A
estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que
en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso
ejemplo entre nosotros. Por razón de los celos hubo mujeres que fueron
perseguidas, después de haber sufrido insultos crueles e inicuos, como Danaidas
y Dirces, alcanzando seguras la meta en la carrera de la fe, y recibiendo una
recompensa noble, por más que eran débiles en el cuerpo. (Clemente de Roma 30-100
d.C.)
Los
cristianos aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace
caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así
están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se
les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de
ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son
insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como
malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara.
Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los
persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.
(Epístola a Diogneto 125-200 d.C.)
Los
profetas, en efecto, junto con muchas otras profecías también anunciaron este
hecho: que aquellos sobre los cuales reposara el Espíritu de Dios, obedecieran
a la Palabra del Padre y lo sirvieran según sus fuerzas, habrían de sufrir la
persecución, serían lapidados y asesinados. Y los profetas mismos se
convirtieron en una figura de todo esto, por el amor a Dios y por su Palabra… (Ireneo
180 d.C.)
«Sobre
cruces y palos ponen a los cristianos.» «Con uñas de hierro aran los costados
de los cristianos»; «Cortan a los cristianos la cabeza»; y también están sus
dioses descabezados antes de la trabazón del «Nos arrojan a las fieras» «Somos
en fuego vivo abrasados» «Somos también condenados á las minas» «Somos
desterrados a las islas»… (Tertuliano 197 d.C.)
Porque
la persecución es un acto libre de Dios que quiere probar la fe, y se sirve de
la iniquidad del diablo para llevarla a cabo. Por esto decimos, si acaso, que
la persecución viene por el diablo, pero no viene del diablo. Nada puede el
diablo contra los siervos del Dios vivo, si no es por permisión de Dios, el
cual, o quiere destruir al diablo por medio de la fe de los elegidos que sale
victoriosa en la tentación, o quiere mostrar que son del diablo aquellos que se
pasan a sus filas… (Tertuliano 197 d.C.)
Cuando
Dios permite que el tentador nos persiga, padecemos persecución. Y cuando Dios
desea librarnos de la persecución, disfrutamos de una paz maravillosa, aunque
nos rodea un mundo que no deja de odiarnos. Confiamos en la protección de aquel
que dijo: ‘Confíen, yo he vencido al mundo’. Y en verdad él ha vencido al
mundo. Por eso, el mundo prevalece sólo mientras permite que prevalezca el que
recibió poder del Padre para vencer al mundo. De su victoria cobramos ánimo.
Aun si él desea que suframos por nuestra fe y contendamos por ella, que venga
el enemigo contra nosotros. Les diremos: ‘Todo lo puedo en Cristo Jesús,
nuestro Señor, que me fortalece’… (Orígenes 225 d.C.)
Hay
que admitir que ahora, tal vez debido al gran número de los que vienen al
Evangelio, y a que hay algunos ricos y hombres de posición, y aun mujeres
refinadas y nobles que miran con benevolencia a los que lo adoptan, podría
alguno atreverse a decir que algunos procuran sobresalir en la enseñanza del
cristianismo para procurarse prestigio. Ciertamente, al principio, cuando había
grandes peligros particularmente para los que enseñaban, no era posible admitir
razonablemente este género de sospecha. Pero aun ahora, la reputación adversa
con respecto al resto de la sociedad, sobrepasa el supuesto prestigio ante los
que son de la misma fe, el cual ni siquiera entre éstos existe universalmente. (Orígenes
225 d.C.)
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