Porque
si nos desprendemos de estos goces y vencemos nuestra alma, rehusando dar
satisfacción a sus concupiscencias, seremos partícipes de la misericordia de
Jesús. (Segunda Clemente - 150 d.C.)
Pero
los justos, habiendo obrado bien y sufrido tormentos y aborrecido los placeres
del alma, cuando contemplen a los que han obrado mal y negado a Jesús con sus
palabras y con sus hechos, cuando sean castigados con penosos tormentos en un
fuego inextinguible, darán gloria a Dios, diciendo: Habrá esperanza para aquel
que ha servido a Dios de todo corazón. (Segunda Clemente - 150 d.C.)
…mirando
al cielo Policarpo dijo: «Oh Señor Dios Todopoderoso… te bendigo porque me has
concedido este día y hora para que pueda recibir una porción entre el número de
los mártires en la copa de [tu] Cristo en la resurrección de vida eterna, tanto
del alma como del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo. (Martirio
de Policarpo - 155 d.C.)
Así
ha sucedido que el bienaventurado Policarpo, habiendo recibido el martirio en
Esmirna con los de Filadelfia, doce en conjunto, es recordado de modo especial
más que los otros por todos, de manera que se habla de él incluso entre los
paganos en todas partes; porque mostró no sólo que era un maestro notable, sino
también un mártir distinguido, cuyo martirio todos desean imitar, viendo que
fue según el modelo del Evangelio de Cristo. (Martirio de Policarpo - 155 d.C.)
En
una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el
mundo. El alma se desparrama por todos los miembros del cuerpo, y los
cristianos por las diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el
cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada
en el mundo, y aun así no son del mundo. El alma que es invisible es guardada
en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del
mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible. La carne aborrece al
alma y está en guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le es
prohibido permitirse placeres; así el mundo aborrece a los cristianos, aunque
no recibe ningún daño de ellos, porque están en contra de sus placeres. El alma
ama la carne, que le aborrece y (ama también) a sus miembros; así los
cristianos aman a los que les aborrecen. El alma está aprisionada en el cuerpo,
y, con todo, es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos son
guardados en el mundo como en una casa de prisión, y, pese a todo, ellos mismos
preservan el mundo. El alma, aunque en sí inmortal, reside en un tabernáculo
mortal; así los cristianos residen en medio de cosas perecederas, en tanto que
esperan lo imperecedero que está en los cielos. El alma, cuando es tratada
duramente en la cuestión de carnes y bebidas, es mejorada; y lo mismo los
cristianos cuando son castigados aumentan en número cada día. Tan grande es el
cargo al que Dios los ha nombrado, y que miles es legítimo declinar. (Carta a Diogneto
- 125-200)
Nuestra
alma, no es por sí misma inmortal, sino mortal. Pero es también capaz de la
inmortalidad. Si no conoce la verdad, muere y se disuelve con el cuerpo, pero
resucita luego juntamente con el cuerpo en la consumación del mundo, para
recibir como castigo una muerte inmortal. Por el contrario, si ha alcanzado el
conocimiento de Dios, no muere por más que por el momento se disuelva (con el
cuerpo). En efecto, por sí misma el alma es tinieblas, y no hay nada luminoso
en ella, que es, sin duda, lo que significa aquello: «Las tinieblas no
aprehenden la luz» (Juan 1:5). Porque no es el alma por sí misma la que salva
al espíritu, sino la que es salvada por él. Y la luz aprehendió a las
tinieblas, en el sentido de que el Verbo es la luz de Dios, mientras que las
tinieblas son el alma ignorante. Por esto, cuando vive sola, se inclina hacia
abajo hacia la materia y muere con la carne; pero cuando alcanza la unión con
el Espíritu de Dios ya no se encuentra sin ayuda, sino que puede levantarse a
las regiones hacia donde le conduce el Espíritu. Porque la morada del Espíritu
está en lo alto, pero el origen del alma es de abajo. En un principio, el
Espíritu era compañero del alma: pero ésta no quiso seguir al espíritu, y éste
la abandonó. Mas ella, que conservaba, como un resplandor del poder del
espíritu, y que separada de él ya no podía contemplar lo perfecto, andaba en
busca de Dios, y se modeló extraviada muchos dioses, siguiendo a los demonios
embusteros. Por otra parte, el Espíritu de Dios no está en todos los hombres,
sino sólo con algunos que viven justamente, en cuya alma se hace presente y con
la cual se abraza y por cuyo medio, con predicciones, anuncia a las demás almas
lo que está escondido. Las que obedecen a la sabiduría, atraen a sí mismas el
espíritu que les es congénito; pero las que no obedecen y rechazan al que es
servidor del Dios que ha subido, lejos de mostrarse como religiosas se muestran
más bien como almas que hacen la guerra a Dios. (Taciano - 160 d.C.)
