Escribo
a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío
muero por Dios, a menos que ustedes me lo estorben… Déjenme que sea entregado a
las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y
soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan
puro [de Cristo]. Antes atraigan a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro,
y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no
seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de
Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. (Ignacio 50-100 d.C.)
Que
pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para
que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme
presto, no como han hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor.
Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, yo mismo
voy a forzarlas. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras
[dentelladas y magullamientos], huesos dislocados, miembros cercenados, el
cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme.
Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo. (Ignacio 50-100 d.C.)
Por
tanto, mantengámonos sin cesar firmes en nuestra esperanza y en las arras de
nuestra justicia, que es Jesucristo… Por tanto seamos imitadores de su
resistencia en los sufrimientos; y si sufrimos por amor a su nombre,
glorifiquémosle. Porque Él nos dio este ejemplo en su propia persona, y
nosotros lo hemos creído. (Policarpo 135 d.C.)
Les
escribimos, hermanos, un relato de lo que sucedió a los que sufrieron martirio,
y en especial al bienaventurado Policarpo, que puso fin a la persecución,
habiendo puesto sobre ella, por así decirlo, el sello de su martirio. (Martirio
de Policarpo 155 d.C.)
Benditos
y nobles son, pues, todos los martirios que tienen lugar según la voluntad de
Dios (porque nos corresponde ser muy escrupulosos y asignar a Dios el poder
sobre todas las cosas). Porque, ¿quién podría dejar de admirar su nobleza y
resistencia paciente y lealtad al Señor, siendo así que cuando eran desgarrados
por los azotes, de modo que el interior de su carne quedaba visible incluso
hasta las venas y arterias de dentro, lo soportaban con paciencia, de modo que
los mismos que lo contemplaban tenían compasión y lloraban; en tanto que ellos
mismos alcanzaban un grado tal de valor que ninguno de ellos lanzó un grito o
un gemido, mostrándonos con ello a todos que en aquella hora los mártires de
Cristo que eran torturados estaban ausentes de la carne, o, mejor dicho, que el
Señor estaba presente y en comunión con ellos? Y prestando atención a la gracia
de Cristo, despreciaban las torturas del mundo, comprando al coste de una hora
el ser librados de un castigo eterno. Y hallaron que el fuego de sus inhumanos
verdugos era frío: porque tenían puestos los ojos en el hecho de ser librados
del fuego eterno que nunca se apaga; en tanto que los ojos de sus corazones
contemplaban las buenas cosas que están reservadas para aquellos que soportan
con paciencia cosas que no oyó ningún oído o ha visto ojo alguno, y que nunca
han entrado en el corazón del hombre, pero que les fueron mostradas a ellos
porque ya no eran hombres, sino ángeles. Y de la misma manera también los que
fueron condenados a las fieras soportaron castigos espantosos, ya que les
hicieron echar sobre conchas aguzadas y sufrir otras formas de torturas
diversas, para que el diablo pudiera conseguir que se retractaran, de ser
posible, por la persistencia del castigo; pues el diablo intentó muchas añagazas
contra ellos. (Martirio de Policarpo 155 d.C.)
Pero
un hombre, que se llamaba Quinto, un frigio llegado recientemente de Frigia,
cuando vio las fieras se acobardó. Fue él que se había forzado a sí mismo y a
otros a presentarse por su propia y libre voluntad. De éste el procónsul, con
muchos ruegos, consiguió que hiciera el juramento y ofreciera incienso. Por
esta causa, pues, hermanos, no alabamos a los que se entregan ellos mismos,
puesto que el Evangelio no nos enseña esto. (Martirio de Policarpo 155 d.C.)
«
¿Estás triste, Hermas? El lugar de la derecha es para otros, los que han
agradado ya a Dios y han sufrido por su Nombre. Pero a ti te falta mucho para
poder sentarte con ellos; pero así como permaneces en tu sencillez, continúa en
ella, y te sentarás con ellos, tú y todos aquellos que han hecho sus obras y
han sufrido lo que ellos sufrieron.» «¿Qué es lo que sufrieron?», pregunté yo.
«Escucha», dijo ella: «Azotes, cárceles, grandes tribulaciones, cruces, fieras,
por amor al Nombre. Por tanto, a ellos pertenece el lado derecho de la Santidad
-a ellos, y a los que sufrirán por el Nombre-. Pero para el resto hay el lado
izquierdo. (Hermas 150 d.C.)
Pero,
el que sufre por amor al Nombre debería glorificar a Dios, porque Dios te
considera digno de que lleves este nombre, y que todos tus pecados sean
sanados. Considérense, pues, bienaventurados; sí, pensad, más bien, que han
hecho una gran obra si alguno de vosotros sufre por amor a Dios. El Señor les
concede vida, y no la echan de ver; porque sus pecados les hunden, y si no
hubieran sufrido por el Nombre [del Señor] habrían muerto para Dios por razón
de sus pecados. (Hermas 150 d.C.)
Ustedes,
matarnos, sí, pueden; pero dañarnos, no. (Justino Mártir 160 d.C.)
…fue
tal la fortaleza de Blandina, que los verdugos que se relevaban unos a otros
desde la mañana hasta la noche, después de aplicarla todos los tormentas,
tuvieron que desistir, rendidos de fatiga. A pesar de todo, ella, como un
fuerte atleta, renovaba sus tuerzas confesando la fe. Y pronunciando estas
palabras: "Soy cristiana" y "Nosotros no hacemos maldad
alguna", parecía descansar y cobrar nuevos ánimos olvidándose del dolor
presente… (Los mártires de Lyon 177 d.C.)
