He
aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no
prostituirás a los niños (Didaché 80-140 d.C.)
El
fin más inmediato del matrimonio es el de procrear hijos, aunque el fin más
pleno sea el de procrear buenos hijos… (Clemente de Alejandría 195 d.C.)
Porque
no hay que echar la semilla sobre las piedras, ni hay que hacer ultraje al
semen, que es la sustancia principal de la generación, en la que se contienen
los principios racionales de la naturaleza: hacer ultraje a estos principios
racionales, depositándolos irracionalmente en vasos contrarios a la naturaleza,
es cosa de todo punto impía...
El
matrimonio ha de tenerse por cosa legítima y bien establecida, pues el Señor
quiere que los hombres se multipliquen. Pero no dice el Señor «entregaos al
desenfreno», ni quiso que los hombres se entregaran al placer, como si hubieran
nacido sólo para el coito. Oigamos la amonestación que nos hace el Pedagogo por
boca de Ezequiel, cuando grita: «Circuncidad vuestra fornicación» (Ezequiel 43:9;
44:7). Hasta los animales irracionales tienen su tiempo establecido para la
inseminación. Unirse con otro fin que el de engendrar hijos es hacer ultraje a
la naturaleza… (Clemente de Alejandría 195 d.C.)
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