sábado, 23 de diciembre de 2023

Ignacio a Policarpo

Ignacio, obispo de Antioquía y testigo de Jesucristo, a Policarpo, obispo de la Iglesia de Esmirna, o mejor dicho, que tiene por obispo a Dios Padre y a Jesucristo: deseos de abundante felicidad.

I. Habiendo obtenido buena prueba de que tu mente está fija en Dios como en una roca inamovible, glorifico Su nombre en voz alta por haber sido considerado digno de contemplar tu rostro intachable, ¡del que siempre podré disfrutar en Dios! Te ruego, por la gracia de que estás revestido, que sigas adelante en tu camino y exhortes a todos para que se salven. Mantén tu posición con todo cuidado, tanto en la carne como en el espíritu. Procura conservar la unidad, que no hay nada mejor que ésta. Soporta a todos como el Señor te soporta a ti. Tolera a todos con amor, tal como haces. Dedícate a la oración sin cesar. Implora comprensión adicional a la que ya tienes. Sé vigilante, y evita que tu espíritu se adormile. Habla a cada uno por separado, según Dios te lo permita. Soporta las debilidades de todos, como un atleta perfecto en la vida cristiana, así como lo hace el Señor de todos. Porque dice la Escritura: "Él mismo tomó nuestras flaquezas, y llevó nuestras enfermedades" [Mt 8:17]. Allí donde hay más trabajo, mayor es la ganancia.

II. Si amas a los buenos discípulos, no se te debe agradecer por ello; más bien procura con mansedumbre dominar a los más molestos. No todas las heridas se curan con el mismo ungüento. Mitiga los ataques violentos de la enfermedad con aplicaciones suaves. Sé en todo "prudente como una serpiente, y siempre inofensivo como una paloma" [Mt 10:16]. Para este propósito estás compuesto tanto de alma como de cuerpo, eres tanto carnal como espiritual, para que puedas corregir aquellos males que se presentan visiblemente ante ti; y en cuanto a los que no se ven, puedas orar para que éstos te sean revelados, para que nada te falte, sino que puedas abundar en todo don espiritual. Los tiempos te invitan a orar. Porque así como el viento ayuda al piloto de una nave, y como los puertos son ventajosos para la seguridad de una nave tempestuosa, así también la oración es para ti, para que puedas llegar a Dios. Sé sobrio como un atleta de Dios, cuya voluntad es la inmortalidad y la vida eterna; de lo cual también estás persuadido. En todo sea mi alma para ti, y también mis cadenas, que tú has amado.

III. No permitas que te llenen de aprensión aquellos que parecen dignos de crédito, pero enseñan doctrinas extrañas. Mantente firme como un yunque que es golpeado. Es propio de un noble atleta ser herido, y sin embargo vencer. Y sobre todo debemos soportarlo todo por amor de Dios, para que Él también nos soporte y nos lleve a su reino. Sé, pues, más diligente de lo que eres; corre tu carrera con creciente energía; sopesa cuidadosamente los tiempos. Mientras estés aquí, sé un vencedor; porque aquí está la carrera, y allí están las coronas. Busca a Cristo, el Hijo de Dios, que era antes de los tiempos, pero apareció en el tiempo; que era invisible por naturaleza, pero visible en la carne; que era impalpable, y no podía ser tocado, como sin cuerpo, pero por nosotros se hizo tal, podía ser tocado y manipulado en el cuerpo; que era impasible como Dios, pero sufrió por amor a nosotros; y que en toda clase de formas sufrió por nosotros.

IV. No descuides a las viudas. Sé tú, después del Señor, su protector y amigo. Que nada se haga sin tu consentimiento; ni hagas nada sin la aprobación de Dios, como no lo haces. Sé firme. Que vuestras reuniones sean frecuentes; buscad a todos por su nombre. No desprecies ni a los esclavos ni a las esclavas, pero no permitas que éstos se envanezcas, sino que se sometan más, para gloria de Dios, a fin de obtener de Dios una mejor libertad. Que no quieran ser liberados de la esclavitud a expensas públicas, para que no sean hallados esclavos de sus propios deseos.

V. Evita las malas artes; pero tanto más hablar de ellas en público. Hablad a mis hermanas, para que amen al Señor, y estén satisfechas con sus maridos tanto en la carne como en el espíritu. Del mismo modo, exhorta también a mis hermanos, en el nombre de Jesucristo, a que amen a sus esposas, como el Señor a la Iglesia. Si alguno puede permanecer en castidad, para honra de la carne del Señor, permanezca así sin jactancia. Si se jacta, está perdido; y si pretende ser más conocido que el obispo, está arruinado. Pero conviene que tanto los hombres como las mujeres que se casan, formen su unión con la aprobación del obispo, para que su matrimonio sea según el Señor, y no según su propia concupiscencia. Que todo se haga en honor de Dios.

VI. Prestad atención al obispo, para que también Dios os preste atención a vosotros. Mi alma esté con los que se someten al obispo, al presbiterio y a los diáconos ¡que Dios me dé mi porción con ellos! Trabajad juntos unos con otros; esforzaos juntos en compañía; corred juntos; sufrid juntos; dormid juntos; y velad juntos, como administradores, y asociados, y siervos de Dios. Agradad a Aquel bajo quien lucháis, y de quien recibiréis vuestro salario. Que ninguno de vosotros sea hallado desertor. Que vuestro bautismo sea como vuestras armas; vuestra fe, como vuestro yelmo; vuestro amor, como vuestra lanza; vuestra paciencia, como una armadura completa. Que vuestras obras sean vuestras garantías, para que podáis recibir por ellas la más digna recompensa. Sed, pues, pacientes unos con otros, con mansedumbre, como Dios con vosotros. Que tenga gozo de vosotros para siempre.

VII. Viendo que la Iglesia que está en Antioquía de Siria está, según se me ha informado, en paz, por vuestras oraciones, yo también me siento más animado, descansando sin ansiedad en Dios, si en verdad por medio del sufrimiento puedo llegar a Dios, para que, por vuestras oraciones, pueda ser hallado discípulo de Cristo. Conviene, muy bienaventurado Policarpo, reunir un consejo muy solemne, y elegir a uno a quien ames mucho, y sepas que es un hombre activo, que pueda ser designado mensajero de Dios; y concederle el honor de ir a Siria, para que, yendo a Siria, glorifique tu amor siempre activo para alabanza de Dios. El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que debe estar siempre dispuesto para el servicio de Dios. Ahora bien, esta obra es tanto de Dios como vuestra, cuando la hayáis completado. Porque confío en que, por la gracia, estáis preparados para toda buena obra que pertenece a Dios. Conociendo vuestro enérgico amor a la verdad, os he exhortado por medio de esta breve epístola.

VIII. Por lo tanto, ya que no he podido escribir a todas las Iglesias, porque debo zarpar repentinamente de Troas a Neápolis, como lo ordena la voluntad del emperador, ruego que tú, como conocedor del propósito de Dios, escribas a las Iglesias adyacentes, para que ellas también actúen del mismo modo, las que puedan hacerlo enviando mensajeros, y las demás transmitiendo cartas a través de las personas que sean enviadas por ti, para que seas glorificado con una obra que será recordada para siempre, como en verdad eres digno de serlo. Saludo a todos por su nombre, y en particular a la esposa de Epitropo, con toda su casa e hijos. Saludo a Attalus, mi amado. Saludo a aquel que sea considerado digno de ir de ti a Siria. La gracia sea con él para siempre, y con Policarpo que lo envía. Ruego por vuestra felicidad eterna en nuestro Dios Jesucristo, por quien permanecéis en la unidad y bajo la protección de Dios. Saludo a Alce, mi querido amado. Amén. Que la gracia os acompañe. Que os vaya bien en el Señor.

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Ignacio a los esmirniotas

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la Iglesia de Dios, el altísimo Padre, y de su amado Hijo Jesucristo, que ha obtenido por misericordia toda clase de dones, que está llena de fe y amor, y no carece de ningún don, dignísima de Dios y adornada de santidad: la Iglesia que está en Esmirna, en Asia, desea abundancia de felicidad, por el Espíritu inmaculado y la palabra de Dios.

I. Glorifico al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Él os ha dado tal sabiduría. Porque he observado que estáis perfeccionados en una fe inconmovible, como si estuvieseis clavados en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, tanto en la carne como en el espíritu, y estáis establecidos en el amor por medio de la sangre de Cristo, estando plenamente persuadidos, en la verdad misma, con respecto a nuestro Señor Jesucristo, de que era el Hijo de Dios, "el primogénito de toda criatura" [Col. 1:15], Dios el Verbo, el Hijo unigénito, y que era de la simiente de David según la carne [Rom. 1:3], por la Virgen María; que fue bautizado por Juan, para que toda justicia se cumpliese [Mt 3:15] por Él; que vivió una vida de santidad sin pecado, y que fue verdaderamente, bajo Poncio Pilato y Herodes el tetrarca, clavado en la cruz por nosotros en su carne. De quien también derivamos nuestro ser, de Su pasión divinamente bendecida, para que Él pudiera establecer un estandarte para las edades, a través de Su resurrección, para todos Sus santos y fieles seguidores, ya sea entre judíos o gentiles, en el único cuerpo de Su Iglesia.

II. Ahora bien, Él sufrió todas estas cosas por nosotros; y las sufrió realmente, y no sólo en apariencia, así como también resucitó verdaderamente. Pero no, como algunos de los incrédulos, que se avergüenzan de la formación del hombre, y de la cruz, y de la muerte misma, afirman, que sólo en apariencia, y no en verdad, Él tomó un cuerpo de la Virgen, y sufrió sólo en apariencia, olvidando, como ellos hacen, a Aquel que dijo: "El Verbo se hizo carne” [Jn 1:14]; y otra vez: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" [Jn 2:19]; y otra vez: "Si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo" [Jn 12:32]. El Verbo, pues, habitó en carne, porque "la Sabiduría se edificó una casa" [Prov. 9:1]. El Verbo levantó de nuevo Su propio templo al tercer día, cuando había sido destruido por los judíos que luchaban contra Cristo. El Verbo, cuando Su carne fue levantada, a la manera de la serpiente de bronce en el desierto, atrajo a todos los hombres hacia Sí para su salvación eterna [Núm. 21:9; Jn 3:14].

