Los
confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los
reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que
reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. (Ignacio 50-100 d.C.)
Yo
no deseo ser un rey. No anhelo ser rico. Rechazo toda posición militar. Detesto
la fornicación. No soy llevado por un amor insaciable de ganancias
[financieras] para hacerme a la mar. No compito por una corona. Estoy libre de
una sed excesiva por la fama. Desprecio la muerte. (…) ¡Mueran al mundo,
repudiando la locura que hay en él! ¡Vivan para Dios! (Tatiano 160 d.C.)
Quien
pone en su mente semejante designio muestra por eso mismo que es ciego. Apoyen
al Emperador con todas sus fuerzas, compartan con él la defensa del Derecho;
combatan por él, si lo exigen las circunstancias; ayúdenlo en el control de sus
ejércitos. Por ello, cesen de hurtarse a los deberes civiles y de impugnar el
servicio militar; tomen su parte en las funciones públicas, si fuere preciso,
para la salvación de las leyes y de la causa de la piedad… (Celso, crítico
pagano del cristianismo 178 d.C.)
A
un soldado de la autoridad civil se le debe enseñar a que no mate a los hombres
y a que se niegue a hacerlo si se le ordenara, y también a negarse a prestar
juramento. Si él no está dispuesto a cumplir, se le debe rechazar para el
bautismo. Un comandante militar o un juez de la corte que esté activo tienen
que renunciar o ser rechazados. Si un candidato o un creyente busca convertirse
en soldado, tendrá que ser rechazado por haber despreciado a Dios. (Hipólito 170-236
d.C.)
Todo
celo en la búsqueda de gloria y honor está muerto en nosotros. De modo que nada
nos presiona a participar en sus reuniones públicas. Además, no hay otra cosa
más totalmente ajena a nosotros que los asuntos del estado. Reconocemos un
único dominio que lo abarca todo; el mundo. Renunciamos a todos los
espectáculos de ustedes. (Tertuliano 197 d.C.)
Pero
nuestra junta no tiene estos peligros; que si los cristianos son hombres de
hielo, para las honras y dignidades no necesitan de ir al Senado, ni a otra
junta a pretender tumultuosamente cargos apadrinados con la violencia de los
votos. No acude el cristiano al Consistorio por su interés; para él todo el
mundo es su república, todos los hombres son ciudadanos; con igualdad mira el
público negocio y el ajeno… (Tertuliano 197 d.C.)
Celso
también nos insta a que “ocupemos un cargo en el gobierno del país, si es
necesario para la observancia de las leyes y el apoyo de la religión”. Sin
embargo, reconocemos en cada estado la existencia de otra organización nacional
que fue fundada por la palabra de Dios. Y exhortamos a aquellos que son
poderosos en la palabra y de una vida irreprensible a que gobiernen las
iglesias. No es con el propósito de evadir los deberes públicos que los
cristianos rechazan los cargos públicos. Más bien, es para que ellos puedan
reservarse para un servicio más divino y necesario en la iglesia de Dios, la
salvación de los hombres. (Orígenes 225 d.C.)
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