No
concedan al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcan con cosas
materiales. Permítanme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré
un hombre. Pónganse de mi lado, esto es, del lado de Dios. No hablen de
Jesucristo y a pesar de ello deseen el mundo… Mis deseos personales han sido
crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua
viva que habla dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre. No tengo deleite en el alimento
de la corrupción o en los deleites de esta vida. (Ignacio 50-100 d.C.)
«Escucha»,
[dijo él], «a través de qué obras el mal deseo acarrea muerte a los siervos de
Dios.» Ante todo, el deseo de la esposa o marido de otro, y riquezas, y de
muchos lujos innecesarios, y de bebidas y otros excesos, muchos y necios.
Porque todo lujo es necio y vano para los siervos de Dios. Estos deseos, pues,
son malos, y causan la muerte a los siervos de Dios. Porque este mal deseo es
un hijo del diablo. (Hermas 150 d.C.)
¿Por
qué adquieren campos aquí, y hacen costosas preparaciones, y acumulan edificios
y habitaciones que son superfluos? Por tanto, el que prepara estas cosas para
esta ciudad no tiene intención de regresar a su propia ciudad. ¡Oh hombre
necio, de ánimo indeciso y desgraciado!, ¿no ves que todas estas cosas son
extrañas, y están bajo el poder de otro? ¿Por amor a tus campos y el resto de
tus posesiones repudiarás tu ley y andarás conforme a la de esta ciudad?
Vigila, pues; como residente en una tierra extraña no prepares más para ti,
como no sea lo estrictamente necesario y suficiente, y está preparado para que,
cuando el señor de esta ciudad desee echarte por tu oposición a su ley, puedas
partir de esta ciudad e ir a tu propia ciudad, y usar tu propia ley
gozosamente, libre de toda ofensa. (Hermas 150 d.C.)
…ahora
nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de
todo el dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos lo
ponemos en común, y de ello damos parte a todo el que está necesitado… (Justino
Mártir 160 d.C.)
La
parábola del pobre y el rico no es un simple mito; sino que, ante todo, es una
enseñanza acerca de que nadie debe dedicarse a los placeres, ni servir a las
comodidades del mundo, ni entregarse a las orgías, olvidando a Dios. (Ireneo 180
d.C.)
No
tenemos nación alguna en la tierra. Por tanto, podemos despreciar las
posesiones terrenales. (Clemente de Alejandría 195 d.C.)
La
avaricia no consiste sólo en la concupiscencia de lo ajeno. Aun lo que nos
parece ser nuestro es en realidad ajeno, ya que nada es nuestro, sino que todas
las cosas son de Dios a quien pertenecen aun nuestras personas. Si por haber
sufrido alguna pérdida caemos en impaciencia, doliéndonos de haber perdido lo
que en realidad no es nuestro, mostramos con ello que no estamos libres aún de
la avaricia. Amamos lo ajeno, cuando soportamos difícilmente la pérdida de lo
ajeno. Quien se deja llevar de la impaciencia, anteponiendo los bienes terrenos
a los celestiales, peca directamente contra Dios, pues aniquila el espíritu que
recibió de Dios entregándose a los bienes de este siglo... (Tertuliano 197
d.C.)
Que
dicen que muchos de nosotros somos pobres, no es desgracia, sino gloria. De la
manera que nuestra mente se afloja por la riqueza, también se fortalece por la
pobreza. Mas, ¿Quién es pobre si nada desea? ¿Si no codicia lo que tienen
otros? ¿Si es rico para con Dios? Al contrario, el pobre es aquel que desea
más, aunque tenga mucho… (Marcos Félix 200 d.C.)
(Aquí
Cipriano describe el materialismo que empezó a contaminar la iglesia en el año
250) Cada uno se preocupaba de aumentar su hacienda, y olvidándose de su fe y
de lo que antes se solía practicar en tiempo de los apóstoles y que siempre
deberían seguir practicando, se entregaban con codicia insaciable y abrasadora
a aumentar sus posesiones. En los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no
había aquella fe íntegra en el desempeño de su ministerio, aquellas obras de
misericordia, aquella disciplina en las costumbres. Los hombres se corrompían
cuidando de su barba, las mujeres preocupadas por su belleza y sus maquillajes:
se adulteraba la forma de los ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se
teñían con colores falsos… (Cipriano 250 d.C.)
“La
única tranquilidad verdadera y de confianza, la única seguridad que vale, que
es firme y nunca cambia, es ésta: que el hombre se retire de las distracciones
de este mundo, que se asegure sobre la roca firme de la salvación, y que
levante sus ojos de la tierra al cielo… El que es en verdad mayor que el mundo
nada desea, nada anhela, de este mundo. Cuán seguro, cuan inmovible es aquella
seguridad, cuan celestial la protección de sus bendiciones sin fin— ser libre
de las trampas de este mundo engañador, ser limpio de la hez de la tierra y
preparado para la luz de la inmortalidad eterna.” (Cipriano 250 d.C.)
Satanás,
habiendo inventado las religiones falsas, vuelve a los hombres del camino al
cielo y los guía en el de la destrucción. Este camino parece plano y espacioso,
lleno de los deleites de las flores y los frutos. Satanás coloca todas estas
cosas en el camino, las cosas estimadas como buenas en este mundo: la riqueza,
la honra, la diversión, el placer, y todas las demás seducciones. Pero
escondidos entre estas cosas vemos también la injusticia, la crueldad, el
orgullo, la lascivia, las contenciones, la ignorancia, las mentiras, la necedad
y otros vicios. El fin de este camino es lo siguiente: Cuando hayan avanzado
tanto que no pueden volver, el camino se desaparece junto con todos sus
deleites. Esto sucede sin advertencia de manera que nadie puede prever el
engaño del camino antes de caer en el abismo... “Por contraste, el camino al
cielo parece muy dificultoso y montañoso, lleno de espinos y cubierto de
piedras dentadas. Por eso, todos los que andan en él tienen que usar mucho
cuidado para guardarse de no caer. En este camino Dios ha colocado la justicia,
la abnegación, la paciencia, la fe, la pureza, el dominio propio, la paz, el
conocimiento, la verdad, la sabiduría, y otras virtudes más. Pero estas
virtudes van acompañadas de la pobreza, la humildad, los trabajos, los
sufrimientos y muchas penas y pruebas. Porque el que tiene una esperanza para
el porvenir, el que ha escogido las cosas mejores, será privado de los bienes
terrenales. Por llevar él poco equipo y estar libre de las distracciones, él
puede vencer las dificultades en el camino. Porque es imposible que el rico
encuentre este camino, o que persevere en él, ya que se ha rodeado de las
ostentaciones reales, o se ha cargado de las riquezas. (Lactancio 304-313 d.C.)
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