III. Y sé que estaba poseído de un cuerpo no sólo cuando nació y fue crucificado, sino que también sé que lo estuvo después de Su resurrección, y creo que lo está ahora. Cuando, por ejemplo, se acercó a los que estaban con Pedro, les dijo: "Agarradme, palpadme, y ved que no soy un espíritu incorpóreo”. "Porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” [Lc 24:39]. Y dice a Tomás: "Acerca tu dedo a la señal de los clavos, y acerca tu mano y métela en mi costado" [Jn 20:27]; y al instante creyeron que era Cristo. Por lo cual también Tomás le dice: "Señor mío, y Dios mío" [Jn 20:28]. Y también por esto despreciaron la muerte, porque era poco decir, las indignidades y los azotes. Y esto no fue todo, sino que también, después de haberse mostrado a ellos que había resucitado realmente, y no sólo en apariencia, comió y bebió con ellos durante cuarenta días enteros. Y así fue Él, con la carne, recibido a la vista de ellos para Aquel que lo envió, siendo con esa misma carne para venir de nuevo, acompañado de gloria y poder. Porque, dicen los santos oráculos, "Este mismo Jesús, que ha sido arrebatado de vosotros al cielo, así vendrá, como le habéis visto ir al cielo” [Hch 1:11]. Pero si dicen que vendrá al fin del mundo sin cuerpo, ¿cómo "verán al que traspasó" [Ap. 1:7] y cuando le reconozcan, "se lamentarán por sí mismos"? [Zac. 12:10] Porque los seres incorpóreos no tienen forma ni figura, ni el aspecto de animal dotado de forma, porque su naturaleza es en sí misma simple.

IV. Os doy estas instrucciones, amados, seguro de que también vosotros tenéis las mismas opiniones que yo. Pero os prevengo de antemano contra estas bestias en forma de hombres, de las que no sólo debéis apartaros, sino incluso huir de ellas. Sólo debéis orar por ellos, por si de algún modo pueden ser llevados al arrepentimiento. Porque si el Señor estuvo en el cuerpo sólo en apariencia, y fue crucificado sólo en apariencia, entonces yo también estoy atado sólo en apariencia. ¿Y por qué me he entregado yo también a la muerte, al fuego, a la espada y a las fieras? Pero, de hecho, todo lo soporto por Cristo, no sólo en apariencia, sino en realidad, para poder sufrir junto con Él, mientras Él mismo me fortalece interiormente; porque por mí mismo no tengo tal capacidad.

V. Algunos lo han negado ignorantemente, y defienden la falsedad en lugar de la verdad. A estas personas no les persuaden ni las profecías, ni la ley de Moisés, ni el Evangelio hasta el día de hoy, ni los sufrimientos que hemos padecido individualmente. Pues también piensan lo mismo respecto a nosotros. Porque ¿De qué me sirve si alguno me alaba, pero blasfema contra mi Señor, no reconociendo que es Dios encarnado? El que no confiesa esto, de hecho lo ha negado por completo, estando envuelto en la muerte. Sin embargo, no me ha parecido bien escribir los nombres de tales personas, por cuanto son incrédulos; y lejos esté de mí hacer mención alguna de ellos, hasta que se arrepientan.

VI. Que nadie se engañe a sí mismo. A menos que crea que Cristo Jesús ha vivido en la carne, y confiese su cruz y pasión, y la sangre que derramó para la salvación del mundo, no obtendrá la vida eterna, sea rey, sacerdote, gobernante o particular, amo o siervo, hombre o mujer. "El que pueda recibirla, que la reciba" [Mt 19:12]. Que el lugar, la dignidad o la riqueza de nadie lo envanezcan; y que la baja condición o la pobreza de nadie lo abatan. Porque los puntos principales son la fe en Dios, la esperanza en Cristo, el goce de los bienes que esperamos, y el amor a Dios y al prójimo. Porque "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y a tu prójimo como a ti mismo" [Deut. 6:5]. Y dice el Señor: "Esta es la vida eterna: conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Él ha enviado” [Jn 17:3]. Y otra vez: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" [Jn 13:34; Mt. 22:40]. Observad, pues, a los que predican otras doctrinas, cómo afirman que el Padre de Cristo no puede ser conocido, y cómo exhiben enemistad y engaño en su trato mutuo. No tienen en cuenta el amor; desprecian las cosas buenas que esperamos en lo sucesivo; consideran las cosas presentes como si fueran duraderas; ridiculizan al que está en aflicción; se ríen del que está preso.

VII. Se avergüenzan de la cruz; se burlan de la pasión; se mofan de la resurrección. Son hijos de aquel espíritu que es el autor de todos los males, que indujo a Adán, por medio de su mujer, a transgredir el mandamiento, que mató a Abel por manos de Caín, que combatió a Job, que fue el acusador de Josué [Zac. 3:1] hijo de Josadec, que procuró "zarandear la fe" [Lc 22:31] de los apóstoles, que incitó a la multitud de los judíos contra el Señor, que también ahora "obra en los hijos de desobediencia [Ef. 2:2]; de los cuales nos librará el Señor Jesucristo, el cual rogó que no decayese la fe de los apóstoles [Lc 22:32], no porque no pudiese por sí mismo conservarla, sino porque se regocijaba en la preeminencia del Padre. Conviene, pues, que os apartéis de tales personas, y que ni en privado ni en público habléis con ellas; sino que prestéis atención a la ley y a los profetas, y a los que os han predicado la palabra de salvación. Pero huid de todas las herejías abominables, y de las que causan cismas, como principio de males.

VIII. Mirad que todos vosotros sigáis al obispo, como Cristo Jesús al Padre, y al presbiterio como a los apóstoles. Reverenciad también a los diáconos, como a aquellos que cumplen mediante su oficio el mandato de Dios. Que nadie haga nada relacionado con la Iglesia sin el obispo. Que se considere una Eucaristía, que sea administrada por el obispo o por alguien a quien él se la haya encomendado. Dondequiera que aparezca el obispo, que esté también la multitud del pueblo; así como donde está Cristo, allí está toda la hueste celestial, esperando en Él como el Capitán en Jefe de la fuerza del Señor, y el Gobernador de toda naturaleza inteligente. Sin el obispo no es lícito bautizar, ni ofrecer, ni presentar sacrificio, ni celebrar banquete de amor. Pero lo que a él le parece bien, también agrada a Dios, para que todo lo que hagáis sea seguro y válido.

XI. Además, es conforme a la razón que debemos volver a la sobriedad de conducta y, mientras tengamos oportunidad, ejercitemos el arrepentimiento hacia Dios. Pues "en el Hades no hay nadie que pueda confesar sus pecados" [Sal. 6:5]. Porque "he aquí el hombre, y su obra está delante de él" [Isa. 62:11]. Y la Escritura dice: "Hijo mío, honra a Dios y al rey" [Prov. 24:21]. Y yo digo: Honra a Dios ciertamente, como Autor y Señor de todas las cosas, pero al obispo como al sumo sacerdote, que lleva la imagen de Dios, de Dios, en cuanto gobernante, y de Cristo, en su calidad de sacerdote. Después de Él, debemos honrar también al rey. Pues no hay nadie superior a Dios, ni siquiera semejante a Él, entre todos los seres que existen. Tampoco hay nadie en la Iglesia más grande que el obispo, que ministra como sacerdote a Dios para la salvación del mundo entero. Tampoco hay nadie entre los gobernantes que pueda compararse con el rey, que asegura la paz y el buen orden a aquellos sobre los que gobierna. El que honra al obispo será honrado por Dios, así como el que lo deshonra será castigado por Dios. Porque si el que se levanta contra los reyes es justamente considerado digno de castigo, ya que disuelve el orden público, ¿cuánto mayor castigo, suponed vosotros, será considerado digno, el que se atreva a hacer algo sin el obispo, destruyendo así la unidad de la Iglesia, y arrojando su orden a la confusión? Porque el sacerdocio es el punto más alto de todas las cosas buenas entre los hombres, contra el cual cualquiera que esté tan loco como para luchar, no deshonra al hombre, sino a Dios, y a Cristo Jesús, el Primogénito, y el único Sumo Sacerdote, por naturaleza, del Padre. Haced, pues, todas las cosas con buen orden en Cristo. Los laicos estén sujetos a los diáconos; los diáconos a los presbíteros; los presbíteros al obispo; el obispo a Cristo, como Él al Padre. Como vosotros, hermanos, me habéis refrescado, así os refrescará Jesucristo. Me habéis amado tanto en la ausencia como en la presencia. Dios os recompensará, por cuya causa habéis mostrado tanta bondad para con su prisionero. Pues aunque yo no lo merezca, vuestro celo por ayudarme es cosa admirable. Porque "el que honra a un profeta en nombre de un profeta, recibirá recompensa de profeta" [Mt 10:41]. También es manifiesto que quien honra a un prisionero de Jesucristo recibirá la recompensa de los mártires.

X. Habéis hecho bien en recibir a Filón, a Gayo y a Agatopo, que, siendo siervos de Cristo, me han seguido por amor de Dios, y que bendicen grandemente al Señor en vuestro favor, porque en todo les habéis refrescado. Ninguna de las cosas que les habéis hecho pasará sin seros contada. "El Señor os conceda" "que halléis misericordia del Señor en aquel día" [2 Tim. 1:18]. Que mi espíritu sea para vosotros, y mis cadenas, que no habéis despreciado ni os habéis avergonzado de ellas. Por tanto, tampoco Jesucristo, nuestra perfecta esperanza, se avergonzará de vosotros.

XI. Vuestras oraciones han llegado hasta la Iglesia de Antioquía, y está en paz. Viniendo desde aquel lugar con destino, saludo a todos; yo que no soy digno de ser llamado desde allí, por ser el menor de ellos. Sin embargo, según la voluntad de Dios, se me ha considerado digno de este honor, no porque tenga la sensación de haberlo merecido, sino por la gracia de Dios, que deseo se me conceda perfectamente, para que por vuestras oraciones pueda llegar a Dios. Por lo tanto, para que vuestra obra sea completa tanto en la tierra como en el cielo, es conveniente que, por el honor de Dios, vuestra Iglesia elija a algún delegado digno; para que él, viajando a Siria, pueda felicitarlos de que ahora están en paz, y son restaurados a su propia grandeza, y que su propia constitución ha sido restablecida entre ellos. Lo que me parece apropiado hacer es esto: que envíes a alguno de los tuyos con una epístola, para que, en compañía de ellos, se regocije por la tranquilidad que, según la voluntad de Dios, han obtenido, y porque, a través de tus oraciones, he asegurado a Cristo como puerto seguro. Como personas que son perfectas, también vosotros debéis aspirar a aquellas cosas que son perfectas. Porque cuando deseáis hacer el bien, Dios también está dispuesto a ayudaros.

