He
aquí la doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen,
oren por sus enemigos, ayunen por los que les persiguen. Si aman a los que les
aman, ¿qué gratitud merecerán? Lo mismo hacen los paganos. Al contrario, amen a
los que los odian, y no tendrán ya enemigos. Absténganse de los deseos carnales
y mundanos. Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha, vuélvele también la
otra, y entonces serás perfecto. Si alguien te pidiere que le acompañes una
milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar tu capa, déjale también la
túnica. Si alguno se apropia de algo que te pertenezca, no se lo vuelvas a
pedir, porque no puedes hacerlo. (Didaché 80-140 d.C.)
Mostremos
que somos sus hermanos con nuestra mansedumbre; pero seamos celosos en ser
imitadores del Señor, emulándonos unos a otros por ser cada uno el que sufre la
mayor injusticia, el que es más defraudado, el que es más destituido, para que
no quede ni una brizna del diablo entre ustedes, sino que en toda pureza y
templanza permanezcan en Jesucristo con su carne y con su espíritu. (Ignacio 50-100)
Desde
Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras, por tierra y por mar, de
día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de
soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan.
Sin embargo, con sus maltratos llego a ser de modo más completo un discípulo;
pese a todo, no por ello soy justificado. (Ignacio 50-100 d.C.)
…no
devolviendo mal por mal o burlas por burlas, o golpe por golpe, o maldición por
maldición; sino recordando las palabras que dijo el Señor cuando enseño: No
juzguen, para que no sean juzgados. Perdonad, y serán perdonados. Tengan misericordia,
para que puedan recibir misericordia. Con la medida que mides, se les medirá a
ustedes; y también: Bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el reino de Dios. (Policarpo 135 d.C.)
…los
que nos odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con nadie de otra
raza que la nuestra, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la
aparición de Cristo, vivimos juntos y rogamos por nuestros enemigos. (Justino
Mártir 160 d.C.)
Sus
palabras sobre el ejercicio de la paciencia, y sobre el estar prontos a servir
y ajenos a la ira, son éstas: a quien te golpee en una mejilla, preséntale la
otra, y a quien quiera quitarte la túnica o el manto, no se lo impidas (Lucas 6:29).
Mas quienquiera que se irrite, es reo del fuego (Mateo 5:22) A quien te
contrate para una milla, acompáñale dos (Mateo 5:41). Brillen, pues, sus obras
delante de los hombres, para que viéndolas admiren a su Padre que está en los
cielos (Mateo 5:16). No debemos, pues, ofrecer resistencia. (Justino Mártir 160
d.C.)
Hemos
aprendido a no devolver golpe por golpe ni tampoco a presentar demandas en
contra de los que nos saquean y roban. No sólo eso, sino que a los que nos den
en una mejilla, hemos aprendido a volverle la otra también. (Atenágoras 177
d.C.)
…usando
la enseñanza del Señor: según su palabra… No sólo prohibió odiar a los demás,
sino que ordenó amar a los enemigos (Mateo 5:43-44). No únicamente vetó hablar
mal del prójimo, sino que mandó no llamar al otro vacío o estúpido, bajo pena
de caer en el fuego de la gehena (Mateo 5:22). No sólo enseñó no golpear a
otro, sino que, si alguien nos pega, a presentarle la otra mejilla (Mateo 5:39).
No se limitó a disponer que no hemos de robar lo ajeno, sino también a no
reclamarle al otro que nos ha quitado lo nuestro (Mateo 5:40); y no únicamente
prohibió hacer el mal o herir al prójimo, sino que mandó hacer el bien con
generosidad a quienes nos tratan mal y orar por ellos para que se conviertan y
se salven (Mateo 5:44): hemos de imitar, pues, a los otros en las ofensas, los
apetitos y el orgullo. (Ireneo 180 d.C.)
Por
eso el Señor… en vez de simplemente pagar el diezmo, ordenó repartir los bienes
entre los pobres (Mateo 19:21); no amar sólo al prójimo, sino también al
enemigo (Mateo 5:43-44); y no únicamente estar dispuestos a dar y compartir (1
Timoteo 6:18), sino también a dar generosamente a aquellos que nos arrebatan
nuestros bienes: «Si alguien te quita la túnica, dale también el manto; no le
reclames al otro lo que te arrebata; y trata a los demás como quieres que ellos
te traten» (Lucas 6:29-30). De modo que no debemos entristecernos de mala gana
cuando algo nos quitan, sino que lo demos voluntariamente, incluso que nos
alegremos más dando al prójimo por gracia que cediendo a la necesidad: «Si
alguien te obliga a caminar con él una milla, acompáñalo otras dos» (Mateo 5:41),
de manera que no lo sigas como un esclavo, sino que tomes la delantera como un
hombre libre. De este modo te harás siempre útil en todo a tu prójimo, no
mirando su malicia sino sólo tratando de ejercitar la bondad, para hacerse
semejante al Padre, «el cual hace salir su sol sobre los malos y los buenos, y
llueve sobre justos e injustos» (Mateo 5:45). (Ireneo 180 d.C.)
