jueves, 17 de agosto de 2023

Policarpo (I - VII)

POLICARPO, y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que reside en Filipos: Misericordia y paz os sean multiplicadas, de parte de Dios Todopoderoso y del Señor Jesucristo, nuestro Salvador.

I. Me he alegrado mucho con vosotros en nuestro Señor Jesucristo, porque habéis seguido el ejemplo del verdadero amor tal como Dios lo mostró, y habéis acompañado, como os correspondía, a los que estaban atados con cadenas, los ornamentos propios de los santos, y que son en verdad las diademas de los verdaderos elegidos de Dios nuestro Señor; y porque la raíz vigorosa de vuestra fe, de la que se habló en días pasados [Fil. 1:5], perdura hasta ahora, y da fruto a nuestro Señor Jesucristo, que por nuestros pecados padeció hasta la muerte, pero "a quien Dios resucitó de entre los muertos, habiendo desatado las ligaduras del sepulcro" [Hch. 2:24]. "En quien, aunque ahora no le veáis, creéis, y creyendo, os alegráis con gozo inefable y glorioso" [1 Pe. 1:8]; en cuyo gozo muchos desean entrar, sabiendo que "por gracia sois salvos, no por obras" [Ef. 2:8-9], sino por la voluntad de Dios por medio de Jesucristo.

II. "Por tanto, ciñendo vuestros lomos", "servid al Señor con temor" [Sal. 2:11] y verdad, como aquellos que han abandonado la vana y vacía palabrería y el error de la multitud, y "creyeron en Aquel que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo y le dio gloria" [1 Pe. 1:21] y un trono a su diestra. A Él están sujetas todas las cosas en el cielo y en la tierra. A Él sirve todo espíritu. Él viene como Juez de vivos y muertos. Su sangre requerirá Dios de aquellos que no crean en Él. Pero el que le resucitó de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, si hacemos su voluntad, andamos en sus mandamientos y amamos lo que él amó, guardándonos de toda maldad, avaricia, amor al dinero, maledicencia, falso testimonio; "no devolviendo mal por mal ni injuria por injuria" [1 Pe. 3:9], ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino teniendo presente lo que el Señor dijo en su enseñanza: "No juzguéis para que no seáis juzgados" [Mt 7:1]; "perdonad y se os perdonará" [Mt 6:12, 14; Lc 6:37]; "sed misericordiosos para que obtengáis misericordia" [Lc 6:36]; "con la medida con que medís se os medirá a vosotros" [Mt 7:2; Lc 6:38]; y una vez más, "Bienaventurados los pobres y los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de Dios" [Mt 5:3, 10; Lc 6:20].

III. Estas cosas, hermanos, os escribo acerca de la justicia, no por mí mismo, sino porque vosotros me habéis invitado a hacerlo. Porque ni yo, ni otro semejante, podemos llegar a la sabiduría del bendito y glorificado Pablo. Él, cuando estaba entre vosotros, enseñaba con exactitud y firmeza la palabra de verdad en presencia de los que entonces vivían. Y estando ausente de vosotros, os escribió una carta, la cual, si la estudiáis cuidadosamente, hallaréis que es el medio de edificaros en aquella fe que os ha sido dada, que "es la madre de todos nosotros", seguida de esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el prójimo. Porque si alguno posee interiormente estas virtudes, ha cumplido los mandamientos de la justicia, ya que el que tiene amor está lejos de todo pecado.

IV. "Pero el amor al dinero es la raíz de todos los males" [1 Tim. 6:10] Sabiendo, pues, que "como nada trajimos al mundo, así tampoco podemos sacar nada" [1 Tim. 6:7], armémonos con la coraza de la justicia; y aprendamos, en primer lugar a nosotros mismos a andar en los mandamientos del Señor. Después, enseñad a vuestras mujeres a andar en la fe que les ha sido dada en amor y pureza, a amar a sus propios maridos en toda fidelidad, y amando a todos los demás por igual y con toda castidad; educando a sus hijos en el conocimiento y temor de Dios. Enseñad a las viudas a ser discretas en cuanto a la fe del Señor, orando continuamente por todos, estando lejos de toda calumnia, de toda mala palabra, de todo falso testimonio, del amor al dinero y de toda clase de maldad; sabiendo que ellas son el altar de Dios, que Él percibe claramente todas las cosas, y que nada le es oculto, ni los razonamientos, ni las reflexiones, ni ninguna de las cosas secretas del corazón.