XII. El amor de vuestros hermanos de Troas os saluda; de donde también os escribo por Burrhus, a quien enviasteis conmigo, juntamente con los efesios, vuestros hermanos, y que en todo me ha refrescado. Y deseo que todos le imiten, como modelo de ministro de Dios. La gracia del Señor le recompensará en todo. Saludo a vuestro dignísimo obispo Policarpo, y a vuestro venerable presbiterio, y a vuestros diáconos portadores de Cristo, mis consiervos, y a todos vosotros individualmente, así como en general, en el nombre de Cristo Jesús, y en su carne y sangre, en su pasión y resurrección, tanto corporal como espiritual, en unión con Dios y con vosotros. Gracia, misericordia, paz y paciencia sean con vosotros en Cristo por los siglos de los siglos.

XIII. Saludo a las familias de mis hermanos, con sus esposas e hijos, y a los que son siempre vírgenes, y a las viudas. Sed fuertes, os lo ruego, en el poder del Espíritu Santo. Os saluda Filón, mi consiervo, que está conmigo. Saludo a la casa de Gavia, y ruego que sea confirmada en la fe y el amor, tanto corporal como espiritual. Saludo a Alce, mi bien amado, y al incomparable Daphnus, y a Eutecnus, y a todos por su nombre. Que os vaya bien en la gracia de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, llenos del Espíritu Santo y de la sabiduría divina y sagrada.

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Ignacio a los filadelfianos

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo, que está en Filadelfia, que ha obtenido misericordia por el amor, y está establecida en la armonía de Dios, y se regocija sin cesar, en la pasión de nuestro Señor Jesús, y está llena de toda misericordia por su resurrección; la cual saludo en la sangre de Jesucristo, que es nuestro gozo eterno y perdurable, especialmente a los que están en unidad con el obispo, y los presbíteros, y los diáconos, que han sido nombrados por la voluntad de Dios Padre, por medio del Señor Jesucristo, quien, según Su propia voluntad, ha establecido firmemente Su Iglesia sobre una roca, por un edificio espiritual, no hecho con manos, contra el cual los vientos y las inundaciones han azotado, pero no han podido derribarlo: sí, y que la maldad espiritual nunca pueda hacerlo, sino que sea completamente debilitada por el poder de Jesucristo nuestro Señor.

I. Habiendo contemplado a vuestro obispo, sé que no fue elegido para desempeñar el ministerio que pertenece al bien común, ni por sí mismo ni por los hombres, ni por vanagloria, sino por el amor de Jesucristo, y de Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos; ante cuya mansedumbre estoy impresionado con admiración, y que con su silencio es capaz de lograr más que los que hablan mucho. Porque él está en armonía con los mandamientos y ordenanzas del Señor, así como las cuerdas lo están con el arpa, y no es menos irreprensible de lo que fue Zacarías el sacerdote [Lc 1:6]. Por lo cual mi alma declara que su mente hacia Dios es feliz, sabiendo que es virtuosa y perfecta, y que su estabilidad así como su libertad de toda ira es según el ejemplo de la infinita mansedumbre del Dios viviente.

II. Por lo tanto, como hijos de la luz y de la verdad, evitad la división de vuestra unidad, y la doctrina perversa de los herejes, de quienes "una influencia contaminante ha salido a toda la tierra” [Jer. 23:15]. Pero donde está el pastor, allí seguid como ovejas. Porque hay muchos lobos vestidos de ovejas, que por medio de un pernicioso placer llevan cautivos a los que corren hacia Dios; pero en vuestra unidad no tendrán lugar.

III. Guardaos, pues, de esas malas plantas que no cuida Jesucristo, sino esa bestia salvaje, destructora de los hombres, porque no son plantación del Padre, sino simiente del inicuo. No es que haya hallado alguna división entre vosotros por lo que escribo estas cosas, sino que os armo de antemano, como a hijos de Dios. Porque todos los que son de Cristo están también con el obispo; pero todos los que se apartan de él y abrazan la comunión con los malditos, éstos serán cortados juntamente con ellos. Porque no son labradores de Cristo, sino simiente del enemigo, de la cual podáis ser librados siempre por las oraciones del pastor, de aquel fidelísimo y manso pastor que os preside. Por tanto, os exhorto en el Señor a que recibáis con toda ternura a los que se arrepientan y vuelvan a la unidad de la Iglesia, para que por vuestra bondad y paciencia se recuperen [2 Tim. 2:26] de la trampa del diablo y, haciéndose dignos de Jesucristo, obtengan la salvación eterna en el reino de Cristo. Hermanos, no os engañéis. Si alguno sigue al que se aparta de la verdad, no heredará el reino de Dios; y si alguno no se aparta del predicador de la mentira, será condenado al infierno. Porque no es obligatorio ni separarse de los piadosos, ni asociarse con los impíos. Si alguno anda según opinión extraña, no es de Cristo, ni participante de su pasión, sino zorro, destructor de la viña de Cristo. No tengáis comunión con tal hombre, para que no perezcáis con él, aunque sea tu padre, tu hijo, tu hermano o un miembro de tu familia. Porque dice la Escritura: "Tu ojo no lo perdonará" [Deut. 13:6, 18]. Debes, pues, "aborrecer a los que aborrecen a Dios, y consumirte de dolor a causa de sus enemigos” [Sal. 119:21]. No quiero decir que debáis golpearlos o perseguirlos, como hacen los gentiles "que no conocen al Señor ni a Dios" [1 Tes. 4:5]; sino que debéis considerarlos como vuestros enemigos, y separaros de ellos, mientras los amonestáis y los exhortáis al arrepentimiento, si es que oyen, si es que se someten. Porque nuestro Dios es amante de la humanidad, y "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” [1 Tim. 2:4]. Por eso "hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos" [Mt 5:45]; de cuya bondad el Señor, queriendo que también nosotros seamos imitadores, dice: "Sed perfectos, como también vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" [Mt 5:48].

IV. Tengo confianza de vosotros en el Señor, de que no seréis de otra opinión. Por eso os escribo con valentía a vuestro amor, que es digno de Dios, y os exhorto a tener una sola fe, una sola predicación y Eucaristía. Porque una es la carne del Señor Jesucristo, y una es su sangre derramada por nosotros; un solo pan se parte para todos los comulgantes, y un solo cáliz se distribuye entre todos: un solo altar para toda la Iglesia, y un solo obispo, con el presbiterio y los diáconos, mis consiervos. Puesto que, además, no hay más que un solo Ser no engendrado, Dios, el Padre; y un solo Hijo unigénito, Dios, Verbo y hombre; y un solo Consolador, el Espíritu de verdad; y también una sola predicación, y una sola fe, y un solo bautismo [Ef. 4:5]; y una Iglesia que los santos apóstoles establecieron de un extremo a otro de la tierra por la sangre de Cristo, y por su propio sudor y trabajo; os corresponde también a vosotros, por tanto, como "pueblo propio y nación santa" [Tit. 2:14; 1 Pe. 2:9], hacer todas las cosas con armonía en Cristo. Esposas, estad sujetas a vuestros maridos en el temor de Dios [Ef. 5:22]; y vosotras, vírgenes, a Cristo en pureza, no considerando el matrimonio como abominación, sino deseando lo que es mejor, no por el oprobio del matrimonio, sino por meditar en la ley. Hijos, obedeced a vuestros padres y tenedles afecto, como obreros juntamente con Dios para vuestro nacimiento al mundo. Siervos, estad sujetos a vuestros amos en Dios, para que seáis los libertos de Cristo [1 Cor. 7:22]. Maridos, amad a vuestras mujeres, como a consiervas de Dios, como a vuestro propio cuerpo, como a compañeras de vuestra vida y colaboradoras en la procreación de los hijos. Vírgenes, tened sólo a Cristo ante los ojos, y a su Padre en vuestras oraciones, siendo iluminadas por el Espíritu. Que me complazca vuestra pureza, como la de Elías, o como la de Josué hijo de Nun, como la de Melquisedec, o como la de Eliseo, como la de Jeremías, o como la de Juan el Bautista, como la del discípulo amado, como la de Timoteo, como la de Tito, como la de Evodio, como la de Clemente, que partieron de esta vida en perfecta castidad, Sin embargo, no es que culpe a los otros bienaventurados santos porque entraron en el estado matrimonial, del que acabo de hablar. Porque ruego que, siendo hallado digno de Dios, pueda yo ser hallado a sus pies en el reino, como a los pies de Abraham, y de Isaac, y de Jacob; como de José, y de Isaías, y de los demás profetas; como de Pedro, y de Pablo, y de los demás apóstoles, que fueron hombres casados. Pues contrajeron estos matrimonios no por apetito, sino por consideración a la propagación de la humanidad. Padres, "educad a vuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor" [Ef. 6:4]; y enseñadles las Sagradas Escrituras, y también los oficios, para que no se entreguen a la ociosidad. Dice la Escritura: "El padre justo educa bien a sus hijos; su corazón se alegrará del hijo sabio” [Prov. 23:24]. Amos, sed benignos con vuestros siervos, como os enseñó el santo Job [Job 31:13, 15]; porque hay una sola naturaleza y familia de hombres. Porque "en Cristo no hay siervos ni libres" [Gal. 3:28]. Los gobernadores obedezcan a César; los soldados, a los que los mandan; los diáconos, a los presbíteros, como a los sumos sacerdotes; los presbíteros, y los diáconos, y el resto del clero, junto con todo el pueblo, y los soldados, y los gobernadores, y César él mismo, al obispo; el obispo, a Cristo, como Cristo al Padre. Y así se mantiene la unidad en todo. Que las viudas no sean vagabundas, ni aficionadas a las delicadezas, ni vagabundas de casa en casa; sino que sean como Judit, notable por su seriedad; y como Ana, eminente por su sobriedad. No ordeno estas cosas como apóstol; porque "¿quién soy yo, o qué es la casa de mi padre" [1 Sam. 18:18; 2 Sam. 7:18] para que pretenda igualarme en honor a ellas? Pero como vuestro "compañero de milicia" [Fil. 2:25] tengo la posición de uno que simplemente te amonesta.

V. Hermanos míos, me engrandezco grandemente en amaros; y regocijándome sobremanera por vosotros, procuro garantizar vuestra seguridad. Pero no soy yo, sino el Señor Jesús por medio de mí, por cuya causa, estando preso, temo aún más, pues todavía no soy perfecto. Pero vuestra oración a Dios me hará perfecto, para que alcance aquello a lo que he sido llamado, mientras huyo al Evangelio como a la carne de Jesucristo, y a los apóstoles como al presbiterio de la Iglesia. Amo también a los profetas como a los que anunciaron a Cristo, y como a partícipes del mismo Espíritu con los apóstoles. Porque así como los falsos profetas y los falsos apóstoles atrajeron hacía sí un mismo espíritu perverso, engañador y seductor, así también los profetas y los apóstoles recibieron de Dios, por medio de Jesucristo, un mismo Espíritu Santo, que es bueno, y soberano, y verdadero, y Autor del conocimiento salvador. Porque hay un solo Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, "un solo Mediador entre Dios y los hombres", para la creación de los seres inteligentes y sensibles, y para ejercer sobre ellos una providencia benéfica y conveniente. Hay también un solo Consolador, que desplegó Su poder en Moisés, los profetas y los apóstoles. Todos los santos, por tanto, fueron salvados por Cristo, esperando en Él y aguardando en Él; y obtuvieron por medio de Él la salvación, siendo santos, dignos de amor y admiración, teniendo testimonio de ellos por Jesucristo, en el Evangelio de nuestra común esperanza.