Cuando
el cuerpo está en reposo y adormecido, el alma ve y obra en sueños, y se
recuerda de muchas de estas cosas en comunión con el cuerpo; por eso, una vez
despierto, puede indicar, incluso después de algún tiempo, lo que ha
experimentado en el sueño… (Ireneo - 180 d.C.)
El
cuerpo, en efecto, no es más sólido que el alma, pues de ella recibe el soplo,
la vida, el desarrollo y el mantenerse unido; sino que el alma posee y gobierna
el cuerpo. Como el cuerpo participa de su movimiento, la detiene en su rapidez,
pero no le hace perder su conocimiento. El cuerpo se asemeja a un instrumento,
mas el alma es como el artista. Y un artista rápidamente concibe una obra, pero
la realiza más lentamente usando su instrumento, por la inmovilidad de éste: se
mezclan, pues, la rapidez del artista con la torpeza del instrumento, y de esa
manera la obra toma tiempo. De modo semejante el alma participa de los
impedimentos del cuerpo con el que está unida, pero sin perder absolutamente
sus capacidades; así como, comunicando al cuerpo su vida, ella misma no la
pierde. De modo parecido, mientras ella hace a su cuerpo partícipe de muchas
otras cosas, ella misma no pierde ni su conocimiento ni la memoria de lo que ha
experimentado. (Ireneo - 180 d.C.)
El
alma y cuerpo están unidos por la sangre… (Ireneo - 180 d.C.)
Pues
el alma y el Espíritu pueden ser partes del hombre, pero no todo el hombre;
sino que el hombre perfecto es la mezcla y unión del alma que recibe al Espíritu
del Padre, y mezclada con ella la carne, que ha sido creada según la imagen de
Dios… Pero este Espíritu se une a la criatura al mezclarse con el alma; y así
por la efusión del Espíritu, el hombre se hace perfecto y espiritual: y éste es
el que ha sido hecho según la imagen y semejanza de Dios (Ireneo - 180 d.C.)
No
es que la sola carne creada sea de por sí el hombre perfecto, sino que es sólo
el cuerpo del hombre y una parte suya. Pero tampoco sola el alma es ella misma
el hombre; sino que es sólo el alma del hombre y una parte del hombre. Ni el
Espíritu es el hombre: pues se le llama Espíritu y no hombre. Sino que la unión
y mezcla de todos éstos es lo que hace al hombre perfecto. Por eso el Apóstol,
manifestándose a sí mismo, explicó que el hombre espiritual y perfecto es el
que se salva, según afirma en la primera Epístola a los Tesalonicenses: «El
Dios de la paz les santifique y haga perfectos, y que todo su ser, Espíritu,
alma y cuerpo, permanezcan sin mancha hasta la venida del Señor Jesucristo»…Son,
pues, perfectos quienes tuviesen en sí de modo permanente al Espíritu de Dios,
conservando sin mancha el cuerpo y el alma. Al decir «de Dios», se refiere a
los que conservan la fe en Dios, y mantienen la justicia respecto a su
prójimo…. (Ireneo - 180 d.C.)
¿Cuáles
son estos cuerpos mortales? ¿Acaso las almas? Pero las almas son incorpóreas,
en comparación con nuestros cuerpos mortales: en el hombre Dios «sopló sobre su
cara el soplo de vida, y el hombre se convirtió en alma viviente» (Génesis
2,7). Este es el soplo de la vida no corpórea. Ni siquiera ellos pueden tachar
de mortal al alma, que es el soplo de vida. Por eso David dice: «Y mi alma
vivirá para Dios» (Salmos 22[21]:31), refiriéndose a la substancia inmortal que
en él habitaba. Tampoco pueden ellos llamar al Espíritu un cuerpo mortal… (Ireneo
- 180 d.C.)
