Yo
no deseo ser un rey. No anhelo ser rico. Rechazo toda posición militar. Detesto
la fornicación. No soy llevado por un amor insaciable de ganancias
[financieras] para hacerme a la mar. No compito por una corona. Estoy libre de
una sed excesiva por la fama. Desprecio la muerte. (…) ¡Mueran al mundo,
repudiando la locura que hay en él! ¡Vivan para Dios! (Tatiano 160 d.C.)
Nosotros
que en otro tiempo nos matábamos ahora rehusamos hacer guerra contra nuestros
enemigos… (Justino Mártir 160 d.C.)
Quien
pone en su mente semejante designio muestra por eso mismo que es ciego. Apoyen
al Emperador con todas sus fuerzas, compartan con él la defensa del Derecho;
combatan por él, si lo exigen las circunstancias; ayúdenlo en el control de sus
ejércitos. Por ello, cesen de huir a los deberes civiles y de impugnar el
servicio militar; tomen su parte en las funciones públicas, si fuere preciso,
para la salvación de las leyes y de la causa de la piedad… (Celso, crítico
pagano del cristianismo 178 d.C.)
En
cambio, con la venida del Señor, un Nuevo Testamento se extendió por toda la
tierra, según habían dicho los profetas, como una ley de vida que habría de
reconciliar los pueblos en la paz: «Porque de Sion saldrá la ley y de Jerusalén
la Palabra del Señor. El juzgará a muchas naciones, convertirá las espadas en
arados y las lanzas en hoces, y ya no se prepararán para la guerra» (Isaías 2:3-4)…
Mas si la ley de la libertad, es decir la Palabra de Dios que los Apóstoles,
saliendo de Jerusalén, anunciaron por toda la tierra, ha provocado tal
transformación que las espadas y las lanzas se convierten en arados y en hoces
que él nos ha dado para segar el trigo (es decir que los ha cambiado en instrumentos
pacíficos), y en lugar de aprender a guerrear aquel que recibe un golpe pone la
otra mejilla (Mateo 5:39), entonces los profetas no han hablado de ningún otro,
sino del que ha realizado estas cosas… (Ireneo 180 d.C.)
A
los cristianos no les es permitido usar la violencia para corregir las faltas
del pecado. (Clemente de Alejandría 195 d.C.)
A
un soldado de la autoridad civil se le debe enseñar a que no mate a los hombres
y a que se niegue a hacerlo si se le ordenara, y también a negarse a prestar
juramento. Si él no está dispuesto a cumplir, se le debe rechazar para el
bautismo. Un comandante militar o un juez de la corte que esté activo tienen
que renunciar o ser rechazado. Si un candidato o un creyente busca convertirse
en soldado, tendrá que ser rechazado por haber despreciado a Dios. (Hipólito 170
-236 d.C.)
Al
desarmar a Pedro, [el Señor] desarmó a todo soldado… (Tertuliano 197 d.C.)
¿Será
lícito seguir una profesión que emplea la espada, cuando el Señor proclama que
‘todos los que tomen la espada, a espada perecerán’? ¿Participará el hijo de la
paz en la batalla, cuando ni siquiera conviene que lleve sus pleitos ante la
ley? ¿Podrá usar la cadena, la cárcel, la tortura y el castigo, cuando ni
siquiera se venga de la injusticia? (Tertuliano 197 d.C.)
Se
ha suscitado ahora la cuestión acerca de si un creyente puede dedicarse al
servicio militar, y si un militar puede ser admitido a la fe, incluidos los
simples soldados y aquellos de grado inferior que no se ven obligados a ofrecer
sacrificios y a administrar la pena de muerte. No hay compatibilidad entre el
«sacramentum» divino y el humano, entre la bandera de Cristo y la del demonio,
entre el campo de la luz y el de las tinieblas. No puede un alma estar bajo dos
obligaciones, la de Dios y la del César... Y aunque los soldados se presentaron
a Juan y recibieron de él normas de conducta, aunque el centurión creyó, más
adelante el Señor, al desarmar a Pedro desarmó a todo soldado. No nos está
permitido a nosotros ningún modo de vida que lleva implicados actos ilícitos...
(Tertuliano 197 d.C.)
