Y
ni aquel que sobresale por su elocuencia entre los jefes de la Iglesia predica
cosas diferentes de éstas -porque ningún discípulo está sobre su Maestro ni el
más débil en la palabra recorta la Tradición: siendo una y la misma fe, ni el
que mucho puede explicar sobre ella la aumenta, ni el que menos puede la
disminuye. (Ireneo 180 d.C.)
Cuando
nosotros atacamos (los herejes) con la Tradición que la Iglesia custodia a
partir de los Apóstoles por la sucesión de los presbíteros, se ponen contra la
Tradición… Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las
Escrituras. (Ireneo 180 d.C.)
Para
todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido
manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos
que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles
hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos
deliran… (Ireneo 180 d.C.)
La
Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro
y Pablo, desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada» a los
hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros… porque en
ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición
apostólica.
Luego
de haber fundado y edificado la Iglesia los bendecidos Apóstoles, entregaron el
servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a
Timoteo Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los
Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los Apóstoles y con
ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los
Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos
que de los Apóstoles habían recibido la doctrina. En tiempo de este mismo
Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban
en Corinto, la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintios,
para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la Tradición
que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles, anunciándoles a un solo
Dios Soberano universal, Creador del Cielo y de la tierra, Plasmador del hombre,
que hizo venir el diluvio, y llamó a Abraham, que sacó al pueblo de la tierra
de Egipto, que habló con Moisés, que dispuso la Ley, que envió a los profetas,
que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles. La Iglesia anuncia a éste
como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, a partir de la Escritura misma, para
que, quienes quieran, puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la
Iglesia, ya que esta carta es más antigua… A Clemente sucedió Evaristo, a
Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido
Sixto. En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio;
siguió Higinio, después Pío, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a
Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los
Apóstoles. Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición que
inició de los Apóstoles. Y esto muestra plenamente que la única y misma fe
vivificadora que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida en la
Iglesia hasta hoy. (Ireneo 180 d.C.)
Finalmente
la Iglesia de Éfeso, que Pablo fundó y en la cual Juan permaneció hasta el
tiempo de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera... (Ireneo
180 d.C.)
Entonces,
si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente
volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles
vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que
es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus
escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos
legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? (Ireneo 180 d.C.)
Muchos
pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación, y creen en Cristo, sin
papel ni tinta en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo,
los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición, creyendo en un solo Dios… (Ireneo
180 d.C.)
Ellos
conservaron la tradición verdadera de la enseñanza bienaventurada que procedía
directamente de Pedro, y Santiago, y Juan, y Pablo, de los santos apóstoles,
recibida de padres a hijos, aunque son pocos los hijos semejantes a sus padres.
Y así ellos por la gracia de Dios depositaron en nosotros aquella semilla que
se remontaba en su origen a los padres y a los apóstoles. Tengo por cierto que
los lectores se alegrarán, no de esta exposición en sí misma, sino de la
fidelidad vigilante de estas indicaciones. Porque pienso que el modelo del alma
que desea guardar la bienaventurada tradición sin que se pierda gota de ella es
el que se expresa en estas palabras: «El hombre que ama la sabiduría dará
alegría al corazón de su padre» (Proverbios 29:3). Clemente de Alejandría (195
d.C.)
Sólo
nos queda, pues, demostrar que nuestra doctrina, cuya regla hemos formulado
anteriormente, procede de la tradición de los apóstoles, mientras, que por este
mismo hecho las otras provienen de la falsedad… (Tertuliano 197 d.C.)
Concedamos
que todas las Iglesias hayan caído en el error; que el mismo Apóstol se haya
equivocado al dar testimonio en favor de algunas… ¿Es verosímil realmente que
tantas y tan importantes Iglesias hayan andado por el camino del error para
encontrarse finalmente en una misma fe? Muchos sucesos independientes no llevan
a un resultado único. El error doctrinal de las Iglesias debiera haber llevado
a la diversificación. Pero sea lo que fuere, cuando entre muchos se aprecia
unanimidad, ésta no viene del error, sino de la tradición. ¿Quién tendrá la
audacia de decir que se equivocaron los autores de esta tradición? (Tertuliano 197
d.C.)
Volvamos
a nuestra discusión acerca del principio de que lo más originario es lo
verdadero, y lo posterior es lo falso… (Tertuliano 197 d.C.)
Por
lo demás, si algunas tienen la audacia de remontarse hasta la edad apostólica,
a fin de parecer transmitidas por los apóstoles por el hecho de haber existido
en la época de los apóstoles, les podemos replicar: Que nos muestren los
orígenes de sus Iglesias; que nos desarrollen las listas de sus obispos en el
orden sucesorio desde los comienzos, de suerte que el primer obispo que
presenten como su autor y padre sea alguno de los apóstoles o de los varones
apostólicos que haya perseverado en unión con los apóstoles. En esta forma,
solo las iglesias apostólicas pueden presentar sus listas, como la de Esmirna,
que afirma que Policarpo fue instituido por Juan, y la de Roma, que afirma que
Clemente fue ordenado por Pedro. De la misma manera las demás Iglesias muestran
a aquellos a quienes los apóstoles constituyeron en el episcopado y son sus
rebrotes de la semilla apostólica… (Tertuliano 197 d.C.)
Así
pues, que todas las herejías, llamadas a juicio por nuestras Iglesias bajo una
u otra de estas formas, prueben que son apostólicas por alguna de ellas. Pero
está claro que no lo son, y que no pueden probar ser lo que no son, y que no
son admitidas a la paz y a la comunión con las Iglesias que de cualquier manera
son apostólicas… (Tertuliano 197 d.C.)
Con
toda diligencia hay que guardar la tradición divina y las prácticas
apostólicas, y hay que atenerse a lo que se hace entre nosotros que es lo que
se hace casi en todas las provincias del mundo, a saber, que para hacer una
ordenación bien hecha, los obispos más próximos de la misma provincia se reúnan
con el pueblo al frente del cual ha de estar el obispo ordenando, y éste se
elija en presencia del pueblo, ya que éste conoce muy bien la vida de cada uno
y ha podido observar por la convivencia el proceder de sus actos. Así vemos que
se hizo también entre vosotros en la ordenación de nuestro colega Sabino: se le
confirió el episcopado y se le impusieron las manos para que sustituyera a
Basílides por el sufragio de toda la comunidad de hermanos y el de los obispos
que estuvieron presentes y el de los que os enviaron su voto por carta… (Cipriano
250 d.C.)
«No
se introduzca innovación alguna —dice— sino se siga la tradición.» ¿De dónde
viene tal tradición? ¿Acaso de la autoridad del Señor y del Evangelio, o de las
ordenaciones y cartas de los apóstoles? (Cipriano 250 d.C.)
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