VI. Si alguno predica el Dios único de la ley y de los profetas, pero niega que Cristo sea el Hijo de Dios, es mentiroso, como lo es también su padre el diablo, y es judío falsamente llamado así, poseído de mera circuncisión carnal. Si alguno confiesa que Cristo Jesús es el Señor, pero niega al Dios de la ley y de los profetas, diciendo que el Padre de Cristo no es el Hacedor del cielo y de la tierra, no ha permanecido en la verdad más que su padre el diablo, y es discípulo de Simón el Mago, no del Espíritu Santo. Si alguno dice que hay un solo Dios, y también confiesa a Cristo Jesús, pero piensa que el Señor es un simple hombre, y no el unigénito Dios, y la Sabiduría y la Palabra de Dios, y lo considera compuesto simplemente de un alma y cuerpo, tal es una serpiente, que predica el engaño y el error para destrucción de los hombres. Y un hombre así es pobre en entendimiento, incluso si su nombre es ebionita. Si alguno confiesa las verdades mencionadas, pero llama destrucción y contaminación al matrimonio legítimo y a la procreación de los hijos, o considera abominables ciertas clases de alimentos, tal hombre tiene al dragón apóstata morando en él. Si alguien confiesa al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y alaba la creación, pero llama a la encarnación mera apariencia y se avergüenza de la pasión, tal persona ha negado la fe, no menos que los judíos que mataron a Cristo. Si alguno confiesa estas cosas, y que Dios Verbo habitó en un cuerpo humano, estando en él como Verbo, así como el alma está también en el cuerpo, porque fue Dios quien lo habitó, y no un alma humana, pero afirma que las uniones ilícitas son cosa buena y pone la mayor felicidad en el placer, como lo hace el hombre que es falsamente llamado Nicolaíta, esta persona no puede ser ni amante de Dios, ni amante de Cristo, sino que es un corruptor de su propia carne, y por lo tanto vacío del Espíritu Santo, y un extraño a Cristo. Todas esas personas no son más que monumentos y sepulcros de muertos, en los que sólo están escritos los nombres de hombres muertos. Huid, pues, de las perversas maquinaciones y asechanzas del espíritu que ahora obra en los hijos de este mundo, no sea que siendo vencidos alguna vez, os debilitéis en vuestro amor. Pero estad todos unidos con un corazón indiviso y una mente dispuesta, "siendo unánimes y de un mismo juicio” [Fil. 2:2], siendo siempre de la misma opinión acerca de las mismas cosas, tanto cuando estáis tranquilos como cuando estáis en peligro, tanto en la tristeza como en la alegría. Doy gracias a Dios, por medio de Jesucristo, de que tengo buena conciencia respecto a vosotros, y de que nadie tiene en su poder jactarse, ni privada ni públicamente, de que yo haya molestado a nadie ni en mucho ni en poco. Y deseo para todos aquellos entre quienes he hablado, que no tengan esto para testimonio contra ellos.

VII. Porque aunque algunos quisieran engañarme según la carne, mi espíritu no se engaña, pues lo he recibido de Dios. Porque sabe de dónde viene y a dónde va, y detecta los secretos del corazón. Porque cuando estaba entre vosotros, gritaba, hablaba a gran voz: la palabra no es mía, sino de Dios: Prestad atención al obispo, al presbiterio y a los diáconos. Pero si sospecháis que hablé así, como enterado de antemano de la división causada por algunos entre vosotros, Él es mi testigo, por cuya causa estoy preso, de que nada supe de ello por boca de nadie. Pero el Espíritu me anunció lo siguiente: No hagáis nada sin el obispo; guardad vuestros cuerpos como templos de Dios; amad la unidad; evitad las divisiones; sed seguidores de Pablo, y de los demás apóstoles, como ellos también lo fueron de Cristo.

VIII. Por lo tanto, hice lo que me correspondía, como hombre dedicado a la unidad; añadiendo esto también, que donde hay diversidad de juicio, ira y odio, Dios no habita. A todos los que se arrepienten, Dios les concede el perdón, si de común acuerdo vuelven a la unidad de Cristo y a la comunión con el obispo. Confío en la gracia de Jesucristo, que os librará de todo vínculo de maldad. Os exhorto, pues, a que nada hagáis por contienda [Fil. 2:3], sino según la doctrina de Cristo. Porque he oído decir a algunos: Si no lo encuentro en las escrituras antiguas, no creo que esté en el Evangelio. A tales personas digo que mi escritura antigua es Jesucristo, desobedecer al cual es destrucción manifiesta. Mis escrituras antiguas son su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe que se apoya en estas cosas; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones. Quien no cree en el Evangelio, no cree en nada. Porque no se debe preferir las escrituras antiguas al Espíritu. "Es duro dar coces contra el aguijón" [Hch 26:14]; es duro descreer de Cristo; es duro rechazar la predicación de los apóstoles.

IX. Los sacerdotes en verdad, y los ministros de la palabra, son buenos; pero es mejor el Sumo Sacerdote, a quien se ha encomendado el lugar santísimo, y a quien se le han confiado los secretos de Dios. Los poderes ministeriales de Dios son buenos. El Consolador es santo, y el Verbo es santo, el Hijo del Padre, por quien hizo todas las cosas, y ejerce una providencia sobre todas ellas. Este es el Camino [Jn 14:6] que conduce al Padre, la Roca [1 Cor. 10:4], el Amparo, la Llave, el Pastor [Jn 10:11], el Sacrificio, la Puerta [Jn 10:9] del conocimiento, por la cual han entrado Abraham, e Isaac, y Jacob, Moisés y toda la compañía de los profetas, y estas columnas del mundo, los apóstoles, y la esposa de Cristo, por cuya causa derramó su propia sangre, como su porción matrimonial, para redimirla. Todas estas cosas tienden a la unidad del único y verdadero Dios. Pero el Evangelio posee algo trascendente por encima de la dispensación anterior, a saber, la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, su pasión y la resurrección misma. Porque en el Evangelio se han cumplido aquellas cosas que anunciaron los profetas, diciendo: "Hasta que venga aquel para quien está reservado, y será la expectación de los gentiles" [Gén. 49:10], y diciendo nuestro Señor: "Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" [Mt 28:19]. Entonces todos juntos son buenos, la ley, los profetas, los apóstoles, y toda la multitud que ha creído por ellos, sólo si nos amamos unos a otros.

X. Puesto que, según vuestras oraciones y la compasión que sentís en Cristo Jesús, se me ha informado que la Iglesia que está en Antioquía de Siria posee paz, os convendrá, como Iglesia de Dios, elegir un obispo que actúe como embajador de Dios por vosotros ante los hermanos de allí, para que se les conceda reunirse y glorificar el nombre de Dios. Bienaventurado en Cristo Jesús el que sea considerado digno de tal ministerio; y si sois celosos en este asunto, recibiréis gloria en Cristo. Y si estáis dispuestos, no está del todo fuera de vuestro poder hacer esto, por amor de Dios; como también las Iglesias más cercanas han enviado, en algunos casos obispos, y en otros presbíteros y diáconos.

XI. Ahora bien, en cuanto a Filón el diácono, hombre de Cilicia de gran reputación, que todavía me ministra en la palabra de Dios, junto con Gayo y Agatopo, hombre elegido, que me ha seguido desde Siria, sin considerar su vida, —Estos también dan testimonio en favor vuestro—. Y yo mismo doy gracias a Dios por vosotros, porque los habéis recibido; y el Señor también os recibirá a vosotros. Pero que aquellos que los deshonraron sean perdonados por la gracia de Jesucristo, "que no desea la muerte del pecador, sino su arrepentimiento”. El amor de los hermanos de Troas os saluda; de donde también os escribo por medio de Burrhus, que fue enviado conmigo por los efesios y esmirniotas, para mostraros su respeto: a quien el Señor Jesucristo recompensará, en quien esperan, en carne, alma, espíritu, fe, amor y concordia. Que os vaya bien en el Señor Jesucristo, nuestra común esperanza, en el Espíritu Santo.

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Ignacio a los romanos

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la Iglesia que ha obtenido misericordia por la majestad del Altísimo Dios Padre, y de Jesucristo, su Hijo unigénito; la Iglesia que está santificada e iluminada por la voluntad de Dios, que formó todas las cosas que son según la fe y el amor de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador; la Iglesia que preside en el lugar de la región de los Romanos, y que es digna de Dios, digna de honor, digna de la más alta felicidad, digna de alabanza, digna de crédito, digna de ser tenida por santa, y que preside el amor, es nombrada de Cristo, y del Padre, y es poseída del Espíritu, a la cual yo también saludo en el nombre de Dios Todopoderoso, y de Jesucristo su Hijo: a los que están unidos, tanto según la carne como según el espíritu, a cada uno de sus mandamientos, que están llenos inseparablemente de toda la gracia de Dios, y están purificados de toda mancha extraña, les deseo abundancia de felicidad sin mancha, en Dios, el Padre, y en nuestro Señor Jesucristo.

I. Por medio de la oración a Dios he obtenido el privilegio de ver vuestros dignísimos rostros, tal como rogué encarecidamente que se me concediera; pues como prisionero en Cristo Jesús espero saludaros, si en verdad es la voluntad de Dios que se me considere digno de llegar hasta el fin. Porque el principio ha sido bien ordenado, si puedo obtener gracia para aferrarme a mi suerte sin obstáculos hasta el fin. Porque temo tu amor, no sea que me perjudique. Porque a vosotros os es fácil hacer lo que os place; pero a mí me es difícil llegar a Dios, si no me perdonáis, bajo pretexto de afecto carnal.