El
Señor salvará a su pueblo en ese día, como a ovejas. Nadie les da el nombre de
“ovejas” a los que caen en combate con las armas en la mano, o a los que son
asesinados mientras repelen la fuerza con la fuerza. Más bien, este nombre les
es dado únicamente a los que caen, entregándose a sí mismos en sus propios
lugares de servicio y con paciencia, en lugar de luchar en defensa propia” (Tertuliano
197 d.C.)
Si
quisiéramos vengarnos, no como ocultos, sino declarados enemigos, ¿faltaríamos
por ventura fuerzas de numerosos soldados y de ejércitos? ¿Son más los mauros,
los marcomanos, los partos que rebeló Severo, que los cristianos de todo el
mundo? Estos bárbaros numerosos son, pero están encerrados en los límites de un
reino; los cristianos habitan provincias sin fronteras. Ayer nacimos, y hoy
llenamos el imperio las ciudades, las islas, los castillos, las villas, las
aldeas, los reales, las tribus, las decurias, el palacio, el Senado, el
consistorio. Solamente dejamos vacíos los templos para ustedes. ¿Pues para qué
lance de batalla no serían idóneos soldados los cristianos, aun con desiguales
ejércitos, estando tan ejercitados en los combates de los tormentos en que se
dejan despedazar gustosamente, si en la disciplina de la milicia cristiana no
fuera más lícito perder la vida que quitarla? (Tertuliano 197 d.C.)
En
ningún lugar enseñó [Cristo] que sus discípulos tienen el derecho de hacer
violencia a nadie, por impío que fuera. El dice que el matar a cualquier
persona es contrario a sus leyes, las cuales son de origen divino. Si los
cristianos hubieran surgido por medio de la revolución armada, no hubieran
adoptado leyes tan clementes. [Estas leyes] ni siquiera permiten que resistan a
sus perseguidores, ni cuando se los lleva al matadero como si fueran ovejas… (Orígenes
225 d.C.)
Se
nos insta que ‘ayudemos al rey con toda nuestra fuerza, que colaboremos con él
en la preservación de la justicia, que peleemos por él, y si él lo exigiera,
que peleemos en su ejército, o que mandemos un regimiento para apoyarlo.’
“Respondemos que sí ayudamos a los reyes, cuando necesiten de nuestra ayuda,
pero en una manera divina, vistiéndonos ‘con toda la armadura de Dios’. Esto
hacemos obedeciendo lo que nos mandó el apóstol: ‘Exhorto ante todo, a que se
hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los
hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia’ (1 Timoteo 2:1-2).
Entre más uno se supera en la santidad, más puede ayudar a los reyes—aun más
que los soldados que salen a pelear contra el enemigo y a matar a cuántos
puedan… (Orígenes 225 d.C.)
“A
aquellos enemigos de nuestra fe que quisieran exigir que tomáramos armas para
defender el imperio y matar a los hombres, respondemos: ‘Los sacerdotes de
ustedes que sirven [a sus dioses]... ¿no guardan sus manos de sangre para que
puedan ofrendar los sacrificios estipulados a los dioses suyos con manos no
manchadas y libres de la sangre humana?’ Aun cuando hay guerra cercana, ustedes
no reclutan a los sacerdotes para sus ejércitos. Si ésta, pues, es costumbre
alabada, ¿cuánto más no deberían [los cristianos] servir como sacerdotes y
ministros de Dios, guardando puras las manos, mientras otros se involucran en
la batalla?... Con nuestras oraciones vencemos los demonios que incitan la
guerra... En esta manera, prestamos más ayuda a los reyes que aquellos que
salen a los campos de la batalla para luchar a su favor... Y no hay otro que
luche a favor del rey más que nosotros. De cierto, rehusamos pelear por él
aunque lo exigiera. Pero luchamos a favor de él, formando un ejército
especial—un ejército de justicia—ofrendando nuestras oraciones a Dios… (Orígenes
225 d.C.)