Mas
si la ley de la libertad, es decir la Palabra de Dios que los Apóstoles, saliendo
de Jerusalén, anunciaron por toda la tierra, ha provocado tal transformación
que las espadas y las lanzas se convierten en arados y en hoces que él nos ha
dado para segar el trigo (es decir que los ha cambiado en instrumentos
pacíficos), y en lugar de aprender a guerrear aquel que recibe un golpe pone la
otra mejilla (Mateo 5:39), entonces los profetas no han hablado de ningún otro,
sino del que ha realizado estas cosas… (Ireneo 180 d.C.)
A
los cristianos no les es permitido usar la violencia para corregir las faltas
del pecado. (Clemente de Alejandría 195 d.C.)
¿Qué
diferencia hay entre el provocador y el provocado? La única diferencia es que
el primero fue el primero en hacer el mal, pero el último lo hizo después. Cada
uno está condenado ante los ojos del Señor por herir a un hombre. Por cuanto
Dios prohíbe y además condena toda maldad. Cuando se hace un mal, no se toma en
cuenta el orden. (…) El mandamiento es absoluto: no se paga mal con mal. (Tertuliano
197 d.C.)
¿Cómo
fue posible que la doctrina de paz del evangelio, la cual no le permite a los
hombres vengarse ni siquiera de sus enemigos, prevaleciera en toda la tierra, a
menos que a la llegada de Jesús hubiera sido introducido un espíritu más
apacible? (Orígenes 225 d.C.)
¿Y
qué decir de que no debes jurar, ni hablar mal, ni exigir lo que te han
quitado; lo de ofrecer la otra mejilla después de recibir la bofetada; que
debes perdonar a tu hermano que te ha ofendido no sólo setenta veces siete,
sino todas las ofensas; que debes amar a tus enemigos, que debes rogar por los
adversarios y perseguidores? ¿Podrías acaso sobrellevar todos estos preceptos
si no fuera por la fortaleza de la paciencia? (Cipriano 250 d.C.)
Cuando
sufrimos semejantes cosas impías, no resistimos ni siquiera de palabra. Más
bien, le dejamos la venganza a Dios. (Lactancio 304-313 d.C.)
El
cristiano no perjudica a nadie. Él no desea la propiedad de los demás. De
hecho, él ni siquiera defiende la suya propia si se la quitan por medio de la
violencia. Por cuanto él sabe cómo soportar pacientemente un mal hecho en su
contra. (Lactancio 304-313 d.C.)
No
nos resistimos a los que nos lastiman, porque debemos ceder ante ellos. (Lactancio
304-313 d.C.)
Si
todos hemos nacido del primer hombre, creado por Dios, somos ciertamente
consanguíneos, y por eso debe considerarse un gran crimen odiar al hombre,
aunque en algún caso éste sea culpable. Dios nos ordena que no demos lugar a
enemistades y odios, y que hagamos lo que esté de nuestra parte para que
desaparezcan; es decir, que socorramos a nuestros enemigos cuando se encuentren
en necesidad… (Lactancio 304-313 d.C.)
Si
todos nos hemos originado de un hombre, quien fue creado por Dios, claramente
pertenecemos a una sola familia. Por esta razón lo tenemos por abominación el
aborrecer a otra persona, no importa cuán culpable sea. Por este motivo, Dios
ha ordenado que no aborrezcamos a nadie, sino más bien que destruyamos el odio.
De esta manera podemos consolar aun a nuestros enemigos, recordándoles que
somos parientes. Porque si todos hemos recibido la vida de un solo Dios, ¿qué
somos sino hermanos? . . . Y ya que somos hermanos, Dios nos enseña a nunca
hacer el mal a otro, sino sólo el bien—auxiliando a los oprimidos y abatidos, y
dando comida a los hambrientos. (Lactancio 304-313 d.C.)
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