Porque
morir consiste en perder la respiración y la fuerza vital, y convertirse en un
ser inmóvil e inanimado, para retornar a aquellos elementos de los cuales al
inicio sacó su substancia. Esto no puede sucederle al alma, que es el soplo de
vida; ni al Espíritu, que no es compuesto sino simple, y así no puede
disolverse, sino que, por el contrario, es él la vida de aquellos que de él
participan. Lo único que queda, pues, es que la muerte se refiera a la carne.
Esta, una vez que el alma se aparta, queda inanimada y sin respiración, y poco
a poco se disuelve en la tierra de la que fue sacada. Esta, pues, es la mortal…
(Ireneo - 180 d.C.)
Pero
¿para qué sirve conocer la verdad de palabra si se profana el cuerpo y se
realizan acciones degradantes? ¿De qué sirve la santidad del cuerpo si la
verdad no anida en el alma? Ambos, pues, se alegran de estar juntos, están
aliados y luchan mano a mano para llevar al hombre a la presencia de Dios… (Ireneo
- 180 d.C.)
Y así, una vez completo el número que él mismo ha
determinado, todos los que están inscritos en el libro de la vida resucitarán,
con su propio cuerpo y alma y con el propio espíritu con los cuales agradaron a
Dios. En cambio los que merecieron el castigo irán a él, con el alma y el
cuerpo con los cuales se alejaron de la bondad divina. Entonces ya no
engendrarán hijos ni éstos nacerán, ni se casarán, ni habrá matrimonio, pues
estará completo el número de los seres humanos que Dios eligió de antemano,
para cumplir en todo el plan del Padre… De modo muy completo el Señor enseñó
que no se conservan las almas pasando de cuerpo en cuerpo; sino también que
ellas conservan la personalidad del cuerpo para el cual fueron hechas, y se acuerdan
de las obras que acá realizaron o dejaron de realizar. Cuando relata lo que
está escrito acerca del rico y de Lázaro que descansaba en el seno de Abraham,
dice que el rico, después de la muerte, reconoció a Lázaro y a Abraham y
recordó el puesto que cada uno de ellos había tenido, y le rogó que enviara en
su auxilio a Lázaro, al que no había querido hacer participar de su mesa; y
luego la respuesta de Abraham, que no sólo sabía lo que él era, sino también el
rico; y que más les servía escuchar a Moisés y a los profetas que recibir el
anuncio de algún resucitado de la muerte, a aquellos que no quisieran llegar a
aquel lugar de castigo… (Ireneo - 180 d.C.)
Por
su generosidad Dios dio a conocer al ser humano el bien de la obediencia y el
mal de la desobediencia, a fin de que el ojo de su alma por propia experiencia
pueda elegir juzgando lo que es mejor, y nunca descuide por pereza el mandato
divino… (Ireneo - 180 d.C.)
Más
bien, cada uno de nosotros, así como por el arte de Dios ha recibido su cuerpo,
así también de él ha recibido su alma. Porque Dios no es ni tan pobre ni tan
indigente que sea incapaz de dar a cada cuerpo su alma, así como sus caracteres
distintivos… (Ireneo - 180 d.C.)
Así
como el cuerpo animado no es él mismo el alma, sino que participa del alma mientras
Dios lo quiera, así también el alma no es la vida misma, sino que participa de
la vida que Dios ha querido concederle. Por eso la palabra profética dice
acerca del primer hombre plasmado: «Fue hecho alma viviente». Con esto nos
enseñó que el alma vive al participar de la vida, de modo que una cosa se
entiende por alma y otra por vida. Es, pues, Dios quien otorga la vida y la
duración perpetúa; le es posible conceder esa vida perpetua a almas que antes
no existían, si Dios quiere que existan y que sigan viviendo. (Ireneo - 180
d.C.)
