sábado, 11 de abril de 2015

Persecución


A estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso ejemplo entre nosotros. Por razón de los celos hubo mujeres que fueron perseguidas, después de haber sufrido insultos crueles e inicuos, como Danaidas y Dirces, alcanzando seguras la meta en la carrera de la fe, y recibiendo una recompensa noble, por más que eran débiles en el cuerpo. (Clemente de Roma 30-100 d.C.)  

Los cristianos aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad. (Epístola a Diogneto 125-200 d.C.)  

Los profetas, en efecto, junto con muchas otras profecías también anunciaron este hecho: que aquellos sobre los cuales reposara el Espíritu de Dios, obedecieran a la Palabra del Padre y lo sirvieran según sus fuerzas, habrían de sufrir la persecución, serían lapidados y asesinados. Y los profetas mismos se convirtieron en una figura de todo esto, por el amor a Dios y por su Palabra… (Ireneo 180 d.C.)  

«Sobre cruces y palos ponen a los cristianos.» «Con uñas de hierro aran los costados de los cristianos»; «Cortan a los cristianos la cabeza»; y también están sus dioses descabezados antes de la trabazón del «Nos arrojan a las fieras» «Somos en fuego vivo abrasados» «Somos también condenados á las minas» «Somos desterrados a las islas»… (Tertuliano 197 d.C.)  

Porque la persecución es un acto libre de Dios que quiere probar la fe, y se sirve de la iniquidad del diablo para llevarla a cabo. Por esto decimos, si acaso, que la persecución viene por el diablo, pero no viene del diablo. Nada puede el diablo contra los siervos del Dios vivo, si no es por permisión de Dios, el cual, o quiere destruir al diablo por medio de la fe de los elegidos que sale victoriosa en la tentación, o quiere mostrar que son del diablo aquellos que se pasan a sus filas… (Tertuliano 197 d.C.)  

Cuando Dios permite que el tentador nos persiga, padecemos persecución. Y cuando Dios desea librarnos de la persecución, disfrutamos de una paz maravillosa, aunque nos rodea un mundo que no deja de odiarnos. Confiamos en la protección de aquel que dijo: ‘Confíen, yo he vencido al mundo’. Y en verdad él ha vencido al mundo. Por eso, el mundo prevalece sólo mientras permite que prevalezca el que recibió poder del Padre para vencer al mundo. De su victoria cobramos ánimo. Aun si él desea que suframos por nuestra fe y contendamos por ella, que venga el enemigo contra nosotros. Les diremos: ‘Todo lo puedo en Cristo Jesús, nuestro Señor, que me fortalece’… (Orígenes 225 d.C.)  

Hay que admitir que ahora, tal vez debido al gran número de los que vienen al Evangelio, y a que hay algunos ricos y hombres de posición, y aun mujeres refinadas y nobles que miran con benevolencia a los que lo adoptan, podría alguno atreverse a decir que algunos procuran sobresalir en la enseñanza del cristianismo para procurarse prestigio. Ciertamente, al principio, cuando había grandes peligros particularmente para los que enseñaban, no era posible admitir razonablemente este género de sospecha. Pero aun ahora, la reputación adversa con respecto al resto de la sociedad, sobrepasa el supuesto prestigio ante los que son de la misma fe, el cual ni siquiera entre éstos existe universalmente. (Orígenes 225 d.C.)
 
 
 

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