II. Porque no es mi deseo que agradéis a los hombres, sino a Dios, como también vosotros le agradáis a Él. Porque ni yo tendré en adelante semejante oportunidad de llegar a Dios; ni vosotros, si ahora calláis, tendréis jamás derecho al honor de una obra mejor. Porque si calláis respecto a mí, seré de Dios; pero si mostráis vuestro amor a mi carne, tendré que volver a correr mi carrera. Rogad, pues, no tratéis de conferirme mayor favor que el de ser sacrificado a Dios, mientras el altar está aún preparado; para que, reunidos en amor, cantéis alabanzas al Padre, por Cristo Jesús, de que Dios me haya considerado a mí, obispo de Siria, digno de ser enviado de oriente a occidente, y de convertirme en mártir en nombre de sus propios y preciosos sufrimientos, para pasar del mundo a Dios, a fin de resucitar a Él.

IIII. Nunca habéis envidiado a nadie; habéis enseñado a los demás. Ahora deseo que esas cosas sean confirmadas por vuestra conducta, que en vuestras instrucciones ordenáis a los demás. Solamente pedid en mi favor fuerza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que verdaderamente quiera, para que no sólo se me llame cristiano, sino que realmente se me encuentre como tal. Porque si soy verdaderamente hallado cristiano, podré también ser llamado como tal, y ser entonces considerado fiel, cuando ya no aparezca al mundo. Nada de lo visible es eterno. "Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” [2 Cor. 4:18]. El cristiano no es el resultado de la persuasión, sino del poder. Cuando es odiado por el mundo, es amado por Dios. Porque dice la Escritura: "Si fuerais de este mundo, el mundo amaría lo suyo; pero ahora no sois del mundo, sino que yo os he escogido de él: seguid en comunión conmigo” [Jn 15:19].

IV. Escribo a todas las Iglesias y les hago saber que moriré voluntariamente por Dios, a menos que ustedes me lo impidan. Os ruego que no mostréis una buena voluntad inoportuna hacia mí. Dejad que me convierta en alimento de las fieras, por cuyo medio se me concederá llegar a Dios. Yo soy el trigo de Dios, y soy molido por los dientes de las fieras, para que se me encuentre el pan puro de Dios. Más bien, seducid a las fieras para que se conviertan en mi tumba y no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando me haya dormido en la muerte, nadie me encuentre molesto. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo, cuando el mundo no vea más que mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por estos instrumentos sea un sacrificio para Dios. No os doy mandamientos como Pedro y Pablo. Ellos fueron apóstoles de Jesucristo, pero yo soy el más pequeño de los creyentes: ellos fueron libres, como los siervos de Dios; mientras que yo soy, hasta ahora, un siervo. Pero cuando padezca, seré el liberado de Jesucristo, y resucitaré emancipado en Él. Y ahora, estando preso por Él, aprendo a no desear nada mundano ni vano.

V. Desde Siria hasta Roma lucho con bestias, tanto por tierra como por mar, tanto de noche como de día, estando atado a diez leopardos, quiero decir a una banda de soldados, que, aun cuando reciben beneficios, se muestran tanto peores. Pero tanto más me instruyen sus injurias para que actúe como discípulo de Cristo; "con todo, no por eso soy justificado” [1 Cor. 4:4]. Que goce de las fieras que me están preparadas; y ruego que se encuentren ansiosas de abalanzarse sobre mí, a las que también atraeré para que me devoren pronto, y no me traten como a otros, a quienes, por miedo, no han tocado. Pero si no quieren atacarme, los obligaré a hacerlo. Perdóname en esto, sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo, y no tengo ningún deseo tras nada visible o invisible, para alcanzar a Jesucristo. Que el fuego y la cruz; que las multitudes de fieras; que las roturas, desgarros y separaciones de huesos; que el corte de miembros; que la contusión en pedazos de todo el cuerpo; y que el mismo tormento del diablo venga sobre mí: sólo permítanme alcanzar a Jesucristo.

VI. Todos los confines del mundo y todos los reinos de esta tierra no me servirán de nada. Mejor me es morir por Jesucristo, que reinar sobre todos los términos de la tierra. "Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” Anhelo al Señor, al Hijo del Dios y Padre verdadero, a Jesucristo. A Él busco, que murió por nosotros y resucitó. Perdonadme, hermanos: no me impidáis alcanzar la vida; porque Jesús es la vida de los creyentes. No queráis mantenerme en estado de muerte, pues la vida sin Cristo es muerte. Aunque deseo pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo. Permitidme obtener la luz pura: cuando haya llegado allí, seré verdaderamente un hombre de Dios. Permitidme ser imitador de la pasión de Cristo, mi Dios. Si alguien lo tiene en su interior, que considere lo que yo deseo, y que se compadezca de mí, sabiendo cuán angustiado estoy.

VII. El príncipe de este mundo quisiera arrastrarme y corromper mi disposición hacia Dios. Por tanto, ninguno de vosotros, que estáis en Roma, le ayudéis; estad más bien de mi parte, es decir, de parte de Dios. No habléis de Jesucristo y prefiráis este mundo a Él. Que la envidia no encuentre morada entre vosotros; ni siquiera yo, estando presente con vosotros, os exhorte a ello, persuadíos, sino más bien dad crédito a las cosas que ahora os escribo. Porque aunque vivo mientras os escribo, estoy deseoso de morir por Cristo. Mi amor ha sido crucificado, y no hay en mí fuego que ame cosa alguna; sino que brota en mí agua viva, que me dice interiormente: Venid al Padre. No me deleito en los alimentos corruptibles, ni en los placeres de esta vida. Deseo el pan de Dios, el pan celestial, el pan de vida, que es la carne de Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo después de la descendencia de David y de Abraham; y deseo la bebida, es decir, su sangre, que es amor incorruptible y vida eterna.

VIII. Ya no deseo vivir a la manera de los hombres, y mi deseo se cumplirá si vosotros consentís. "Con Cristo estoy juntamente crucificado; mas vivo, y ya no soy yo, pues Cristo vive en mí" [Gal. 2:20]. Os ruego en esta breve carta: no me rechacéis; creedme que amo a Jesús, que fue entregado a la muerte por mi causa. "¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios para conmigo?" [Sal. 116:12]. Ahora Dios, el Padre, y el Señor Jesucristo, os revelarán estas cosas, para que sepáis que hablo con verdad. Y orad conmigo, para que pueda alcanzar mi objetivo en el Espíritu Santo. No os he escrito según la carne, sino según la voluntad de Dios. Si padezco, me habéis amado; pero si soy rechazado, me habéis odiado.

IX. Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia que está en Siria, la cual, en lugar de mí, tiene ahora por pastor al Señor, que dice: "Yo soy el buen Pastor". Y sólo Él la supervisará, así como por vuestro amor hacia Él. Pero en cuanto a mí, me avergüenzo de ser contado entre ellos; porque no soy digno, por ser el último de ellos, y uno nacido fuera de tiempo. Pero he obtenido misericordia para ser alguien, si llego a Dios. Mi espíritu os saluda, y el amor de las Iglesias que me han recibido en nombre de Jesucristo, y no como un simple transeúnte. Porque incluso aquellas Iglesias que no estaban cerca de mí en el camino, me han hecho avanzar, ciudad por ciudad.

X. Ahora os escribo estas cosas desde Esmirna, por los efesios, que son merecidamente muy felices. También está conmigo, junto con muchos otros, Crocus, uno muy querido por mí. En cuanto a los que me han precedido desde Siria a Roma por la gloria de Dios, creo que los conocéis; a quienes, pues, hacéis saber que estoy cerca. Porque todos ellos son dignos, tanto de Dios como de vosotros, y conviene que los reaniméis en todo. Os he escrito estas cosas el día antes de la novena de las calendas de septiembre. Que os vaya bien hasta el fin, en la paciencia de Jesucristo.

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Ignacio a los tralianos

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la santa Iglesia que está en Tralles, amada de Dios Padre y de Jesucristo, elegida y digna de Dios, poseedora de la paz por la carne y el Espíritu de Jesucristo, que es nuestra esperanza, en su pasión por la cruz y muerte, y en su resurrección, a la que también saludo en su plenitud, según la forma apostólica, y le deseo abundancia de felicidad.

I. Conozco que poseéis una mente intachable y sois firmes en paciencia, y eso no sólo para uso presente, sino como posesión permanente, como me ha mostrado Polibio, vuestro obispo, que ha venido a Esmirna por la voluntad de Dios Padre, y del Señor Jesucristo, su Hijo, con la cooperación del Espíritu, y simpatizó de tal modo en el gozo que yo, que estoy ligado a Cristo Jesús, poseo, que contemplé a toda vuestra multitud en Él. Habiendo, pues, recibido por medio de él el testimonio de vuestra buena voluntad según Dios, me glorifiqué al comprobar que erais seguidores de Jesucristo Salvador.

II. Estad sujetos al obispo como al Señor, porque "él vela por vuestras almas, como quien ha de dar cuenta a Dios” [Heb. 13:17]. Por lo cual también me parece que no vivís a la manera de los hombres, sino según Jesucristo, que murió por nosotros, para que, creyendo en su muerte, por el bautismo seáis hechos partícipes de su resurrección. Por tanto, es necesario que, hagáis lo que hagáis, no hagáis nada sin el obispo. Y estad también sujetos al presbítero, como a los apóstoles de Jesucristo, que es nuestra esperanza, en quien, si vivimos, seremos hallados en Él. Os incumbe también agradar en todo a los diáconos, que son ministros de los misterios de Cristo Jesús; porque no son ministros de la comida y de la bebida, sino servidores de la Iglesia de Dios. Están obligados, por tanto, a evitar todo motivo de acusación contra ellos, como evitarían un fuego ardiente. Que demuestren, pues, ser tales.

III. Y reverenciadlos como a Cristo Jesús, de quien son los guardianes, así como el obispo es el representante del Padre de todas las cosas, y los presbíteros son el sanedrín de Dios, y asamblea de los apóstoles de Cristo. Fuera de éstos no hay Iglesia elegida, ni congregación de santos, ni asamblea de santos. Estoy persuadido de que también vosotros sois de esta opinión. Porque he recibido la manifestación de vuestro amor, y aún la tengo conmigo, en vuestro obispo, cuya sola apariencia es altamente instructiva, y su mansedumbre en sí misma es un poder; a quien imagino que incluso los impíos deben reverenciar. Queriéndoos como os quiero, evito escribiros en tono más severo, para no parecer duro con nadie, ni falto de ternura. Ciertamente estoy obligado por Cristo, pero aún no soy digno de Cristo. Pero cuando me perfeccione, tal vez llegue a serlo. No doy órdenes como un apóstol.