¿Quieren
esta prueba por el testimonio del alma que tienen dentro del cuerpo? Esa alma,
pues, aunque presa en esa cárcel, cercada de falsas doctrinas, enflaquecida con
tantas torpezas, cautiva por la tiranía de los falsos dioses, cuando vuelve en sí,
cuando despierta de una embriaguez, cuando recobra el vigor perdido, como el
convaleciente que escapó de la enfermedad peligrosa, con un impulso natural a
Dios, llamándole uno, verdadero y grande voz común de todos: Dios me hizo este
favor… (Tertuliano - 197 d.C.)
Por
esto han de presentarse también los cuerpos (en el día de Juicio); que el alma
sola sin materia, esto es, sin carne, no padece penas corporales, y porque si
las almas han de ser juzgadas de las obras que hicieron con dependencia del
cuerpo, es bien sea el cuerpo examinado del servicio que hizo al alma… (Tertuliano
- 197 d.C.)
…la
muerte no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo, la vida, que es
lo contrario de la muerte, no se puede definir más que como la unión del cuerpo
y del alma. Si la separación de las dos sustancias se produce simultáneamente
por la muerte, la ley de su unión nos obliga a pensar que la vida llega
simultáneamente a las dos sustancias. Mantenemos, pues, que la vida empieza en
la concepción, pues defendemos que el alma existe desde este momento, y el
principio de la vida es el alma. Simultáneamente se une para la vida, lo que
simultáneamente se separa en la muerte... (Tertuliano - 197 d.C.)
...Ninguna
alma puede conseguir la salvación si no creyó mientras vivía en la carne: tan
verdad es que la carne es el quicio sobre el que gira la salvación. Cuando Dios
atrae a sí al alma, es la carne la que permite que el alma pueda ser atraída
por Dios. La carne es lavada, para que el alma quede purificada. La carne es
ungida, para que el alma quede consagrada. La carne es sellada, para que el
alma quede protegida. La carne recibe la sombra de la imposición de las manos,
para que el alma quede iluminada por el Espíritu. La carne se alimenta con el
cuerpo y la sangre de Cristo, para que el alma quede cebada de Dios. Por tanto,
no se puede separar en el premio lo que colaboró en un solo trabajo. Los
sacrificios agradables a Dios —me refiero a la aflicción del alma, los ayunos,
la abstinencia y todas las molestias anejas a estas prácticas—es la carne la
que los realiza una y otra vez, a costa propia... (Tertuliano - 197 d.C.)
…en
aquello más esencial que procede del mismo Dios, esto es, el alma, que ha
recibido el sello del ser divino en lo que se refiere a la libertad de arbitrio
y de decisión. De no ser así, no se hubiese impuesto una ley a un ser que no
habría sido capaz de prestar un obsequio libre a esta ley; ni se hubiera
señalado castigo de muerte a la transgresión de la misma, si no se hubiera dado
por supuesto que había en el hombre libertad para despreciar la ley. (Tertuliano
- 197 d.C.)
Lo
mismo sucede con el bien en el alma que está ahogada en el mal: según sea éste,
el bien o desaparece del todo o surge como un rayo de luz por donde encuentra
un espacio libre. Así, hay hombres pésimos y hombres muy buenos, aunque las
almas son todas de una misma especie. Y en los peores hay algo bueno, y en los
mejores algo malo. Sólo Dios no tiene pecado, y entre los hombres sólo Cristo
no tiene pecado, porque es Dios... No hay ninguna alma sin pecado, porque
ninguna hay que no guarde una semilla de bien. Por esto, cuando el alma se
convierte a la fe y es restaurada en su segundo nacimiento por el agua y por el
poder de arriba, se le quita el velo de su corrupción original y logra ver la
luz en todo su esplendor. Entonces es recibida por el Espíritu Santo, de la
misma manera que en el primer nacimiento había sido acogida por el espíritu
inmundo. Y la carne sigue al alma en sus nupcias con el Espíritu como una dote,
y se convierte en sierva, no del alma, sino del Espíritu… (Tertuliano - 197
d.C.)
Definimos
el alma humana como nacida del soplo de Dios, inmortal, incorpórea, de forma
humana, simple en su sustancia, consciente de sí misma, capaz de seguir varios
cursos, dotada de libre arbitrio, sometida a circunstancias externas, mudable
en sus capacidades, racional, dominadora, capaz de adivinación y procedente de
un tronco común… (Tertuliano - 197 d.C.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario