miércoles, 22 de abril de 2015

La santa cena


I. El Significado de la santa cena o eucaristía 

El pan, es la medicina de la inmortalidad y el antídoto para que no tengamos que morir, sino vivir para siempre en Jesucristo. (Ignacio 50-100 d.C.)  

No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David; y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible. (Ignacio 50-100 d.C.)  

Sean cuidadosos, pues, observando una eucaristía (porque hay una carne de nuestro Señor Jesucristo y una copa en unión en su sangre; hay un altar, y hay un obispo, junto con el presbiterio y los diáconos mis consiervos), para que todo lo que hagan sea según Dios. (Ignacio 50-100 d.C.)  

Que ninguno les engañe… Pero observen bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de Jesucristo que vino a ustedes, que éstos son contrarios a la mente de Dios…. Se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad. (Ignacio 50-100 d.C.)  

Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones, le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan de la Eucaristía y lo mismo del cáliz de la Eucaristía, a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y ustedes lo profanáis. (Justino Mártir 160 d.C.)  

Cristo, tomó el pan creatural y, dando gracias, dijo: «Esto es mi cuerpo» (Mateo 26:26). Y del mismo modo, el cáliz, también tomado de entre las creaturas como nosotros, confesó ser su sangre, y enseñó que era la oblación del Nuevo Testamento. La Iglesia, recibiéndolo de los Apóstoles, en todo el mundo ofrece a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el Nuevo Testamento. (Ireneo 180 d.C.)  

¿Cómo dicen (los herejes) que se corrompe y no puede participar de la vida, la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor? Cambien, pues, de parecer, o dejen de ofrecer estas cosas. Por el contrario, para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos. Le ofrecemos lo que le pertenece, y proclamamos de manera concorde la unión y comunidad entre la carne y el espíritu. Porque, así como el pan que brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación de Dios, ya no es pan común, sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar para siempre. (Ireneo 180 d.C.)  

Están enteramente locos quienes rechazan toda la Economía de Dios, al negar la salvación de la carne y despreciar su nuevo nacimiento, pues dicen que ella no es capaz de ser incorruptible. Pues si ésta no se salva, entonces ni el Señor nos redimió con su sangre, ni el cáliz de la Eucaristía es comunión con su sangre, ni el pan que partimos es comunión con su cuerpo (1 Corintios 10:16). Porque la sangre no puede provenir sino de las venas y de la carne, y de todo lo que forma la substancia del hombre, por la cual, habiéndola asumido verdaderamente el Verbo de Dios, nos redimió con su sangre. Como dice el Apóstol: «En él tenemos la redención por su sangre y la remisión de los pecados»… Pues él mismo confesó que el cáliz, que es una creatura, es su sangre, con el cual hace crecer nuestra sangre; y el pan, que es también una creatura, declaró que es su propio cuerpo, con el cual hace crecer nuestros cuerpos. En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la palabra de Dios para convertirse en Eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna, ya que se ha nutrido con la sangre y el cuerpo de Cristo, y se ha convertido en miembro suyo? (Ireneo 180 d.C.)  

Luego, por la sabiduría divina, se hace útil a los hombres, y recibiendo la Palabra de Dios, se convierte en Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo. De modo semejante también nuestros cuerpos, alimentados con ella y sepultados en la tierra, se pudren en ésta para resucitar en el tiempo oportuno: es el Verbo de Dios quien les concede la resurrección, para la gloria de Dios Padre (Filipenses 2:11). Este es quien transforma lo mortal en inmortal, y a lo corruptible concede gratuitamente hacerse incorruptible (1 Corintios 15:53), pues el poder de Dios se manifiesta en la debilidad (2 Corintios 12:9). (Ireneo 180 d.C.)  

… habiendo dado gracias sobre el cáliz y bebido de él, lo dio a sus discípulos diciendo: «Beban todos de él: éste es mi cáliz de la Nueva Alianza, que será derramado por (los) muchos para el perdón de los pecados. Les digo que dentro de poco ya no beberé del producto de la vid, hasta el día en que lo beba de nuevo con ustedes en el reino de mi Padre» En esta acción reveló a sus discípulos dos cosas: la herencia de la tierra en la que se beberá el vino nuevo, y la resurrección de la carne. Pues la carne que de nuevo resucita es la misma que bebe el cáliz nuevo… (Ireneo 180 d.C.)  

La iglesia es donde va a beber su fe: la fe que sella con el agua, que viste con el Espíritu Santo, que alimenta con la Eucaristía… (Tertuliano 197 d.C.)  

Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y al administrarlo al pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio... Al ofrecer el cáliz ha de guardarse la tradición del Señor, ni hemos de hacer nosotros otra cosa más que la que el Señor hizo primeramente por nosotros, a saber, que en el cáliz que se ofrece en su conmemoración se ofrezca una mezcla de agua y vino... No puede creerse que esté en el cáliz la sangre de Cristo, con la cual hemos sido redimidos y vivificados, si no hay en el cáliz el vino por el que se manifiesta la sangre de Cristo... (Cipriano 250 d.C.)  

…vemos que el agua representa al pueblo, mientras que el vino representa la sangre de Cristo. Así pues, cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se une con Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta a aquel en quien cree. Esta unión y conjunción de agua y vino en el cáliz del Señor hace una mezcla que ya no puede deshacerse…. Por esto al consagrar el cáliz del Señor no se puede ofrecer ni agua sola ni vino solo: si uno ofrece solo vino, se hará presente la sangre de Cristo sin nosotros; si sólo hay agua, se hará presente el pueblo sin Cristo. En cambio, cuando se mezclan ambas cosas hasta formar un todo sin distinción y perfectamente uno, entonces se consuma el misterio celestial y espiritual... (Cipriano 250 d.C.)  

II. Como fue celebrada  

En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa, decid: «Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos.» Y después del partimiento del pan, decid: «¡Padre nuestro! Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reúnas a ti Iglesia en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los siglos.» Que nadie coma ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No deis lo santo a los perros.» Cuando estéis saciados (del ágape), dad gracias de la manera siguiente: «¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto existe, y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espiritual y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!» ¡Ya que este mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de David! El que sea santificado, que se acerque, sino que haga penitencia. Maranata ¡Amén! Permitan que los profetas den las gracias libremente. (Didaché 80-140 d.C.)  

Cuando se reunieren en el domingo del Señor, partan el pan, y para que el sacrificio sea puro, den gracias después de haber confesado sus pecados. El que de entre ustedes estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi nombre es admirable.» (Didaché 80-140 d.C.)  

Consideren como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal. No es legítimo, aparte del obispo, ni bautizar ni celebrar una fiesta de amor; pero todo lo que él aprueba, esto es agradable también a Dios; que todo lo que hagan sea seguro y válido. (Ignacio 50-100 d.C.)  

Terminadas las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego, se ofrece pan y un vaso de agua y vino a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza y gloria al Padre del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén, que en hebreo quiere decir así sea. Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con agua sobre los que se pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes.
A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles —en sus comentarios, que se llaman Evangelios— nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...) (Justino Mártir 160 d.C.)  

El día que se llama del sol [el domingo], se celebra una reunión de todos… y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas… Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos…y el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los ausentes por medio de los diáconos. (Justino Mártir 160 d.C.)  

Por consiguiente, la oblación de la Iglesia que dice el Señor se le ofrece por todo el mundo, es un sacrificio puro y acepto a Dios; no porque El tenga necesidad de nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece recibe gloria al momento mismo de ofrecerlo, si su oblación es aceptada. Al ofrecer al Rey nuestra oblación le rendimos honor y le mostramos afecto. Esto es lo que el Señor, queriendo que lo hiciésemos con toda simplicidad e inocencia, enseñó a ofrecer diciendo: «Si al presentar tu oblación ante el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu oblación ante el altar, primero ve a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda» (Ireneo 180 d.C.)  

Mas, como la Iglesia lo ofrece con simplicidad, ante Dios este sacrificio se le tiene por puro… Conviene, pues, que ofrezcamos a Dios el sacrificio y que en todo seamos gratos a Dios, con pensamientos puros, con fe sin hipocresía, con esperanza firme, fervientes en el amor, ofreciendo las primicias de sus creaturas. Y sólo la Iglesia ofrece esta oblación pura a Dios, cuando la presenta en acción de gracias por los dones que provienen de la creación… (Ireneo 180 d.C.)  

El sacramento de la eucaristía, instituido por el Señor en el momento de la comida y para todos, lo tomamos nosotros también en las reuniones antes del alba y no lo recibimos de manos de otros fuera de los que presiden… Sufrimos con escrúpulo que se caiga al suelo algo de nuestro cáliz o de nuestro pan. (Tertuliano 197 d.C.)  

Los que acostumbran tomar parte en los divinos misterios saben con cuánto cuidado y reverencia guardan el cuerpo del Señor cuando les es entregado, no sea que alguna pequeña migaja de él pudiera caer al suelo, pudiendo perderse alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón se sentirían culpables si por su negligencia cayera al suelo cualquier fragmento. Pues bien, si con razón dan muestras de tal cuidado en guardar el cuerpo del Señor, ¿pueden pensar que sería menos culpable cualquier descuido en guardar su palabra que en guardar su cuerpo? (Orígenes 225 d.C.)
 
 

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