Nuestras
oraciones derrotan a todos los demonios que provocan la guerra. Esos demonios
también hacen que las personas violen sus juramentos y alteren la paz. Así
pues, de esta manera, nosotros somos mucho más útiles a los reyes que aquellos
que van al campo de batalla para pelear por ellos. Y también tomamos parte en
los asuntos públicos cuando sumamos los ejercicios de abnegación a nuestras
oraciones y meditaciones justas, las cuales nos enseñan a despreciar los
placeres y a no dejarnos llevar por ellos. De manera que nadie lucha mejor por
el rey que nosotros. En realidad, nosotros no peleamos bajo su mando, aun si
nos lo exigiera. Sin embargo, peleamos a su favor, formando un ejército
especial, un ejército de santidad, por medio de nuestras oraciones a Dios. Y si
él deseara que “dirigiéramos ejércitos en defensa de nuestro país”, sepa que
también hacemos esto. Y no lo hacemos con el objetivo de ser vistos por los hombres
o por vanagloria. Ya que en secreto, y en nuestros corazones, nuestras
oraciones ascienden a favor de nuestro prójimo, como si fuéramos sacerdotes. De
manera que los cristianos son benefactores de su país más que las demás
personas. (Orígenes 225 d.C.)
¿Qué
tal si la ley de la naturaleza, o sea, la ley de Dios, manda que se haga lo que
se opone a la ley escrita? Hasta la propia lógica nos dice que nos despidamos
del código escrito (…) y que nos entreguemos a nuestro Legislador, Dios. Esto
es así aun cuando al hacerlo sea necesario que nos enfrentemos a peligros, a
innumerables pruebas, y hasta la muerte y la deshonra. (Orígenes 225 d.C.)
¿Cómo,
pues, fue posible que el evangelio de paz, el cual no permite ni siquiera la
venganza contra los enemigos, prevaleciera en todo el mundo, sino sólo porque
con la venida de Cristo un espíritu más benigno fue introducido por todo el
mundo? (Orígenes 225 d.C.)
El
mundo entero está mojado con sangre. El homicidio se considera un delito,
cuando lo comete un individuo; pero se considera una virtud cuando muchos lo
cometen. Los hechos impíos [de la guerra] no se castigan, no porque no
inculpan, sino porque la crueldad es cometida por muchos… (Cipriano 250 d.C.)
Cuando
Dios prohíbe que matemos, no sólo prohíbe la violencia condenada por las leyes
humanas, también prohíbe la violencia que los hombres creen lícita. Por esta
razón, no es lícito que el hombre justo participe en la guerra, ya que la
justicia misma es su guerra. Tampoco le es [lícito] acusar a otro de delito con
pena de muerte. Resulta lo mismo si la muerte se inflige por su palabra, o por
su espada. Es el acto mismo de matar que se prohíbe. Por lo tanto, respecto a
este precepto de Dios, no debe haber ninguna excepción. Es decir, nunca es
lícito llevar a un hombre a la muerte, porque Dios lo ha hecho una creación
sagrada… (Lactancio 304-313 d.C.)
Cuando
los hombres nos mandan que actuemos contrario a la ley de Dios, y contrario a
la justicia, ninguna amenaza o castigo que nos sobrevenga debe disuadirnos. Por
cuanto preferimos los mandamientos de Dios a los mandamientos del hombre. (Lactancio
304-313 d.C.)
Hemos
aprendido de sus enseñanzas y de sus leyes que el mal no se paga por el mal (Romanos
12:17); que es mejor sufrir el mal que hacer el mal; que es mejor darnos para
que se derrame nuestra sangre que mancharnos las manos y la conciencia al
derramar la sangre de otros. Como resultado de esto, un mundo ingrato desde
hace tiempo ha disfrutado de un beneficio provisto por Cristo. Porque por medio
de su enseñanza la ferocidad violenta ha sido ablandada, y el mundo ha empezado
a retraer sus manos hostiles de la sangre de sus compañeros humanos… (Arnobio 305
d.C.)
No
sería difícil demostrar que [después que se escuchó el nombre de Cristo en el
mundo], las guerras no se incrementaron. De hecho, en realidad disminuyeron en
gran medida al ser contenidas las pasiones violentas. (…) A consecuencia de
esto, un mundo ingrato ahora está disfrutando, y ha disfrutado durante un largo
período, de un beneficio dado por Cristo. Ya que por medio de él, la furia de
la crueldad brutal ha sido debilitada y las manos hostiles han comenzado a
apartarse de la sangre del prójimo. De hecho, si todos los hombres, sin
excepción (…) prestaran atención por un momento a sus normas pacíficas y
provechosas, (…) el mundo entero estaría viviendo en la más pacífica
tranquilidad. El mundo habría cambiado el uso del acero por usos más pacíficos
y se habría unido en santa armonía, manteniendo intacta la inviolabilidad de
todo tratado. (Arnobio 305 d.C.)
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