I. Autoridad y deberes
de los líderes de la Iglesia
Hijo
mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de Dios;
hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está el
Señor. (Didaché 80-140 d.C.)
Para
el cargo de obispos y diáconos del Señor, elegirán a hombres humildes,
desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas
y doctores. No les menosprecien, puesto que son sus dignatarios, juntamente con
sus profetas y doctores. Amonéstense unos a otros, según los preceptos del
Evangelio, en paz y no con ira. (Didaché 80-140 d.C.)
Porque
hacían todas las cosas sin hacer acepción de personas, y andabais conforme a
las ordenanzas de Dios, sometiéndoos a sus gobernantes y rindiendo a los más
ancianos entre ustedes el honor debido. (Clemente de Roma 30-100 d.C.)
Consideremos
los soldados que se han alistado bajo nuestros gobernantes, de qué modo tan
exacto, pronto y sumiso ejecutan las órdenes que se les dan. No todos son
perfectos, ni jefes de millares, ni aun de centenares, ni de grupos de
cincuenta, etc.; sino que cada hombre en su propio rango ejecuta las órdenes
que recibe del rey y de los gobernantes. Los grandes no pueden existir sin los
pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Hay una cierta mezcla en todas las
cosas, y por ello es útil. Pongamos como ejemplo nuestro propio cuerpo. La
cabeza sin los pies no es nada; del mismo modo los pies sin la cabeza no son
nada; incluso los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y
útiles para el cuerpo entero; pero todos los miembros cooperan y se unen en
sumisión, para que todo el cuerpo pueda ser salvo. (Clemente de Roma 30-100
d.C.)
Cuánto
más les felicito que estén íntimamente unidos al Obispo como la Iglesia lo está
con Jesucristo y como Jesucristo lo está con el Padre, para que todas las cosas
puedan estar armonizadas en unidad. Que nadie se engañe. Si alguno no está
dentro del límite del altar, carece de pan [de Dios]. Porque si la oración de
uno y otro tiene una fuerza tan grande, ¡cuánto más la del obispo y la de toda
la Iglesia! Por lo tanto, todo el que no acude a la congregación, con ello
muestra su orgullo y se ha separado él mismo; porque está escrito: Dios resiste
a los soberbios. Por tanto tengamos cuidado en no resistir al obispo, para que
con nuestra sumisión podamos entregarnos nosotros mismos a Dios. (Ignacio 50-100
d.C.)
Sean
obedientes al obispo y los unos a los otros, como Jesucristo lo era al Padre
[según la carne], y como los apóstoles lo eran a Cristo y al Padre, para que
pueda haber unión de la carne y el espíritu. (Ignacio 50-100 d.C.)
Porque
cuando son obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que
están viviendo no según los hombres sino según Jesucristo… Es necesario, por
tanto, como acostumbran hacer, que no hagan nada sin el obispo, sino que sean
obedientes también al presbiterio… Y, del mismo modo, los que son diáconos de
los misterios de Jesucristo deben complacer a todos los hombres en todas las formas.
Porque no son diáconos de carne y bebida sino siervos de la Iglesia de Dios. Es
propio, pues, que se mantengan libres de culpa como si fuera fuego. De la misma
manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben
respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio
de Dios y como colegio de los apóstoles. Aparte de ellos no hay ni aun el
nombre de iglesia. …su obispo, cuyo comportamiento es una gran lección, cuya
mansedumbre es poder; un hombre a quien creo que incluso los impíos prestan
reverencia. (Ignacio 50-100 d.C.)
(El
Obispo Ignacio escribe) No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo.
Ellos eran apóstoles, yo soy un preso; ellos eran libres, pero yo soy un
esclavo en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre
libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en
mis cadenas a descartar toda clase de deseo. (Ignacio 50-100 d.C.)
…nuestro
Señor Jesucristo, el salvador de nuestras almas y piloto de nuestros cuerpos y
pastor de la Iglesia universal que se halla por todo el mundo. (Martirio de
Policarpo 155 d.C.)
Ahora,
pues, les digo a ustedes los que gobiernan la Iglesia y que ocupan sus asientos
principales, no sean como los charlatanes. Los charlatanes, verdaderamente,
llevan sus drogas en cajas, pero ustedes llevan su droga y su veneno en el
corazón. Están endurecidos, y no quieren limpiar sus corazones, y mezclar su
sabiduría en un corazón limpio, para que puedan conseguir misericordia del Gran
Rey. Miren, pues, hijos, que estas divisiones no les priven de su vida. ¿Cómo
es posible que quieran instruir a los elegidos del Señor, en tanto que ustedes
no tienen instrucción? Instrúyanse unos a otros, pues, y tengan paz entre
ustedes, que yo también pueda estar contento delante del Padre, y dar cuenta de
todos ustedes a su Señor.» (Hermas 150 d.C.)
Los
que tienen las manchas son diáconos que ejercieron mal su oficio, y saquearon
la sustancia de viudas y huérfanos, e hicieron ganancia para sí con las
administraciones que habían recibido para ejecutar. Estos, pues, si permanecen
en el mismo mal deseo, son muertos y no hay esperanza de vida para ellos… (Hermas
150 d.C.)
Pero
si halla alguna parte del rebaño desparramada, ¡ay de los pastores! Porque si
resulta que los mismos pastores están esparcidos, ¿cómo van a responder de los
rebaños? ¿Dirán que fueron hostigados por el rebaño? Nadie los creería. Porque
es algo increíble que un pastor sea herido por su rebaño, y aún será castigado
más a causa de su falsedad. Y yo soy el pastor, y me corresponde estrictamente
rendir cuentas de ustedes. (Hermas 150 d.C.)
Entonces,
si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente
volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles
vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que
es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus
escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos
legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? (Ireneo 180 d.C.)
Pablo
indica dónde se le encontrará: «Dios puso en la Iglesia en primer lugar
Apóstoles, luego profetas, y en seguida maestros» (1 Corintios 12:28). Pues
donde Dios ha depositado sus carismas, ahí es donde conviene aprender la
verdad, de aquellos que conservan la sucesión de la Iglesia y la doctrina de
los Apóstoles. Ahí se halla la conducta sana e irreprochable, y la palabra no
adulterada ni corrompida… (Ireneo 180 d.C.)
Así
pues, si quieres ejercitar mejor tu curiosidad en lo que toca a tu salvación,
recorre las Iglesias apostólicas en las que todavía en los mismos lugares
tienen autoridad las mismas cátedras de los apóstoles. En ellas se leen todavía
las cartas auténticas de ellos… (Tertuliano 197 d.C.)
II. El sacerdocio de
todos los creyentes
Pues
David era sacerdote a los ojos de Dios, aunque Saúl lo persiguiese, pues todos
los justos participan del sacerdocio. Sacerdotes son todos los discípulos del
Señor que no heredarán aquí campos o casas, sino que siempre sirven al altar… (Ireneo
180 d.C.)
En
el libro anterior mostramos que levitas y sacerdotes son todos los discípulos
del Señor, los cuales profanan el sábado en el templo, sin cometer falta… (Ireneo
180 d.C.)
Nosotros
somos verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, que al orar con el
espíritu, sacrificamos con el espíritu la oración como hostia propia y
aceptable a Dios, es decir, la que exigió y proveyó para sí. Ésta, ofrecida de
todo corazón, apacentada por la fe, cuidada por la verdad, íntegra por la
inocencia, limpia por la castidad, coronada por la caridad, debemos conducirla
al altar de Dios con la pompa de las buenas obras, entre salmos e himnos, para
que impetre de Dios todo lo que conviene. (Tertuliano 197 d.C.)
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