Los
que saben que ni soportamos la vista de una ejecución capital según justicia,
¿cómo pueden acusarnos de asesinato o de antropofagia? ¿Quién de ustedes no
está aficionado a las luchas de gladiadores o de fieras y no estima en mucho
las que vosotros organizáis? Pero en cuanto a nosotros, pensamos que el ver
morir está cerca del matar mismo, y por esto nos abstenemos de tales
espectáculos. ¿Cómo podremos matar, los que ni siquiera queremos ver matar para
no mancharnos con tal impureza? (Atenágoras 177 d.C.)
El
padre que protege con cuidado y guarda los oídos de su hija virgen luego la
lleva al teatro él mismo. Allí la expone a todo su lenguaje indecente y
actitudes viles.” Luego él hace la pregunta: “¿Cómo puede ser justo ver las
cosas que son injusto hacer? Y aquellas cosas que contaminan al hombre cuando
salen de su boca, ¿no le contaminarán cuando entran por sus ojos y oídos? (Tertuliano
197 d.C.)
Todo
celo en la búsqueda de gloria y honor está muerto en nosotros… Entre nosotros
nunca se dice, ve o escucha nada que tenga algo en común con la locura del
circo, la deshonestidad del teatro, las atrocidades de la arena o el ejercicio
inútil del campo de lucha libre. ¿Por qué se ofenden con nosotros si diferimos
de ustedes en cuanto a sus placeres? (Tertuliano 197 d.C.)
Mucho
menos puede turbar la fiesta de los espectáculos, porque igualmente renunciamos
estas fiestas, como su origen supersticioso y las acciones con que se celebran.
¿Qué puede esperar nuestro deseo en las cuadrigas del circo? ¿Qué tienen que
oír nuestros oídos en las torpezas del teatro? ¿Qué tienen que ver nuestros
ojos en la atrocidad con que las fieras despedazan hombres en la arena? ¿Qué
tiene que aprender nuestra atención en la vanidad de las acciones del visto?
¿En qué os ofendemos por presumir hay otros deleites más gustosos que vuestros
juegos? (Tertuliano 197 d.C.)
Ustedes
(cristianos) no asisten a los juegos deportivos. No tienen ningún interés en
las diversiones. Rechazan los banquetes, y aborrecen los juegos sagrados… Así,
pobres que son, ni resucitarán de entre los muertos ni disfrutarán de la vida
ahora. De esta manera, si tienen ustedes sensatez o juicio alguno, dejen de
fijarse en los cielos y en los destinos y secretos del mundo… Aquellas personas
que no pueden entender los asuntos civiles no tienen esperanza de entender los
divinos… (Marcus Félix 200 d.C.)
A
mí me parece que las influencias depravadoras del teatro son hasta peores [que
las de la arena]. Los temas de las comedias son las violaciones de las vírgenes
y el amor de las prostitutas… De manera parecida, las tragedias levantan a la
vista [de los espectadores] el homicidio de los padres y actos incestuosos
cometidos por reyes impíos… ¿Y será mejor el arte de los mimos? Enseñan el
adulterio cuando hacen el papel de los adúlteros. ¿Qué estarán aprendiendo
nuestros jóvenes cuando ven que nadie tiene vergüenza de tales cosas, sino que
todos las miran con gusto? (Lactancio 304-313 d.C.)
El
que se deleita en mirar la muerte de un hombre, aunque hombre condenado por la
ley, contamina su conciencia igual como si fuera él cómplice o espectador de
buena gana de un homicidio cometido en secreto. ¡Pero ellos dicen que eso es
‘deporte’—el derramar sangre humana! . . . Cuando vean a un hombre, postrado
para recibir el golpe de muerte, suplicando clemencia, ¿serán justos aquéllos
que no sólo permiten que le den muerte sino mucho más lo demandan? Votan cruel
e inhumanamente para la muerte de aquél, no satisfechos con ver su sangre
vertida o las cuchilladas en su cuerpo. De hecho, ordenan que [los gladiadores]
—aunque heridos y postrados en la tierra—sean atacados otra vez, y que sus
cuerpos sean apuñalados y golpeados, para estar seguros de que no están
fingiendo la muerte. Esta gente hasta se enoja con los gladiadores si uno de
los dos no es muerto pronto. Detestan las dilaciones, como si tuvieran sed de
la sangre… Hundiéndose en tales prácticas, pierden su humanidad… Por eso, no
conviene que nosotros que procuramos andar en el camino de la justicia
compartamos en los homicidios del pueblo. Cuando Dios prohíbe el homicidio, no
sólo prohíbe la violencia que condena las leyes del pueblo, sino mucho más
prohíbe la violencia que los hombres tienen por legal… (Lactancio 304-313 d.C.)
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