IV. Pero yo me mido a mí mismo, para no perderme de jactancia, sino que es bueno gloriarse en el Señor [1 Cor. 1:31]. Y aunque yo fuese confirmado en las cosas que pertenecen a Dios, entonces me convendría ser más temeroso, y no prestar atención a los que vanamente me envanecen. Porque los que me elogian me azotan. En verdad deseo sufrir, pero no sé si soy digno de hacerlo. Porque la envidia del malvado no es visible para muchos, pero lucha contra mí. Tengo, pues, necesidad de mansedumbre, por la cual es abatido el diablo, príncipe de este mundo.

V. Pues ¿no podría escribiros cosas más llenas de misterio? Pero temo hacerlo así, no sea que os inflija injuria a vosotros, que no sois más que niños en Cristo. Perdonadme a este respecto, no sea que, no pudiendo recibir su pesado significado, os sintáis estrangulados por ellas. Porque aún yo, aunque estoy atado por Cristo, y soy capaz de entender las cosas celestiales, las órdenes angélicas, y las diferentes clases de ángeles y ejércitos, las distinciones entre poderes y dominios, y las diversidades entre tronos y autoridades, el poderío de los Æones y la preeminencia de los querubines y serafines, la sublimidad del espíritu, el reino del Señor y, sobre todo, la incomparable majestad de Dios Todopoderoso; aunque estoy familiarizado con estas cosas, no soy perfecto en modo alguno; ni soy tan discípulo como Pablo o Pedro. Porque aún me faltan muchas cosas, para no estar destituido de Dios.

VI. Por tanto, yo, aunque no yo, por amor a Jesucristo, "os ruego que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” [1 Cor. 1:10]. Porque hay algunos vanos habladores [Tit. 1:10] y engañadores, que no son cristianos, sino traidores a Cristo, enarbolando el nombre de Cristo con engaño, y "corrompiendo la palabra" [2 Cor. 2:17] del Evangelio; mientras que entremezclan el veneno de su engaño con su charla persuasiva, como si mezclaran acónito con vino dulce, para que así el que bebe, siendo engañado en su gusto por la gran dulzura de la bebida, pueda incautamente encontrar la muerte. Uno de los antiguos nos da este consejo: "Que no se llame bueno a quien mezcla el bien con el mal". Porque hablan de Cristo, no para predicar a Cristo, sino para rechazar a Cristo; y hablan de la ley, no para establecer la ley, sino para proclamar cosas contrarias a ella. Pues alejan a Cristo del Padre, y a la ley de Cristo. También calumnian Su nacimiento de la Virgen; se avergüenzan de Su cruz; niegan Su pasión; y no creen en Su resurrección. Presentan a Dios como un Ser desconocido; suponen que Cristo no es engendrado; y en cuanto al Espíritu, no admiten que exista. Algunos de ellos dicen que el Hijo es un mero hombre, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son sino la misma persona, y que la creación es obra de Dios, no por Cristo, sino por algún otro poder extraño.

VII. Estad, pues, en guardia contra tales personas, para que no admitáis un lazo para vuestras propias almas. Y actuad de modo que vuestra vida no ofenda a nadie, no sea que os convirtáis en "un lazo sobre una atalaya, y como una red tendida” [Os. 5:1]. Porque "el que no se cura a sí mismo en sus propias obras, es hermano del que se destruye a sí mismo" [Prov. 18:9 LXX]. Por lo tanto, si ustedes también desechan el engreimiento, la arrogancia, el desdén y la altivez, será su privilegio estar inseparablemente unidos a Dios, porque "Él está cerca de los que le temen” [Sal. 85:9]. Y dice Él: "¿A quién miraré, sino a aquel que es humilde y tranquilo, y que tiembla ante mis palabras?" [Isa. 66:2]. Y también vosotros reverenciad a vuestro obispo como al mismo Cristo, según os lo han ordenado los bienaventurados apóstoles. El que está dentro del altar es puro, por lo cual también obedece al obispo y a los presbíteros; pero el que está fuera es el que hace cualquier cosa fuera del obispo, de los presbíteros y de los diáconos. Tal persona está manchada en su conciencia, y es peor que un infiel. Porque, ¿qué es el obispo sino aquel que, más allá de todos los demás, posee todo poder y autoridad, hasta donde es posible que la posea un hombre, siendo una semejanza según el poder de Cristo ¿Y qué es el presbiterio sino una asamblea sagrada, los consejeros y asesores del obispo? ¿Y qué son los diáconos sino imitadores de Cristo, sirviendo al obispo, como Cristo al Padre, cumpliendo con él un ministerio puro e irreprochable, como el santo Esteban con el bienaventurado Santiago, Timoteo y Linus con Pablo, Anencio y Clemente con Pedro? Por lo tanto, el que no cede obediencia a tales, debe ser necesariamente alguien completamente sin Dios, un impío que desprecia a Cristo y deprecia sus nombramientos.

VIII. Os escribo estas cosas, no porque sepa que hay tales personas entre vosotros; es más, espero que Dios nunca permita que tal informe llegue a mis oídos, Él "que no escatimó a su Hijo por amor de su santa Iglesia” [Rom. 8:32]. Pero previendo las asechanzas del maligno, os armo de antemano con mis amonestaciones, como a mis amados y fieles hijos en Cristo, proporcionándoos los medios de protección contra la enfermedad mortal de los hombres ingobernables, por los cuales huis de la enfermedad referida por la buena voluntad de Cristo nuestro Señor. Vosotros, pues, vistiéndoos de mansedumbre, haceos imitadores de sus padecimientos y de su amor, con el cual Él nos amó cuando se dio a sí mismo en rescate por nosotros, para limpiarnos con su sangre de nuestra vieja impiedad, y darnos vida cuando estábamos a punto de perecer a causa de la depravación que había en nosotros. Por tanto, que ninguno de vosotros guarde rencor a su prójimo. Porque dice nuestro Señor: "Perdonad y se os perdonará" [Mt 6:14]. No deis ocasión a los gentiles, no sea que "por medio de unos pocos insensatos sea blasfemada la palabra y la doctrina de Cristo” [1 Tim. 6:1; Tit. 2:5]. Porque dice el profeta, como en la persona de Dios: "Ay de aquel por quien mi nombre es blasfemado entre los gentiles” [Isa. 52:5].

IX. Tapad, pues, vuestros oídos cuando alguien os hable en desacuerdo con Jesucristo, el Hijo de Dios, que descendió de David, y fue también de María; que verdaderamente fue engendrado de Dios y de la Virgen, pero no de la misma manera. En efecto, Dios y el hombre no son lo mismo. En verdad asumió un cuerpo; porque "el Verbo se hizo carne" [Jn 1:14] y vivió en la tierra sin pecado. Porque Él dice: "¿Quién de vosotros me acusa de pecado?" [Jn 8:46] En realidad, comió y bebió. Fue crucificado y murió bajo Poncio Pilato. Realmente, y no sólo en apariencia, fue crucificado y murió a la vista de los seres que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. Por los que están en el cielo me refiero a los que poseen naturalezas incorpóreas; por los que están en la tierra, a los judíos y romanos, y a las personas que estaban presentes en aquel momento en que el Señor fue crucificado; y por los que están debajo de la tierra, a la multitud que se levantó junto con el Señor. Porque dice la Escritura: "Muchos cuerpos de los santos que durmieron se levantaron" [Mt 27:52], siendo abiertos sus sepulcros. Descendió, en efecto, al Hades solo, pero se levantó acompañado de una multitud; y rompió ese medio de separación que había existido desde el principio del mundo, y derribó su muro de separación. También resucitó en tres días, resucitándole el Padre; y después de pasar cuarenta días con los apóstoles, fue recibido arriba al Padre, y "se sentó a su diestra, esperando hasta que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies" [Heb. 10:12-13]. El día de la preparación, pues, a la hora tercera, recibió la sentencia de Pilato, permitiendo el Padre que así sucediera; a la hora sexta fue crucificado; a la hora novena entregó el espíritu; y antes de la puesta del sol fue sepultado. Durante el sábado continuó bajo tierra en la tumba en la que lo había depositado José de Arimatea. Al amanecer del día del Señor se levantó de entre los muertos, de acuerdo con lo dicho por Él mismo: "Como estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así estará también el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra” [Mt 12:40]. El día de la preparación, pues, comprende la pasión; el sábado abarca la sepultura; el día del Señor contiene la resurrección.

X. Pero si, como dicen algunos que no tienen a Dios, es decir, los incrédulos, Él se hizo hombre en apariencia solamente, que en realidad no tomó para sí un cuerpo, que murió en apariencia meramente, y que en realidad no sufrió, entonces ¿por qué razón estoy ahora en prisiones, y anhelo luchar con las bestias salvajes? En tal caso, muero en vano, y soy culpable de falsedad contra la cruz del Señor. Entonces también el profeta en vano declara: "Mirarán a Aquel a quien traspasaron, y llorarán sobre sí mismos como sobre un ser amado” [Zac. 12:10]. Estos hombres, por lo tanto, no son menos incrédulos que los que lo crucificaron. Pero en cuanto a mí, no pongo mis esperanzas en quien murió por mí en apariencia, sino en realidad. Porque lo que es falso es muy aborrecible a la verdad. María, pues, concibió verdaderamente un cuerpo en el que habitaba Dios. Y Dios Verbo nació verdaderamente de la Virgen, revistiéndose de un cuerpo de pasiones semejantes a las nuestras. Aquel que forma a todos los hombres en el seno materno, estuvo Él mismo realmente en el seno materno, y se hizo un cuerpo de la semilla de la Virgen, pero sin ninguna relación con el hombre. Fue llevado en el vientre materno, como nosotros, durante el período habitual de tiempo; y nació realmente, como nosotros también nacemos; y en realidad participaba de comida y bebida comunes, tal como lo hacemos nosotros. Y cuando hubo vivido entre los hombres durante treinta años, fue bautizado por Juan, realmente y no en apariencia; y cuando hubo predicado el Evangelio durante tres años, e hizo señales y prodigios, Aquel que era Él mismo el Juez fue juzgado por los judíos, falsamente llamados así, y por Pilato el gobernador; fue azotado, fue herido en la mejilla, fue escupido; llevó una corona de espinas y un manto púrpura; fue condenado. Fue crucificado en realidad, y no en apariencia, no en imaginación, no en engaño. Realmente murió, y fue sepultado, y resucitó de entre los muertos, tal como oró en cierto lugar, diciendo: "Pero haz Tú, Señor, que yo resucite, y les daré mi recompensa” [Sal. 41:10]. Y el Padre, que siempre lo escucha, respondió y dijo: "Levántate, oh Dios, y juzga la tierra; porque recibirás a todas las naciones como herencia tuya” [Sal. 82:8]. El Padre, pues, que lo resucitó a Él, también nos resucitará a nosotros por medio de Él, sin el cual nadie alcanzará la verdadera vida. Porque Él dice: "Yo soy la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, aunque muera, vivirá para siempre” [Jn 11:25-26]. Huid, pues, de estas herejías impías, porque son invenciones del diablo, esa serpiente que fue la autora del mal, y que por medio de la mujer engañó a Adán, el padre de nuestra raza.

