lunes, 20 de abril de 2015

La Iglesia y el Estado


El procónsul dijo: «Convence al pueblo.» Pero Policarpo contestó: «En cuanto a ti, he considerado que eres digno de hablarte; porque se nos ha enseñado a rendir honor como es debido a los príncipes y autoridades designadas por Dios, salvo que no sea en nuestro perjuicio; pero en cuanto a éstos, no los considero dignos de que tenga que defenderme delante de ellos.» (Martirio de Policarpo 155 d.C.)  

Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña… Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. (Epístola a Diogneto 125-200 d.C.)  

En cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes que nadie procuramos pagarlos a quienes vosotros habéis designado para ello en todas partes: así se nos enseñó. Cuando se le acercaron algunos para preguntarle si había que pagar el tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Den, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:20-21). Por eso, sólo adoramos a Dios, pero en todo lo demás os servimos a ustedes con gusto, reconociendo que son emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que, junto con el poder imperial, se advierta que también son hombres de prudente juicio. (Justino Mártir 160 d.C.)  

¿Por qué se empeñan, oh griegos, en que, como en lucha de pugilato, choquen las instituciones del Estado contra nosotros? Si no quiero seguir las costumbres de ciertas gentes, ¿por qué he de ser odiado como el ser más abominable? El emperador manda pagar tributos, y yo estoy dispuesto a hacerlo. Mi amo quiere que le esté sujeto y le sirva, y yo reconozco esta servidumbre. Porque, en efecto, al hombre se le ha de honrar humanamente, pero temer sólo se ha de temer a Dios, que no es visible a los ojos humanos ni es por arte alguna comprensible. Sólo si se me manda negar a Dios no estoy dispuesto a obedecer, sino que antes sufriré la muerte, para no declararme mentiroso y desagradecido. (Taciano 160 d.C.)  

Yo no deseo ser un rey. No anhelo ser rico. Rechazo toda posición militar. Detesto la fornicación. No soy llevado por un amor insaciable de ganancias [financieras] para hacerme a la mar. No compito por una corona. Estoy libre de una sed excesiva por la fama. Desprecio la muerte. (…) ¡Mueran al mundo, repudiando la locura que hay en él! ¡Vivan para Dios! (Tatiano 160 d.C.)  

(Escrito por un crítico pagano del cristianismo)…es que si todos los demás hiciesen como ustedes, nada impediría que el Emperador se quedase en solitario y abandonado y el mundo entero se tornaría presa de los bárbaros más salvajes y más groseros. (Celso 178 d.C.)  

No tenemos nación alguna en la tierra. Por tanto, podemos despreciar las posesiones terrenales. (Clemente de Alejandría 195 d.C.)  

A un soldado de la autoridad civil se le debe enseñar a que no mate a los hombres y a que se niegue a hacerlo si se le ordenara, y también a negarse a prestar juramento. Si él no está dispuesto a cumplir, se le debe rechazar para el bautismo. Un comandante militar o un juez de la corte que esté activo tienen que renunciar o ser rechazado. Si un candidato o un creyente busca convertirse en soldado, tendrá que ser rechazado por haber despreciado a Dios. (Hipólito 170 -236 d.C.)  

Todo celo en la búsqueda de gloria y honor está muerto en nosotros. De modo que nada nos presiona a participar en sus reuniones públicas. Además, no hay otra cosa más totalmente ajena a nosotros que los asuntos del estado. Reconocemos un único dominio que lo abarca todo; el mundo. Renunciamos a todos los espectáculos de ustedes. (Tertuliano 197 d.C.)  

¿Cuáles cosas serán de Dios si todas las cosas son del César? (Tertuliano 197 d.C.)  

Nosotros invocamos por la salud del emperador a Dios eterno, a Dios verdadero, a Dios vivo, a quien ellos mismos, más que a otros dioses, desean tener propicio. Conocen que el que les dio el imperio les puede dar la salud, y que sólo puede conservar la vida de los hombres el que les dio el alma con que viven… Así está orando en comunidad nuestra santa compañía, pidiendo a Dios por todos los emperadores larga vida, imperio quieto, palacio seguro, ejércitos fuertes, Senado leal, pueblo honrado, inundo pacífico, que es todo lo que desean los emperadores como públicos ministros y particulares personas… Así estamos con esta postura rogando a Dios por los emperadores. Venga, pues, abran las uñas de hierro brechas en las carnes; clávennos en altas cruces; laman las lenguas de fuego; degüellen los alfanjes; acométannos con brío feroz las fieras; que aquella disposición y figura con que ruega a Dios el cristiano, es un aparejo para todo linaje de muerte; es postura que desafía los tormentos. Continúen presidentes buenos, atiendan a la persecución, atormenten la vida de los que así ruegan por la salud del César, y llamad a la verdad de la oración delito, a la devoción superstición, crimen la postura… (Tertuliano 197 d.C.) 

…los cristianos tienen precepto para redundancia de la benignidad de rogar a Dios por sus enemigos, y de pedir favores para los que les persiguen. Los que tienen, pues, precepto de rogar a Dios por sus enemigos, sin duda rogarán cuidadosamente por los emperadores… Y no sólo debemos rogar por ellos a título de enemigos, sino porque expresamente, señalando sus nombres, nos manda nuestra ley rogar a Dios por los príncipes. «Rueguen, dice, por los reyes, por las potestades, para que viva en tranquilidad la república.» Y debemos cuidar mucho de este precepto, porque en su provecho tiene fiador nuestra importancia… (Tertuliano 197 d.C.) 

Pero quería en este segundo crimen de lesa Majestad de que nos acusan como de segundo sacrilegio, porque no celebramos los días solemnes del César con ese modo que inventó, no la razón, sino el deleite, y no lo sufre ni la modestia, ni la vergüenza, ni la honestidad, mostrar la verdad y vuestra fe, por si acaso los hallare yo aun en eso peores que los cristianos que llamáis indevotos de los romanos y públicos enemigos de los emperadores… (Tertuliano 197 d.C.) 

Pero nuestra junta no tiene estos peligros; que si los cristianos son hombres de hielo, para las honras y dignidades no necesitan de ir al Senado, ni a otra junta a pretender tumultuosamente cargos apadrinados con la violencia de los votos. No acude el cristiano al Consistorio por su interés; para él todo el mundo es su república, todos los hombres son ciudadanos; con igualdad mira el público negocio y el ajeno… (Tertuliano 197 d.C.) 

Nuestras oraciones derrotan a todos los demonios que provocan la guerra. Esos demonios también hacen que las personas violen sus juramentos y alteren la paz. Así pues, de esta manera, nosotros somos mucho más útiles a los reyes que aquellos que van al campo de batalla para pelear por ellos. Y también tomamos parte en los asuntos públicos cuando sumamos los ejercicios de abnegación a nuestras oraciones y meditaciones justas, las cuales nos enseñan a despreciar los placeres y a no dejarnos llevar por ellos. De manera que nadie lucha mejor por el rey que nosotros. En realidad, nosotros no peleamos bajo su mando, aun si nos lo exigiera. Sin embargo, peleamos a su favor, formando un ejército especial, un ejército de santidad, por medio de nuestras oraciones a Dios. Y si él deseara que “dirigiéramos ejércitos en defensa de nuestro país”, sepa que también hacemos esto. Y no lo hacemos con el objetivo de ser vistos por los hombres o por vanagloria. Ya que en secreto, y en nuestros corazones, nuestras oraciones ascienden a favor de nuestro prójimo, como si fuéramos sacerdotes. De manera que los cristianos son benefactores de su país más que las demás personas. (Orígenes 225 d.C.)

 

 

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