También
Santos… cuando esperaban sus verdugos que a fuerza de torturas conseguirían
hacerle confesar algún crimen, no dijo su nombre ni el de su nación, ni el de
su ciudad, ni aun si era siervo o libre, sino que a todas las preguntas
respondía en latín: "Soy cristiano. Esto era para él su nombre, su patria
y su raza, y los gentiles no pudieron hacerle pronunciar otras palabras.
Mientras sus miembros se abrasaban, él permanecía firme e inconmovible en su
confesión, porque estaba bañado y fortificado por las aguas de vida que manan
del cuerpo de Cristo… (Los mártires de Lyon 177 d.C.)
Los
verdaderos mártires andaban alegres, reflejándose en sus caras una cierta
majestad y nobleza, de modo que las cadenas para ellos eran un adorno, que
aumentaba su hermosura, como la de una desposada vestida de su traje de boda… (Los
mártires de Lyon 177 d.C.)
Por
eso la Iglesia de todas partes, por el amor a Dios, todo el tiempo está
enviando al Padre una multitud de mártires. En cambio los herejes no sólo no
tienen esta gloria que mostrar, sino que ni siquiera tienen por necesario el
martirio; porque el verdadero martirio sería su doctrina. Desde que el Señor
apareció sobre la tierra, apenas alguno de ellos ha obtenido misericordia junto
con nuestros mártires, soportando el oprobio de llevar el Nombre (1 Pedro 4:14),
y con ellos ha sido llevado (al suplicio), como un pequeño don que se les
otorga. (Ireneo 180 d.C.)
Espíritu
que está dispuesto como un estímulo, con la debilidad de la carne, por fuerza y
absolutamente lo fuerte superará lo débil, de manera que la fortaleza del
Espíritu absorberá la debilidad de la carne; y así, el que era carnal, ya no
seguirá siéndolo, sino que se convertirá en espiritual, por la comunicación del
Espíritu. De este modo los mártires dieron testimonio y despreciaron la muerte,
no según la debilidad de la carne, sino según lo que estaba dispuesto de su
espíritu. Pues absorbida la debilidad de la carne, manifestó la potencia del
Espíritu: y el Espíritu, al absorber la debilidad, posee la carne como su
herencia. Pues el hombre viviente está hecho de ambas cosas: es hombre por
participar de la substancia de la carne, y viviente por participar del
Espíritu… (Ireneo 180 d.C.)
Por
eso la tribulación es necesaria para quienes se salvan; para que, en cierto
modo triturados, molidos y dispersos por el poder del Verbo de Dios, sirvan
cocidos para el banquete del Rey. Así se expresó uno de los nuestros que,
condenado al martirio, fue arrojado a las fieras: «Soy trigo de Cristo, y me
masticarán los dientes de las fieras, para que se me encuentre como trigo de
Dios»
Ananías,
Azarías y Misael fueron arrojados al horno de fuego (Daniel 3:20), prueba que
sirvió como profecía de lo que sucederá al fin de los tiempos, cuando los
justos sufrirán la prueba del fuego... (Ireneo 180 d.C.)
Pues
no se quejan los cristianos, decís, porque los perseguimos; que si ellos desean
tanto padecer, deben amarnos mucho, pues les damos lo que quieren…
Verdaderamente deseamos padecer; pero con aquel deseo que ama la guerra el
soldado. (Tertuliano 197 d.C.)
Batalla
es para nosotros cuando somos provocados a la palestra de los tribunales para
combatir con peligro de la vida en defensa de la verdad. Victoria es alcanzar
aquello por que se pelea. Esta victoria tiene por gloria agradar a Dios, por
despojos vida eterna. Si nos prenden, si en el tribunal somos convencidos de nuestra
fe, conseguimos lo que queremos; luego vencemos cuando morimos; luego escapamos
cuando nos prenden, y triunfamos cuando padecemos. .. (Tertuliano 197 d.C.)
Pero
perseveren en la persecución, presidentes buenos, que seréis mejores en los
aplausos del pueblo, haciéndoles esta tiesta de sacrificar cristianos:
fatíguennos, atorméntennos, condénennos, descuartícennos, que su maldad es la
prueba de nuestra inocencia y enseñanza. (Tertuliano 197 d.C.)
No
medra su crueldad por ingeniar tormentos exquisitos, que para nosotros la mayor
pena es caricia más sabrosa para morir más gustosos. Segando nos siembran: más
somos cuanto derraman más sangre; que la sangre de los cristianos es la semilla
de la iglesia… (Tertuliano 197 d.C.)
Cuando
la gente ve que hay hombres lacerados de varias clases de torturas, pero
siempre siguen indomados aun cuando sus verdugos se fatigan, llegan a creer que
el acuerdo entre tantas personas y la fe indómita de los moribundos sí tiene
significado. [Se dan cuenta de] que la perseverancia humana por sí sola no
podría resistir tales torturas sin la ayuda de Dios. Aun los ladrones y hombres
de cuerpo robusto no pudieran resistir torturas como éstas… Pero entre
nosotros, los muchachos y las mujeres delicadas—por no decir nada de los hombres—vencen
sus verdugos con silencio. Ni siquiera el fuego los hace gemir en lo mínimo…
Estas personas, los jóvenes y el sexo débil, soportan tales mutilaciones del
cuerpo y hasta el fuego aunque hubiera para ellos escape. Fácilmente pudieran
evitar estos castigos si así lo desearan [al negar a Cristo]. Pero lo soportan
de buena voluntad porque confían en Dios. (Lactancio 304-313 d.C.)
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