Poncio Pilato. Realmente, y no sólo en apariencia, fue crucificado y murió a la vista de los seres que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. Por los que están en el cielo me refiero a los que poseen naturalezas incorpóreas; por los que están en la tierra, a los judíos y romanos, y a las personas que estaban presentes en aquel momento en que el Señor fue crucificado; y por los que están debajo de la tierra, a la multitud que se levantó junto con el Señor. Porque dice la Escritura: "Muchos cuerpos de los santos que durmieron se levantaron" [Mt 27:52], siendo abiertos sus sepulcros. Descendió, en efecto, al Hades solo, pero se levantó acompañado de una multitud; y rompió ese medio de separación que había existido desde el principio del mundo, y derribó su muro de separación. También resucitó en tres días, resucitándole el Padre; y después de pasar cuarenta días con los apóstoles, fue recibido arriba al Padre, y "se sentó a su diestra, esperando hasta que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies" [Heb. 10:12-13]. El día de la preparación, pues, a la hora tercera, recibió la sentencia de Pilato, permitiendo el Padre que así sucediera; a la hora sexta fue crucificado; a la hora novena entregó el espíritu; y antes de la puesta del sol fue sepultado. Durante el sábado continuó bajo tierra en la tumba en la que lo había depositado José de Arimatea. Al amanecer del día del Señor se levantó de entre los muertos, de acuerdo con lo dicho por Él mismo: "Como estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así estará también el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra” [Mt 12:40]. El día de la preparación, pues, comprende la pasión; el sábado abarca la sepultura; el día del Señor contiene la resurrección.

X. Pero si, como dicen algunos que no tienen a Dios, es decir, los incrédulos, Él se hizo hombre en apariencia solamente, que en realidad no tomó para sí un cuerpo, que murió en apariencia meramente, y que en realidad no sufrió, entonces ¿por qué razón estoy ahora en prisiones, y anhelo luchar con las bestias salvajes? En tal caso, muero en vano, y soy culpable de falsedad contra la cruz del Señor. Entonces también el profeta en vano declara: "Mirarán a Aquel a quien traspasaron, y llorarán sobre sí mismos como sobre un ser amado” [Zac. 12:10]. Estos hombres, por lo tanto, no son menos incrédulos que los que lo crucificaron. Pero en cuanto a mí, no pongo mis esperanzas en quien murió por mí en apariencia, sino en realidad. Porque lo que es falso es muy aborrecible a la verdad. María, pues, concibió verdaderamente un cuerpo en el que habitaba Dios. Y Dios Verbo nació verdaderamente de la Virgen, revistiéndose de un cuerpo de pasiones semejantes a las nuestras. Aquel que forma a todos los hombres en el seno materno, estuvo Él mismo realmente en el seno materno, y se hizo un cuerpo de la semilla de la Virgen, pero sin ninguna relación con el hombre. Fue llevado en el vientre materno, como nosotros, durante el período habitual de tiempo; y nació realmente, como nosotros también nacemos; y en realidad participaba de comida y bebida comunes, tal como lo hacemos nosotros. Y cuando hubo vivido entre los hombres durante treinta años, fue bautizado por Juan, realmente y no en apariencia; y cuando hubo predicado el Evangelio durante tres años, e hizo señales y prodigios, Aquel que era Él mismo el Juez fue juzgado por los judíos, falsamente llamados así, y por Pilato el gobernador; fue azotado, fue herido en la mejilla, fue escupido; llevó una corona de espinas y un manto púrpura; fue condenado. Fue crucificado en realidad, y no en apariencia, no en imaginación, no en engaño. Realmente murió, y fue sepultado, y resucitó de entre los muertos, tal como oró en cierto lugar, diciendo: "Pero haz Tú, Señor, que yo resucite, y les daré mi recompensa” [Sal. 41:10]. Y el Padre, que siempre lo escucha, respondió y dijo: "Levántate, oh Dios, y juzga la tierra; porque recibirás a todas las naciones como herencia tuya” [Sal. 82:8]. El Padre, pues, que lo resucitó a Él, también nos resucitará a nosotros por medio de Él, sin el cual nadie alcanzará la verdadera vida. Porque Él dice: "Yo soy la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, aunque muera, vivirá para siempre” [Jn 11:25-26]. Huid, pues, de estas herejías impías, porque son invenciones del diablo, esa serpiente que fue la autora del mal, y que por medio de la mujer engañó a Adán, el padre de nuestra raza.

XI. Evitad también a esos malvados vástagos suyos (de Satanás), Simón, su hijo primogénito, y Menandro, y Basílides, y toda su perversa turba de seguidores, los adoradores de un hombre, a quien también el profeta Jeremías declara maldito. Huye también de los impuros Nicolaítas, falsamente llamados así, que son amantes del placer, y dados a discursos calumniosos. Evitad también a los hijos del maligno, Teódoto y Cleóbulo, que producen frutos mortíferos, de los cuales, si alguno los prueba, al instante muere, y no una muerte pasajera, sino eterna. Estos hombres no son la siembra del Padre, sino una prole maldita. Y dice el Señor: "Toda planta que mi Padre celestial no plantó, sea desarraigada" [Mt 15:13]. Porque si hubieran sido ramas del Padre, no habrían sido "enemigos de la cruz de Cristo" [Fil. 3:18], sino más bien de los que "mataron al Señor de gloria” [1 Cor. 2:8]. Pero ahora, al negar la cruz y avergonzarse de la pasión, cubren la transgresión de los judíos, esos luchadores contra Dios, esos asesinos del Señor; pues sería demasiado poco calificarlos simplemente de asesinos de los profetas. Pero Cristo os invita a participar de su inmortalidad, por su pasión y resurrección, en cuanto que sois sus miembros.

XII. Os saludo desde Esmirna, junto con las Iglesias de Dios que están conmigo, hombres que me han confortado en todas formas, tanto en la carne como en el espíritu. Mis ataduras, que llevo conmigo por Jesucristo os exhortan suplicando que yo pueda llegar a Dios. Manteneos en armonía entre vosotros y en la oración; porque a cada uno de vosotros, y especialmente a los presbíteros, corresponde refrescar al obispo, para honor del Padre, y para honor de Jesucristo y de los apóstoles. Os ruego con amor que me escuchéis, para que no sea yo, por haber escrito así, un testimonio contra vosotros. Y rogad también por mí, que tengo necesidad de vuestro amor, junto con la misericordia de Dios, para que se me considere digno de alcanzar la suerte a la que ahora estoy destinado, y para que no sea hallado reprobado.

XIII. Os saluda el amor de los esmirneanos y de los efesios. Acordaos de nuestra Iglesia que está en Siria, de la cual no soy digno de recibir mi apelativo, por ser el menor de ellos. Que os vaya bien en el Señor Jesucristo, mientras permanezcáis sujetos al obispo, y del mismo modo a los presbíteros y a los diáconos. Y, cada uno de vosotros, amaos los unos a los otros con un corazón indiviso. Mi espíritu os saluda, no sólo ahora, sino también cuando haya llegado a Dios; porque todavía estoy expuesto al peligro. Pero el Padre de Jesucristo es fiel para cumplir tanto mis peticiones como las vuestras: en quien podamos ser hallados sin mancha. Que me alegre de vosotros en el Señor.

<< Anterior ----------------- Siguiente >>

No hay comentarios:

Publicar un comentario