Pongamos
nuestros ojos en la sangre de Cristo y démonos cuenta de lo precioso que es
para su Padre, porque habiendo sido derramado por nuestra salvación, ganó para
todo el mundo la gracia del arrepentimiento. Observemos todas las generaciones
en orden, y veamos que de generación en generación el Señor ha dado oportunidad
para el arrepentimiento a aquellos que han deseado volverse a Él. Noé predicó
el arrepentimiento, y los que le obedecieron se salvaron. Jonás predicó la
destrucción para los hombres de Nínive; pero ellos, al arrepentirse de sus
pecados, obtuvieron el perdón de Dios mediante sus súplicas y recibieron
salvación, por más que eran extraños respecto a Dios.
Los
ministros de la gracia de Dios, por medio del Espíritu Santo, hablaron
referente al arrepentimiento. Sí, y el Señor del universo mismo habló del
arrepentimiento con un juramento: Vivo yo, dice el Señor, que no me complazco
en la muerte del malvado, sino en que se arrepienta; y añadió también un juicio
misericordioso: Arrepiéntanse, oh casa de Israel, de su iniquidad; digan a los
hijos de mi pueblo: Aunque sus pecados lleguen desde la tierra al cielo, y
aunque sean más rojos que el carmesí y más negros que la brea, y se vuelven a
mí de todo corazón y decís Padre, yo les prestaré oído como a un pueblo santo.
Y en otro lugar dice de esta manera: límpiense, quiten la iniquidad de sus
obras de delante de mis ojos; dejen de hacer lo malo; aprendan a hacer lo bueno;
busquen la justicia; defiendan al oprimido, juzguen la causa del huérfano,
hagan justicia a la viuda. Vengan luego, dice Jehová, y estemos a cuenta;
aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos;
aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quieren y
obedecen, comerán el bien de la tierra; si rehúsan y son rebeldes, serán
consumidos a espada; porque la boca de Jehová Lo ha dicho. Siendo así, pues,
que Él desea que todos sus amados participen del arrepentimiento, lo confirmó
con un acto de su voluntad poderosa. (Clemente de Roma 30-100 d.C.)
…Nosotros,
en tanto que estamos en este mundo, arrepintámonos de todo corazón de las cosas
malas que hemos hecho en la carne, para que podamos ser salvados por el Señor
en tanto que hay oportunidad para el arrepentimiento. Porque una vez hemos
partido de este mundo ya no podemos hacer confesión allí, ni tampoco
arrepentimos. (Segunda Clemente 150 d.C.)
Por
tanto, hermanos, arrepintámonos inmediatamente. Seamos sobrios para lo que es
bueno; porque estamos llenos de locura y maldad. Borremos nuestros pecados
anteriores, y arrepintámonos con toda el alma y seamos salvos. Y que no seamos
hallados complaciendo a los hombres. (Segunda Clemente 150 d.C.)
Ahora
bien, el Señor perdona a todos los hombres cuando se arrepienten, si al
arrepentirse regresan a la unidad de Dios y al concilio del obispo. (Ignacio 50-100
d.C.)
…todos
los santos que han pecado hasta el día de hoy, si se arrepienten de todo
corazón, y quitan la doblez de ánimo de su corazón. Porque el Señor juró por su
propia gloria, con respecto a sus elegidos: que si, ahora que se ha puesto este
día como límite, se comete pecado, después no habrá para ellos salvación;
porque el arrepentimiento para los justos tiene un fin; los días del
arrepentimiento se han cumplido para todos los santos; en tanto que para los
gentiles hay arrepentimiento hasta el último día. (Hermas 150 d.C.)
Y
le dije: « ¿Qué es, pues, lo que ha de hacer el marido si la esposa sigue en
este caso?» «Que se divorcie de ella», dijo él, «y que el marido viva solo; pero
si después de divorciarse de su esposa se casa con otra, él también comete
adulterio». «Así pues, Señor», le dije, «si después que la esposa es divorciada
se arrepiente y desea regresar a su propio marido, ¿no ha de ser recibida?»
«Sin duda ha de serlo», me dijo; «si el marido no la recibe, peca y acarrea
gran pecado sobre sí; es más, el que ha pecado y se arrepiente debe ser
recibido, pero no varias veces, porque sólo hay un arrepentimiento para los
siervos de Dios. Por amor a su arrepentimiento, pues, el marido no debe casarse
con otra. Esta es la manera de obrar que se manda al esposo y a la esposa. No
sólo», dijo él, «es adulterio si un hombre contamina su carne, sino que todo el
que hace cosas como los paganos comete adulterio. Por consiguiente, si hechos
así los sigue haciendo un hombre y no se arrepiente, mantente aparte de él y no
vivas con él. De otro modo, tú también eres partícipe de su pecado. Por esta
causa, se os manda que permanezcáis solos, sea el marido o la esposa; porque en
estos casos es posible el arrepentimiento. Yo», me dijo, «no doy oportunidad
para que la cosa se quede así, sino con miras a que el pecador no peque más.
Pero, con respecto al pecado anterior, hay Uno que puede dar curación: El es el
que tiene autoridad sobre todas las cosas.» (Hermas 150 d.C.)
El
arrepentirse es una gran comprensión», dijo él. «Porque el hombre que ha pecado
comprende que ha hecho lo malo delante del Señor, y el hecho que ha cometido
entra en su corazón y se arrepiente y ya no obra mal, sino que hace bien en
abundancia, y humilla su propia alma, y la atormenta porque ha pecado. Ves,
pues, que el arrepentimiento es una gran comprensión.» (Hermas 150 d.C.)
«Escucha»,
me dijo; «las ovejas que viste contentas y juguetonas, son las que se han
apartado de Dios por completo, y se han entregado a sus propios deleites y
deseos de este mundo. En ellas, pues, no hay arrepentimiento para vida. (Hermas
150 d.C.)
Estas
son los que han oído mis mandamientos, y han practicado arrepentimiento con
todo su corazón. Por ello, cuando el Señor vio que su arrepentimiento era bueno
y puro, y que podían continuar en él, ordenó que sus pecados anteriores fueran
borrados. (Hermas 150 d.C.)
El
procedimiento para beneficiarse de este segundo perdón es más difícil que el
del primero, que se obtiene en el Bautismo. Las pruebas que han de ofrecerse
son más exigentes. No basta ya hacer un íntimo examen de conciencia; es preciso
expresar el arrepentimiento con un rito claro y manifiesto. Este rito en griego
se llama exomologesis, y consiste en confesar sinceramente al Señor las culpas
que hemos cometido; no porque Él las ignore, sino porque declarándolas se
satisface a la justicia divina. De la confesión oral procede la penitencia, y
la penitencia mitiga la justa ira del Señor hacia el que ha pecado. (Tertuliano
197 d.C.)
Se
propone avalorar las oraciones que dirigimos al Señor, con la aspereza del
ayuno; removerse con lágrimas día y noche; invocar a Dios con todo el ardor de
nuestra fe; arrodillarse a los pies del sacerdote... La penitencia levanta al
hombre precisamente cuando lo abate y lo postra en tierra; lo ilumina con una
luz resplandeciente, cuando le mueve a reconocerse pobre y desvalido; lo
justifica cuando le acusa; lo absuelve cuando le condena. Créeme: cuanto más
severo seas contigo mismo, más perdonará y excusará Dios tus culpas. Sin
embargo, estoy persuadido de que muchos evitan o difieren de un día para otro
la penitencia, como si este rito les pusiese en evidencia delante de los demás.
(Tertuliano 197 d.C.)
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