Pero
les amonesto de estas cosas, queridos, sabiendo que piensan lo mismo que yo. No
obstante, estoy velando siempre sobre ustedes para protegeros de las fieras en
forma humana —hombres a quienes no sólo no deberían recibir, sino, si fuera
posible, ni tan sólo tener tratos [con ellos]; sólo orar por ellos, por si
acaso se pueden arrepentir—. (Ignacio 50-100 d.C.)
Así
pues, los que contradicen el buen don de Dios perecen por ponerlo en duda. Pero
sería conveniente que tuvieran amor, para que también pudieran resucitar. Es,
pues, apropiado, que se abstengan de los tales, y no les hablen en privado o en
público; sino que presten atención a los profetas, y especialmente al
Evangelio, en el cual se nos muestra la pasión y es realizada la resurrección. (Ignacio
50-100 d.C.)
Si
alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado,
hablándoles en su propia lengua, ellos de inmediato cerrarían los oídos y
huirían muy lejos, pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación
blasfema. (Ireneo 180 d.C.)
De
todos estos es necesario alejarse, y en cambio adherirse a aquellos que, como
hemos dicho, conservan la doctrina de los Apóstoles en el orden de los
presbíteros, que ofrecen una palabra sana y observan una conducta irreprochable
(Tito 2:8) para edificar y corregir a los demás… (Ireneo 180 d.C.)
Si
alguno ha delinquido en pecado atroz o enorme, es desterrado de la oración, de
la Iglesia y del tratado de aquella santa compañía. Este castigo es tan
espantoso que parece un ensayo del juicio final, en que Cristo apartará lejos
de si los condenados. (Tertuliano 197 d.C.)
Todo
el que se separa de la Iglesia, se une a una adúltera, se separa de las
promesas de la Iglesia, es un extraño, un excomulgado, un enemigo… (Cipriano 250
d.C.)
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