XI. Evitad también a esos malvados vástagos suyos (de Satanás), Simón, su hijo primogénito, y Menandro, y Basílides, y toda su perversa turba de seguidores, los adoradores de un hombre, a quien también el profeta Jeremías declara maldito. Huye también de los impuros Nicolaítas, falsamente llamados así, que son amantes del placer, y dados a discursos calumniosos. Evitad también a los hijos del maligno, Teódoto y Cleóbulo, que producen frutos mortíferos, de los cuales, si alguno los prueba, al instante muere, y no una muerte pasajera, sino eterna. Estos hombres no son la siembra del Padre, sino una prole maldita. Y dice el Señor: "Toda planta que mi Padre celestial no plantó, sea desarraigada" [Mt 15:13]. Porque si hubieran sido ramas del Padre, no habrían sido "enemigos de la cruz de Cristo" [Fil. 3:18], sino más bien de los que "mataron al Señor de gloria” [1 Cor. 2:8]. Pero ahora, al negar la cruz y avergonzarse de la pasión, cubren la transgresión de los judíos, esos luchadores contra Dios, esos asesinos del Señor; pues sería demasiado poco calificarlos simplemente de asesinos de los profetas. Pero Cristo os invita a participar de su inmortalidad, por su pasión y resurrección, en cuanto que sois sus miembros.

XII. Os saludo desde Esmirna, junto con las Iglesias de Dios que están conmigo, hombres que me han confortado en todas formas, tanto en la carne como en el espíritu. Mis ataduras, que llevo conmigo por Jesucristo os exhortan suplicando que yo pueda llegar a Dios. Manteneos en armonía entre vosotros y en la oración; porque a cada uno de vosotros, y especialmente a los presbíteros, corresponde refrescar al obispo, para honor del Padre, y para honor de Jesucristo y de los apóstoles. Os ruego con amor que me escuchéis, para que no sea yo, por haber escrito así, un testimonio contra vosotros. Y rogad también por mí, que tengo necesidad de vuestro amor, junto con la misericordia de Dios, para que se me considere digno de alcanzar la suerte a la que ahora estoy destinado, y para que no sea hallado reprobado.

XIII. Os saluda el amor de los esmirneanos y de los efesios. Acordaos de nuestra Iglesia que está en Siria, de la cual no soy digno de recibir mi apelativo, por ser el menor de ellos. Que os vaya bien en el Señor Jesucristo, mientras permanezcáis sujetos al obispo, y del mismo modo a los presbíteros y a los diáconos. Y, cada uno de vosotros, amaos los unos a los otros con un corazón indiviso. Mi espíritu os saluda, no sólo ahora, sino también cuando haya llegado a Dios; porque todavía estoy expuesto al peligro. Pero el Padre de Jesucristo es fiel para cumplir tanto mis peticiones como las vuestras: en quien podamos ser hallados sin mancha. Que me alegre de vosotros en el Señor.

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viernes, 15 de diciembre de 2023

Ignacio a los magnesios

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la Iglesia bendita en la gracia de Dios Padre, en Jesucristo nuestro Salvador, en quien saludo a la Iglesia que está en Magnesia, cerca del Meandro, y le deseo abundancia de felicidad en Dios Padre, y en Jesucristo, nuestro Señor, en quien vosotros tengáis abundancia de felicidad.

I. Habiendo sido informado de vuestro piadoso amor, tan bien ordenado, me regocijé grandemente, y determiné comulgar con vosotros en la fe de Jesucristo. Pues como alguien que ha sido considerado digno de un nombre divino y deseable, en esos lazos que me rodean, encomiendo a las Iglesias, en las que ruego por una unión tanto de la carne como del espíritu de Jesucristo, "que es el Salvador de todos los hombres, pero especialmente de los que creen" [1 Tim. 4:10]; por cuya sangre fuisteis redimidos; por quien habéis conocido a Dios, o más bien habéis sido conocidos por Él; en quien soportando, escaparéis a todos los asaltos de este mundo: porque "fiel es Él, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir” [1 Cor. 10:13].

II. Puesto que, pues, he tenido el privilegio de veros, por medio de Damas vuestro dignísimo obispo, y por medio de vuestros dignos presbíteros Bassus y Apolonio, y por medio de mi consiervo el diácono Socio, de cuya amistad puedo gozar siempre, en cuanto que él, por la gracia de Dios, está sujeto al obispo y al presbiterio, en la ley de Jesucristo, os escribo ahora a vosotros.

III. Ahora bien, también a vosotros os conviene no menospreciar la edad de vuestro obispo, sino rendirle toda reverencia, según la voluntad de Dios Padre, como he sabido que lo hacen incluso los santos presbíteros, no teniendo en cuenta la manifiesta juventud de su obispo, sino su conocimiento en Dios; por cuanto "no los ancianos son necesariamente sabios, ni los viejos entienden la prudencia; sino que hay espíritu en los hombres” [Job 32:8-9]. Porque Daniel el sabio, a los doce años de edad, fue poseído del Espíritu divino, y condenó a los ancianos, que en vano llevaban sus canas, de ser falsos acusadores, y de codiciar la hermosura de la mujer ajena. Samuel también, cuando era muy niño, reprendió a Elí, que tenía noventa años, por dar honor a sus hijos antes que a Dios [1 Sam. 3:1]. De la misma manera, Jeremías también recibió este mensaje de Dios: "No digas que soy un niño” [Jer. 1:7]. Salomón también, y Josías, ejemplificaron lo mismo. El primero, siendo hecho rey a los doce años de edad, dio ese juicio terrible y difícil en el caso de las dos mujeres con respecto a sus hijos [1 Re. 3:16]. El segundo, llegando al trono a los ocho años [2 Re. 22-23] derribó los altares y templos de los ídolos, y quemó las arboledas, porque estaban dedicadas a los demonios, y no a Dios. Y mató a los falsos sacerdotes, como corruptores y engañadores de los hombres, y no como adoradores de la Deidad. Por tanto, no se debe despreciar a la juventud cuando está consagrada a Dios. Pero ha de ser despreciado el que es de mente perversa, aunque sea viejo y lleno de días perversos. Timoteo el portador de Cristo era joven, pero escucha lo que su maestro le escribe: "Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra y conducta" [1 Tim. 4:12]. Conviene, pues, que vosotros también seáis obedientes a vuestro obispo, y no le contradigáis en nada; porque es cosa temible contradecir a una persona así. Porque nadie engaña con tal conducta al que es visible, sino que en realidad trata de burlarse del que es invisible, el cual, sin embargo, no puede ser burlado por nadie. Y todo acto semejante no tiene respeto al hombre, sino a Dios. Pues Dios dice a Samuel: "No se han burlado de ti, sino de Mí" [1 Sam. 8:7]. Y Moisés declara: "Porque su murmuración no es contra nosotros, sino contra el Señor Dios" [Ex. 16:8]. Ninguno de los que se levantaron contra sus superiores ha quedado impune. Porque Datán y Abiram no hablaron contra la ley, sino contra Moisés [Núm. 16:1], y fueron arrojados vivos al Hades. Coré también [Núm. 16:31], y los doscientos cincuenta que conspiraron con él contra Aarón, fueron destruidos por el fuego. También Absalón [2 Sam. 18:14], que había matado a su hermano, fue colgado de un madero, y su corazón maligno fue atravesado con dardos. De la misma manera fue decapitado Abeddadán por la misma razón. Uzías [2 Crón. 26:20], cuando presumió oponerse a los sacerdotes y al sacerdocio, fue herido de lepra. Saúl también fue deshonrado [1 Sam. 13:11], porque no esperó al sumo sacerdote Samuel. Os corresponde, pues, también a vosotros reverenciar a vuestros superiores.

IV. Conviene, pues, no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad. Porque no es el ser llamados así, sino el serlo realmente, lo que hace a un hombre bienaventurado. A los que en verdad hablan del obispo, pero hacen todas las cosas sin él, Aquel que es el verdadero y primer Obispo, y el único Sumo Sacerdote por naturaleza, les declarará: "¿Por qué me llamáis Señor, y no hacéis lo que yo digo?" [Lc 6:46]. Porque tales personas no me parecen poseedoras de buena conciencia, sino simples disimuladores e hipócritas.

V. Así pues, puesto que todas las cosas tienen un fin, y que la vida nos está reservada por nuestra observancia de los preceptos de Dios, pero la muerte es el resultado de la desobediencia, y que cada uno, según la elección que haga, irá a su propio lugar, huyamos de la muerte y elijamos la vida. Pues observo que entre los hombres se encuentran dos caracteres diferentes: uno verdadero y otro espurio. El hombre verdaderamente devoto es la clase de moneda correcta, sellada por Dios mismo. El hombre impío, en cambio, es moneda falsa, ilícita, espuria, falsificada, obrada no por Dios, sino por el diablo. No quiero decir que haya dos naturalezas humanas diferentes, sino que hay una sola humanidad, que unas veces pertenece a Dios y otras al diablo. Si alguien es verdaderamente religioso, es un hombre de Dios; pero si es irreligioso, es un hombre del diablo, hecho tal, no por naturaleza, sino por su propia elección. Los incrédulos llevan la imagen del príncipe de la maldad. Los creyentes poseen la imagen de su Príncipe, Dios Padre, y Jesucristo, por quien, si no estamos dispuestos a morir por la verdad en su pasión, Su vida no está en nosotros.

VI. Por tanto, puesto que en las personas antes mencionadas he contemplado a toda la multitud de vosotros en fe y amor, os exhorto a que procuréis hacer todas las cosas con una armonía divina, mientras vuestro obispo preside en lugar de Dios, y vuestros presbíteros en lugar de la asamblea de los apóstoles, junto con vuestros diáconos, que me son muy queridos, y están encargados del ministerio de Jesucristo. Él, habiendo sido engendrado por el Padre antes del principio de los tiempos, era Dios Verbo, el Hijo unigénito, y permanece el mismo para siempre; porque "de su reino no habrá fin" [Dan. 2:44; 7:14, 27], dice el profeta Daniel. Amémonos, pues, todos en armonía, y que nadie mire a su prójimo según la carne, sino en Cristo Jesús. No haya entre vosotros cosa alguna que os divida, sino estad unidos a vuestro obispo, estando por él sujetos a Dios en Cristo.

