No
hagan tampoco oración como los hipócritas, sino como el Señor lo ha mandado en
su Evangelio. Ustedes orarán así: «Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como
nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sino
líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.» Oren
así tres veces al día. (Didaché 80-140 d.C.)
Hagan
sus oraciones, sus limosnas y todo cuanto hicieren, según los preceptos dados
en el Evangelio de nuestro Señor. (Didaché 80-140 d.C.)
Confesarás
tus pecados. No te acercarás a la oración con conciencia mala. (Bernabé 150
d.C.)
El
dar limosna es, pues, una cosa buena, como el arrepentirse del pecado. El ayuno
es mejor que la oración, pero el dar limosna mejor que estos dos. Y el amor
cubrirá multitud de pecados, pero la oración hecha en buena conciencia libra de
la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga abundancia de ellas. Porque el
dar limosna quita la carga del pecado. (Segunda Clemente 150 d.C.)
Y
orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de
arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios. Por tanto, dejen que tomen
lecciones por lo menos de vuestras obras. (Ignacio 50-100 d.C.)
…volvamos
a la palabra que nos ha sido entregada desde el principio, siendo sobrios en la
oración y constantes en los ayunos, rogando al Dios omnisciente, con
suplicaciones, que no nos deje caer en la tentación, según dijo el Señor: El
espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Policarpo 135
d.C.)
Oren
también por los reyes y potentados y príncipes, y por los que os persiguen y
aborrecen, y por los enemigos de la cruz, que vuestro fruto pueda ser
manifiesto entre todos los hombres, para que puedan ser perfeccionados en Él. (Policarpo
135 d.C.)
Ahora
bien, el glorioso Policarpo… quedó con unos pocos compañeros, no haciendo otra
cosa noche y día que orar por todos los hombres y por las iglesias por todo el
mundo; porque ésta era su costumbre constante. Y mientras estaba orando tuvo
una visión tres días antes de su captura; y vio que su almohada estaba
ardiendo. Y se volvió y dijo a los que estaban con él: «Es necesario que sea
quemado vivo.» (Martirio de Policarpo 155 d.C.)
Y
Policarpo les persuadió a concederle una hora para que pudiera orar sin ser
molestado; y cuando ellos consintieron, él se levantó y oró, estando tan lleno
de la gracia de Dios, que durante dos horas no pudo callar, y todos los que le
oían estaban asombrados, y muchos se arrepentían de haber acudido contra un
anciano tan venerable. (Martirio de Policarpo 155 d.C.)
Pero
el Señor es abundante en compasión, y da a los que le piden sin cesar. (Hermas 150
d.C.)
Nuestras
oraciones derrotan a todos los demonios que provocan la guerra. Esos demonios
también hacen que las personas violen sus juramentos y alteren la paz. Así
pues, de esta manera, nosotros somos mucho más útiles a los reyes que aquellos
que van al campo de batalla para pelear por ellos. Y también tomamos parte en
los asuntos públicos cuando sumamos los ejercicios de abnegación a nuestras
oraciones y meditaciones justas, las cuales nos enseñan a despreciar los
placeres y a no dejarnos llevar por ellos. De manera que nadie lucha mejor por
el rey que nosotros. En realidad, nosotros no peleamos bajo su mando, aun si
nos lo exigiera. Sin embargo, peleamos a su favor, formando un ejército
especial, un ejército de santidad, por medio de nuestras oraciones a Dios. Y si
él deseara que “dirigiéramos ejércitos en defensa de nuestro país”, sepa que
también hacemos esto. Y no lo hacemos con el objetivo de ser vistos por los
hombres o por vanagloria. Ya que en secreto, y en nuestros corazones, nuestras
oraciones ascienden a favor de nuestro prójimo, como si fuéramos sacerdotes. De
manera que los cristianos son benefactores de su país más que las demás
personas. (Orígenes 225 d.C.)
Pero
también antes la oración imponía plagas, dispersaba ejércitos enemigos, impedía
la utilidad de las lluvias. Ahora, en cambio, la oración aleja toda la ira de
la justicia de Dios, está alerta por los enemigos, suplica por los peregrinos…
Ella misma disminuye los delitos, repele las tentaciones, extingue las
persecuciones, consuela a los pusilánimes, deleita a los magnánimos, conduce a
los peregrinos, mitiga las agitaciones, obstaculiza a los ladrones, alimenta a
los pobres, gobierna a los ricos, levanta a los caídos, apoya a los que se
están cayendo, sostiene a los que están en pie… La oración es el muro de la fe,
nuestras armas y nuestras lanzas contra el enemigo que nos observa por todas
partes. Por tanto, nunca caminemos inermes… (Tertuliano 197 d.C.)
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