martes, 14 de abril de 2015

Matrimonio


Es apropiado que todos los hombres y mujeres, también, cuando se casan, se unan con el consentimiento del obispo, para que el matrimonio sea según el Señor y no según concupiscencia. Que todas las cosas se hagan en honor de Dios. (Ignacio 50-100 d.C.)  

Teniendo, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de la vida presente y aun los placeres del alma: cada uno de nosotros tiene por mujer a la que tomó según las leyes que nosotros hemos establecido, y aun ésta en vistas a la procreación. Porque así como el labrador, una vez echada la semilla a la tierra, espera la siega y no sigue sembrando, así para nosotros la medida del deseo es la procreación de los hijos… …o hay que permanecer tal como uno nació, o hay que casarse una sola vez. El segundo matrimonio es un adulterio decente. Dice la Escritura: «el que deja a su mujer y se casa con otra, comete adulterio» (Mateo 19:9; Marcos 10:11), no permitiendo abandonar a aquella cuya virginidad uno deshizo, ni casarse de nuevo… (Atenágoras 177 d.C.)  

El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear hijos, aunque el fin más pleno sea el de procrear buenos hijos… Porque no hay que echar la semilla sobre las piedras, ni hay que hacer ultraje al semen, que es la sustancia principal de la generación, en la que se contienen los principios racionales de la naturaleza: hacer ultraje a estos principios racionales, depositándolos irracionalmente en vasos contrarios a la naturaleza, es cosa de todo punto impía... El matrimonio ha de tenerse por cosa legítima y bien establecida, pues el Señor quiere que los hombres se multipliquen. Pero no dice el Señor «entréguense al desenfreno», ni quiso que los hombres se entregaran al placer, como si hubieran nacido sólo para el coito. Oigamos la amonestación que nos hace el Pedagogo por boca de Ezequiel, cuando grita: «Circuncidad vuestra fornicación» (Ezequiel 43:9; 44:7). Hasta los animales irracionales tienen su tiempo establecido para la inseminación. Unirse con otro fin que el de engendrar hijos es hacer ultraje a la naturaleza… El matrimonio es el deseo de procrear hijos, no una desordenada efusión de semen, contraria a la ley y a la razón. Nuestra vida estará toda ella de acuerdo con la razón si dominamos nuestros apetitos desde sus comienzos, y no matamos con perversos artificios lo que la Providencia divina ha establecido para el linaje humano. Porque hay quienes ocultan su fornicación utilizando drogas abortivas que llevan a la muerte definitiva, siendo así causa no sólo de la destrucción del feto, sino de la del amor del género humano. (El cristiano) come, bebe y toma mujer, no por sí mismo, sino por necesidad. Digo tomar mujer cuando se hace según la razón y como conviene. El que quiere ser perfecto tiene como modelos a los apóstoles, y el verdadero varón no se muestra en la vida del que escoge vivir solo, sino que aquél se muestra superior a los hombres que lucha en el matrimonio, en la procreación de los hijos, en la preocupación por su familia, sin dejarse arrebatar ni por los placeres ni por las penas, sino que en medio de las preocupaciones familiares permanece incesantemente en el amor de Dios… (Clemente de Alejandría 195 d.C.)  

La naturaleza no ofrece continuamente la ocasión de cumplir la unión conyugal... En todo caso no hay que entregarse a la licencia en la noche con el pretexto de que se está a oscuras, sino que hay que conservar en el alma sentimientos de reserva como una luz para la razón; porque no nos diferenciamos de Penélope, si durante el día confeccionamos una doctrina de castidad y de noche la deshacemos... Si en efecto debemos ejercitarnos en un cierto control, como es verdad, hay que mostrarlo sobre todo a la propia esposa, evitando las uniones inconvenientes; y hay que dar en la propia casa la prueba segura de que se es casto con los vecinos… Hay permiso para sembrar, para uno que está casado, como para un cultivador, solamente en el momento en que la semilla puede ser recibida con oportunidad. Para el resto del tiempo hay una excelente medicina para la incontinencia, y es el ser razonable; y también se es ayudado evitando la saciedad, que infla los deseos sensuales… (Clemente de Alejandría 195 d.C.)  

¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? Porque, en efecto, tampoco en la tierra los hijos se casan recta y justamente sin el consentimiento del padre. ¡Qué yugo el que une a dos fieles en una sola esperanza, en la misma observancia, en idéntica servidumbre! Son como hermanos y colaboradores, no hay distinción entre carne y espíritu. Más aún, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es única, único es el espíritu. Juntos rezan, juntos se arrodillan, juntos practican el ayuno. Uno enseña al otro, uno honra al otro, uno sostiene al otro.
Unidos en la Iglesia de Dios, se encuentran también unidos en el banquete divino, unidos en las angustias, en las persecuciones, en los gozos. Ninguno tiene secretos con el otro, ninguno esquiva al otro, ninguno es gravoso para el otro. Libremente hacen visitas a los necesitados y sostienen a los indigentes. Las limosnas que reparten, no les son reprochadas por el otro; los sacrificios que cumplen no se les echan en cara, ni se les ponen dificultades para servir a Dios cada día con diligencia. No hacen furtivamente la señal de la cruz, ni las acciones de gracias son temerosas ni las bendiciones han de permanecer mudas. El canto de los salmos y de los himnos resuena a dos voces, y los dos entablan una competencia para cantar mejor a su Dios. Al ver y oír esto, Cristo se llena de gozo y envía sobre ellos su paz… (Tertuliano 197 d.C.)


 

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