VII. Así como el Señor no hace nada sin el Padre, pues dice: "No puedo hacer nada por mí mismo" [Jn 5:30], así tampoco vosotros, ni presbíteros, ni diáconos, ni laicos, hagáis nada sin el obispo. Ni permitáis que os parezca encomiable cosa alguna que carezca de su aprobación. Porque todo eso es pecado y se opone a la voluntad de Dios. Reuníos todos en un mismo lugar para orar. Haya una súplica común, un mismo sentir, una misma esperanza, con fe intachable en Cristo Jesús, que nada hay más excelente. Acudid todos como un solo hombre al templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo, Sumo Sacerdote del Dios no engendrado.

VIII. No os engañéis con doctrinas extrañas, "ni atendáis a fábulas y a genealogías interminables” [1 Tim. 1:4], y a cosas en las cuales los judíos se jactan. "Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” [2 Cor. 5:17]. Porque si vivimos aún según la ley judía y la circuncisión de la carne, negamos haber recibido la gracia. Porque los profetas más divinos vivían según Jesucristo. También por esto fueron perseguidos, siendo inspirados por la gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el Todopoderoso, que se ha manifestado por Jesucristo su Hijo, que es su Palabra, no hablada, sino esencial. Porque Él no es la voz de un enunciado articulado, sino una sustancia engendrada por el poder divino, que ha agradado en todo al que le envió.

IX. Si, entonces, aquellos que estaban familiarizados con las antiguas Escrituras llegaron a una nueva esperanza, esperando la venida de Cristo, como el Señor nos enseña cuando dice: "Si hubierais creído a Moisés, me habríais creído a mí, porque él escribió de mí" [Jn 5:46]; y otra vez, "Vuestro padre Abraham se regocijó al ver mi día, y lo vio, y se alegró; porque antes que Abraham fuese, yo soy” [Jn 8:56, 58]; ¿cómo podremos vivir sin Él? Los profetas fueron sus siervos, y lo previeron por el Espíritu, y lo esperaron como su Maestro, y lo esperaron como su Señor y Salvador, diciendo: "Él vendrá y nos salvará” [Isa 35:4]. Por tanto, no guardemos más el sábado a la manera judía, ni nos gocemos en días de ociosidad; porque "el que no trabaja, no coma” [2 Tes. 3:10]. Porque dicen los santos oráculos: "Con el sudor de tu frente comerás tu pan” [Gen. 3:19]. Pero que cada uno de vosotros guarde el sábado de manera espiritual, gozándose en la meditación de la ley, no en el relajamiento del cuerpo, admirando la obra de Dios, y no comiendo cosas preparadas la víspera, ni usando bebidas tibias, y andando dentro de un espacio prescrito, ni hallando deleite en danzas y aplausos que no tienen sentido en ellos. Y después de la observancia del sábado, que todo amigo de Cristo guarde como una fiesta el día del Señor, el día de la resurrección, la reina y principal de todos los días de la semana. Mirando hacia el futuro, el profeta declaró: "Hasta el fin, para el octavo día" [Sl 6; 7], en el cual nuestra vida resucitó y se obtuvo la victoria sobre la muerte en Cristo, a quien niegan los hijos de perdición, los enemigos del Salvador, "cuyo dios es su vientre, que piensan en las cosas terrenales” [Fil. 3:18-19], que son "amadores de los placeres, y no amadores de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella" [2 Tim. 3:4]. Estos hacen mercadería de Cristo, corrompiendo su palabra, y entregando a Jesús a la venta: son corruptores de mujeres, y codiciosos de bienes ajenos, engullendo riquezas insaciablemente; ¡de los cuales seáis librados por la misericordia de Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo!

X. No seamos, pues, insensibles a su bondad. Porque si Él nos recompensara de acuerdo a nuestras obras, dejaríamos de serlo. Porque "si Tú, Señor, señalas las iniquidades, oh Señor, ¿quién permanecerá en pie?" [Sal. 130:3]. Demostremos, pues, que somos dignos del nombre que hemos recibido. Porque cualquiera que es llamado por otro nombre fuera de éste, no es de Dios; porque no ha recibido la profecía que habla así acerca de nosotros: "El pueblo será llamado con un nombre nuevo, con el que el Señor lo bautizará, y será un pueblo santo” [Isa. 62:2, 12]. Esto se cumplió primero en Siria; porque "los discípulos fueron llamados cristianos en Antioquía" [Hch. 11:26], cuando Pablo y Pedro estaban poniendo los cimientos de la Iglesia. Despojaos, pues, de la levadura mala, vieja y corrompida [1 Cor. 5:7], y transformaos en la nueva levadura de la gracia. Permaneced en Cristo, para que el enemigo no se enseñoree de vosotros. Es absurdo hablar de Jesucristo con la lengua, y abrigar en la mente un judaísmo que ya ha llegado a su fin. Porque donde hay cristianismo no puede haber judaísmo. Porque Cristo es uno en quien toda nación que cree y toda lengua que se confiesa es reunida en Dios. Y los que eran de corazón de piedra han llegado a ser hijos de Abraham, el amigo de Dios [Mt 3:9; Isa 41:8; Sant. 2:23]; y en su simiente han sido benditos [Gén. 28:14] todos los que fueron ordenados para vida eterna [Hch 13:48] en Cristo.

XI. Estas cosas os dirijo, amados míos, no es que sepa que alguno de vosotros se encuentre en tal estado; sino que, como siendo menos que cualquiera de vosotros, quisiera que estuvierais en guardia en todo tiempo, para que no caigáis en los lazos de la vana doctrina, sino que más bien alcancéis una plena seguridad en Cristo, que fue engendrado por el Padre antes de todos los siglos, pero que después nació de la Virgen María sin relación alguna con el hombre. Él también vivió una vida santa, y curó toda clase de enfermedades y dolencias entre la gente, e hizo señales y prodigios en beneficio de los hombres; y a aquellos que habían caído en el error del politeísmo les dio a conocer al único y verdadero Dios, Su Padre, y sufrió la pasión, y soportó la cruz a manos de los judíos asesinos de Cristo, bajo Poncio Pilato el gobernador y Herodes el rey. También murió, y resucitó, y subió a los cielos al que le envió, y está sentado a su diestra, y vendrá al fin del mundo, con la gloria de su Padre, para juzgar a los vivos y a los muertos, y para dar a cada uno según sus obras [2 Tim. 4:1; Rom. 2:6]. El que sabe estas cosas con plena certeza, y las cree, es feliz; así como vosotros sois ahora los amantes de Dios y de Cristo, en la plena certeza de nuestra esperanza, de la cual ninguno de nosotros se desvíe jamás.

XII. Que pueda gozar de vosotros en todos los aspectos, si en verdad soy digno. Porque aunque estoy preso, no soy digno de ser comparado con uno de vosotros que estáis en libertad. Sé que no os envanecéis, porque tenéis a Jesús en vosotros. Y tanto más cuando os alabo, sé que abrigáis modestia de espíritu; como está escrito: "El justo es su propio acusador" [Prov. 18:17 LXX]; y otra vez: "Declara primero tus iniquidades, para que seas justificado" [Isa 43:26]; y otra vez: "Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Siervos inútiles somos" [Lc 17:10]; "porque lo que es estimado entre los hombres es abominación a los ojos de Dios” [Lc 16:15]. Porque dice la Escritura: "Dios, sé propicio a mí, pecador” [Lc 18:13]. Por eso aquellos grandes, Abraham y Job, se llamaron a sí mismos "polvo y ceniza delante de Dios" [Gén. 18:27; Job 30:19]. Y David dice: "¿Quién soy yo delante de ti, Señor, para que me hayas glorificado hasta ahora?" [1 Crón. 17:16]. Y Moisés, que era "el más manso de todos los hombres" [Núm. 12:3], dice a Dios: "Soy de voz débil y lengua lenta" [Ex. 4:10]. Sed, pues, también vosotros de espíritu humilde, para que seáis enaltecidos; porque "el que se humilla será enaltecido, y el que se enaltece será humillado” [Lc 14:11].

XIII. Esforzaos, pues, por estar firmes en las doctrinas del Señor y de los apóstoles, para que así todas las cosas que hagáis prosperen, tanto en la carne como en el espíritu, en la fe y en el amor, con vuestro muy admirable obispo, y la corona espiritual bien compactada de vuestro presbiterio, y los diáconos que andan según Dios. Estad sujetos al obispo y unos a otros, como Cristo al Padre, para que haya entre vosotros unidad según Dios.

XIV. Sabiendo como sé que estáis llenos de Dios, sólo os he exhortado brevemente en el amor de Jesucristo. Tenedme presente en vuestras oraciones, para que pueda llegar a Dios; y recordar también a la Iglesia que está en Siria, de la cual no soy digno de ser llamado obispo. Porque tengo necesidad de vuestra oración unida en Dios y de vuestro amor, para que la Iglesia que está en Siria sea considerada digna de ser refrescada por vuestra Iglesia en Cristo.

XV. Los efesios de Esmirna (de donde también os escribo), que están aquí para gloria de Dios, como vosotros también, que en todo me habéis refrescado, os saludan, como también Policarpo. Las demás Iglesias, en honor de Jesucristo, también os saludan. Que os vaya bien en armonía, a vosotros que habéis obtenido el Espíritu firme en Cristo Jesús por voluntad de Dios.

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Ignacio de Antioquía

Ignacio (c. 50 - c. 100) fue obispo de la iglesia de Antioquía y discípulo directo del apóstol Juan. Fue condenado a morir por las fieras en Roma, en tiempos del emperador Trajano hacia el fin del primer siglo.

Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado. Tras un largo y peligroso viaje llegó a Esmirna, y desde allí escribió sus cuatro Epístolas a los efesios, a los magnesios, a los tralianos y a los romanos. De Esmirna llegó a Troas, y permaneciendo allí unos días, escribió a los filadelfianos, a los esmirniotas y a Policarpo.

No se sabe en qué año nació Ignacio ni tampoco en qué lugar. Se desconoce todo sobre su familia y las circunstancias en las cuales conoció el cristianismo. Se ignora también cuál fue su trayectoria dentro de la Iglesia. La primera noticia de sólida apariencia es que fue obispo de la ciudad de Antioquía. Lo afirma el propio Ignacio en una de sus cartas. Lo aseveran Eusebio y otros Padres de la Iglesia, y así se le considera actualmente. Es un dato relevante, pues el episcopado de Antioquía era uno de los más prestigiosos de la cristiandad.

CONTENIDO DE LA OBRA

- Epístola a los efesios

- Epístola a los magnesios

- Epístola a los tralianos

- Epístola a los romanos

- Epístola a los filadelfianos

- Epístola a los esmirniotas

- Epístola a Policarpo