lunes, 13 de abril de 2015

Oración


No hagan tampoco oración como los hipócritas, sino como el Señor lo ha mandado en su Evangelio. Ustedes orarán así: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.» Oren así tres veces al día. (Didaché 80-140 d.C.)  

Hagan sus oraciones, sus limosnas y todo cuanto hicieren, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro Señor. (Didaché 80-140 d.C.)  

Confesarás tus pecados. No te acercarás a la oración con conciencia mala. (Bernabé 150 d.C.)  

El dar limosna es, pues, una cosa buena, como el arrepentirse del pecado. El ayuno es mejor que la oración, pero el dar limosna mejor que estos dos. Y el amor cubrirá multitud de pecados, pero la oración hecha en buena conciencia libra de la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga abundancia de ellas. Porque el dar limosna quita la carga del pecado. (Segunda Clemente 150 d.C.)  

Y orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios. Por tanto, dejen que tomen lecciones por lo menos de vuestras obras. (Ignacio 50-100 d.C.) 

…volvamos a la palabra que nos ha sido entregada desde el principio, siendo sobrios en la oración y constantes en los ayunos, rogando al Dios omnisciente, con suplicaciones, que no nos deje caer en la tentación, según dijo el Señor: El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Policarpo 135 d.C.)  

Oren también por los reyes y potentados y príncipes, y por los que os persiguen y aborrecen, y por los enemigos de la cruz, que vuestro fruto pueda ser manifiesto entre todos los hombres, para que puedan ser perfeccionados en Él. (Policarpo 135 d.C.) 

Ahora bien, el glorioso Policarpo… quedó con unos pocos compañeros, no haciendo otra cosa noche y día que orar por todos los hombres y por las iglesias por todo el mundo; porque ésta era su costumbre constante. Y mientras estaba orando tuvo una visión tres días antes de su captura; y vio que su almohada estaba ardiendo. Y se volvió y dijo a los que estaban con él: «Es necesario que sea quemado vivo.» (Martirio de Policarpo 155 d.C.)  

Y Policarpo les persuadió a concederle una hora para que pudiera orar sin ser molestado; y cuando ellos consintieron, él se levantó y oró, estando tan lleno de la gracia de Dios, que durante dos horas no pudo callar, y todos los que le oían estaban asombrados, y muchos se arrepentían de haber acudido contra un anciano tan venerable. (Martirio de Policarpo 155 d.C.)  

Pero el Señor es abundante en compasión, y da a los que le piden sin cesar. (Hermas 150 d.C.)  

Nuestras oraciones derrotan a todos los demonios que provocan la guerra. Esos demonios también hacen que las personas violen sus juramentos y alteren la paz. Así pues, de esta manera, nosotros somos mucho más útiles a los reyes que aquellos que van al campo de batalla para pelear por ellos. Y también tomamos parte en los asuntos públicos cuando sumamos los ejercicios de abnegación a nuestras oraciones y meditaciones justas, las cuales nos enseñan a despreciar los placeres y a no dejarnos llevar por ellos. De manera que nadie lucha mejor por el rey que nosotros. En realidad, nosotros no peleamos bajo su mando, aun si nos lo exigiera. Sin embargo, peleamos a su favor, formando un ejército especial, un ejército de santidad, por medio de nuestras oraciones a Dios. Y si él deseara que “dirigiéramos ejércitos en defensa de nuestro país”, sepa que también hacemos esto. Y no lo hacemos con el objetivo de ser vistos por los hombres o por vanagloria. Ya que en secreto, y en nuestros corazones, nuestras oraciones ascienden a favor de nuestro prójimo, como si fuéramos sacerdotes. De manera que los cristianos son benefactores de su país más que las demás personas. (Orígenes 225 d.C.)  

Pero también antes la oración imponía plagas, dispersaba ejércitos enemigos, impedía la utilidad de las lluvias. Ahora, en cambio, la oración aleja toda la ira de la justicia de Dios, está alerta por los enemigos, suplica por los peregrinos… Ella misma disminuye los delitos, repele las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, deleita a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las agitaciones, obstaculiza a los ladrones, alimenta a los pobres, gobierna a los ricos, levanta a los caídos, apoya a los que se están cayendo, sostiene a los que están en pie… La oración es el muro de la fe, nuestras armas y nuestras lanzas contra el enemigo que nos observa por todas partes. Por tanto, nunca caminemos inermes… (Tertuliano 197 d.C.)

  

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