Les
ruego tengan extrema solicitud de las viudas, de los enfermos y de todos los
necesitados. Pero aun para los forasteros, si fueren necesitados, tomen
socorros de mi peculio que dejé en poder de Rogaciano, nuestro co presbítero…
Pero como veo que no hay ocasión de reunirme con ustedes, y ya ha empezado el
verano, en el que suelen atacar las enfermedades graves y frecuentes, considero
que se ha de ayudar a los hermanos. Así que los que recibieron billetes de
recomendación de los mártires y pueden ser ayudados por su intercesión ante
Dios, si se vieren en trance de peligro o de enfermedad, sin esperar mi
presencia, pueden cumplir su arrepentimiento de su delito ante cualquier
presbítero presente, o, si no se encontrare un presbítero y urgiera el peligro
de muerte, ante un diácono también, a fin de que, impuesta la mano como signo
de reconciliación, vayan al Señor con la paz que nos solicitaron los mártires
se les concediera en sus cartas… (Cipriano 250 d.C.)
Les
molesta a algunos que el poder de la enfermedad nos ataque a nosotros de la
misma manera que ataca a los paganos. [Es] como si el cristiano creyera en
disfrutar de los placeres de este mundo y escapar de las enfermedades, en lugar
de soportar las adversidades aquí y esperar los goces venideros. Mientras
permanezcamos sobre la tierra, pasaremos por las mismas tribulaciones que los
demás de la raza humana, aunque vivamos separados de ellos en espíritu… Así
como cuando la tierra se hace estéril y no hay cosecha, el hambre no hace
acepción de personas. Cuando un ejército enemigo captura una ciudad, todos son
llevados cautivos sin distinción. Cuando las bellas nubes no dan su agua, la
sequía afecta a todos por parejo… Padecemos de enfermedades de los ojos, de
fiebre, y de debilidad del cuerpo, en la misma manera que los demás… (Cipriano 250
d.C.)
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