V. Sabiendo, pues, que "Dios no es burlado" [Gal. 6:7], debemos andar dignos de su mandamiento y gloria. Del mismo modo, los diáconos deben ser irreprensibles ante Su justicia, como siervos de Dios y de Cristo, y no de los hombres. No deben ser calumniadores, ni de doble lengua, ni amantes del dinero, sino templados en todo, compasivos, laboriosos, andando según la verdad del Señor, que fue siervo de todos. Si le agradamos en este mundo presente, recibiremos también el mundo futuro, según nos ha prometido que nos resucitará de entre los muertos, y que si vivimos dignamente de Él, "reinaremos también juntamente con Él" [2 Tim. 2:12], con tal que creamos. De la misma manera, sean también los jóvenes irreprensibles en todo, cuidando especialmente de conservar la pureza, y guardándose, como con freno, de toda clase de mal. Porque es bueno que se aparten de los deseos pecaminosos que hay en el mundo, ya que "todo deseo pecaminoso combate al espíritu" [1 Pe. 2:11]; y "ni los fornicarios, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, heredarán el reino de Dios" [1 Cor. 6:9-10], ni los que hacen cosas impropias. Por tanto, es necesario abstenerse de todas estas cosas, estando sujetos a los presbíteros y diáconos, como a Dios y a Cristo. También las vírgenes deben andar con una conciencia irreprensible y pura.

VI. Y sean los presbíteros compasivos y misericordiosos con todos, haciendo volver a los errantes, visitando a todos los enfermos, y no descuidando a la viuda, al huérfano o al pobre, sino "proveyendo siempre a lo que conviene a Dios y a los hombres" [Rom. 12:17; 2 Cor. 8:31]; absteniéndose de toda ira, acepción de personas y juicio injusto; manteniéndose lejos de toda codicia, no dando crédito rápidamente a un mal informe contra nadie, no siendo severos en el juicio, como sabiendo que todos estamos bajo una deuda de pecado. Si, pues, suplicamos al Señor que nos perdone, nosotros deberíamos también perdonar [Mt 6:12-14]; porque estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y "es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, y que cada uno dé cuenta de sí" [Rom. 14:10-12; 2 Cor. 5:10]. Sirvámosle, pues, con temor y toda reverencia, como Él mismo nos ha mandado, y como nos enseñaron los apóstoles que nos anunciaron el Evangelio, y los profetas que anunciaron de antemano la venida del Señor. Seamos celosos en la búsqueda de lo que es bueno, guardándonos de las causas de ofensa, de los falsos hermanos y de los que con hipocresía llevan el nombre del Señor y arrastran a los hombres vanos al error.

VII. "Porque cualquiera que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es anticristo” [1 Jn 4:3]; y cualquiera que no confiesa el testimonio de la cruz, es del diablo; y cualquiera que tergiversa las palabras del Señor para sus propios deseos carnales, y dice que no hay resurrección ni juicio, ése es el primogénito de Satanás. Por tanto, abandonemos las acciones vanas de muchos y sus falsas doctrinas, volvamos a la palabra que nos ha sido transmitida desde el principio; "velando en oración" [1 Pe. 4:7], y preservando en el ayuno; rogando en nuestras súplicas al Dios que todo lo ve "que no nos deje caer en la tentación" [Mt 6:13; Mt 26:41], como ha dicho el Señor: "El espíritu verdaderamente está dispuesto, pero la carne es débil". [Mt 26:41; Mr 14:38].

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