Te
acordarás, de noche y día, del día del juicio, y buscarás cada día las personas
de los santos. Ya en el ministerio de la palabra, y caminando para consolar y
meditando para salvar un alma por la palabra, ya ocupado en oficio manual,
trabajarás para rescate de tus pecados. (Bernabé 150 d.C.)
La
obra no es ya de persuasión, sino que el cristianismo tiene más poder, siempre
cuando sea aborrecido por el mundo. (Ignacio 50-100 d.C.)
No
seas participe en las obras malas sino mas bien predica en contra de ellas. (Ignacio
50-100 d.C.)
Entonces
el ángel me dijo a mí: «Pórtate como un hombre en este servicio; declara a
todos las poderosas obras del Señor, y tendrás favor en este ministerio. Todo
el que anda en sus mandamientos, pues, vivirá y será feliz en su vida; pero
todo el que los descuida, no vivirá y será desgraciado en su vida. Encarga a
todos los hombres que pueden obrar rectamente que no cesen en la práctica de
las buenas obras; porque es útil para ellos… (Hermas 150 d.C.)
Entre
nosotros fácilmente podrán encontrar gentes sencillas, artesanos, que si de
palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión,
muestran con las obras que han hecho una elección buena. Porque no se dedican a
aprender discursos de memoria, sino que manifiestan buenas acciones: no hieren
al que los hiere, no llevan a los tribunales al que les despoja, dan a todo el
que pide y aman al prójimo como a sí mismos… (Atenágoras 177 d.C.)
Porque
no está nuestra religión en cuidados discursos, sino en la demostración y la
enseñanza de las obras… (Atenágoras 177 d.C.)
No
estoy acostumbrado a escribir ni domino el arte de hablar; pero, impulsados por
la caridad, exponemos a ti y a los tuyos las doctrinas que hasta ahora se
mantenían ocultas y que por la gracia de Dios ahora salen a la luz del día:
«Nada hay escondido que no se descubra, y nada oculto que no llegue a saberse»
(Mateo 10:26). Te suplico que no me pidas que te escriba con un arte que no he
aprendido, porque vivo entre los Celtas y de ordinario tengo que expresarme en
una lengua bárbara; ni tengo la facilidad de un escritor, pues no me he
ejercitado; ni sé hablar con discursos elegantes o persuasivos; sino que te
suplico recibas con amor lo que he escrito con amor, de manera sencilla, sin
más adornos que la verdad y la sinceridad. (Ireneo 180 d.C.)
Pero
ellos (Los Herejes), y a mi juicio con toda razón, no quieren enseñar
abiertamente a todos, sino sólo a quienes pueden pagar bien por tales
misterios. Pues estas cosas no se parecen a aquéllas de las que dijo el Señor:
«Den gratis lo que gratis han recibido» (Mateo 10:8). (Ireneo 180 d.C.)
¿Qué
médico, si quiere curar al enfermo, le da la medicina que a éste le gusta y no
la adecuada para devolverle la salud? Y que el Señor vino como médico de los
enfermos, él mismo lo dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los
enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se
arrepientan». ¿Cómo se aliviarán estos enfermos? ¿Y cómo se arrepentirán los
pecadores? ¿Acaso manteniéndose en su estado? ¿No será más bien por un cambio a
fondo y alejándose de su anterior modo de vivir en la transgresión, que provocó
en ellos esa grave enfermedad y tantos pecados? (Ireneo 180 d.C.)
Porque
en todas partes la Iglesia predica la verdad, y es el candelabro de las siete
lámparas que porta la luz de Cristo… (Ireneo 180 d.C.)
Los
cristianos no descuidan posibilidad alguna de sembrar el Evangelio en todas
partes de la tierra. Algunos se han afanado por recorrer no sólo las ciudades,
sino también los pueblos y aldeas para convertir a los demás al culto de Dios.
Nadie dirá que hicieran esto con afán de enriquecerse, ya que muchas veces ni
siquiera aceptan lo necesario para su alimento; y si alguna vez se ven forzados
a ello por su necesidad, se contentan con lo indispensable, por más que muchos
quieran compartir con ellos y entregarles más de lo necesario… (Orígenes 225
d.C.)
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