I. Expiación por medio de Cristo
Por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor
dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra
carne, y su vida por nuestras vidas. (Clemente de Roma - 30-100 d.C.)
Por tanto, mantengámonos sin cesar firmes en nuestra esperanza y
en las arras de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual tomó nuestros
pecados en su propio cuerpo sobre el madero, y no pecó, ni fue hallado engaño
en su boca, sino que por amor a nosotros sufrió todas las cosas, para que
pudiéramos vivir en Él. (Policarpo - 135 d.C.)
«Escucha», me contestó; «el Hijo de Dios no está representado en
la forma de un siervo, sino que está representado en gran poder y señorío.»
«¿Cómo, señor?», dije yo; «no lo comprendo.» «Porque», dijo él, «Dios plantó la
viña, esto es, creó al pueblo y lo entregó a su Hijo. Y el Hijo colocó a los
ángeles a cargo de ellos, para que velaran sobre ellos; y el Hijo mismo limpió
sus pecados, trabajando mucho y soportando muchas labores; porque cavar sin
trabajar o esforzarse. Habiendo, pues, Él limpiado a su pueblo, les mostró los
caminos de vida, dándoles la ley que Él recibió de su Padre. (Hermas - 150
d.C.)
… Dios por compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros
pecados, y El mismo se separó de su propio Hijo como rescate por nosotros, el
santo por el transgresor, el inocente por el malo, el justo por los injustos,
lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿Qué
otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era
posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el
Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios
inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la
justicia de uno justificara a muchos que eran inicuos! (Diogneto - 125-200)
En cambio Cristo nuestro Señor sufrió una pasión con firmeza y sin
debilidad, y no sólo no estuvo en peligro de corromperse, sino que restauró al
hombre corrompido y lo llamó a la incorrupción. (Ireneo - 180 d.C.)
(Dios envió) su Hijo Jesucristo, el cual nos rescató de la
apostasía mediante su sangre a fin de que fuésemos el pueblo santo el mismo que
un día volverá de los cielos con el poder del Padre para juzgar a todos y para
dar los bienes divinos a cuantos observen sus mandatos. (Ireneo - 180 d.C.)
Convenía, pues, que aquel que estaba por matar el pecado y por
redimir al hombre reo de muerte, se hiciese lo mismo que es éste, o sea el
hombre que por el pecado había sido sometido a la servidumbre y estaba bajo el
poder de la muerte, para que el pecado fuese arrancado por un hombre a fin de
que el hombre escapase de la muerte. (Ireneo - 180 d.C.)
Pues parece irrazonable que aquel que venció el enemigo no libre a
aquel que fue violentamente herido por el enemigo y el primero en quedar
sometido al cautiverio, cuando son arrancados de éste sus hijos a quienes
engendró siendo esclavo. Ni parecería vencido el enemigo, si aún pudiese
conservar los antiguos despojos. Como si un enemigo atacara a un pueblo y a los
vencidos llevara cautivos de modo que por largo tiempo los mantuviese esclavos,
durante el cual período éstos engendrasen hijos. Si mucho después alguien se
compadeciera de los esclavos y asaltara al enemigo, no actuaría con justicia si
liberase a los hijos, de manos de aquellos que habían llevado a sus padres al cautiverio,
en cambio dejase bajo la esclavitud del enemigo a aquellos por cuya liberación
había luchado. Si los hijos vuelven a adquirir la libertad por motivo de la
liberación de sus padres, no pueden quedar cautivos esos mismos padres que
desde el principio han sufrido el cautiverio. (Ireneo - 180 d.C.)
Abraham había seguido según su fe el precepto del Verbo de Dios,
con ánimo dispuesto a entregar a su hijo el amado en sacrificio a Dios; para
que así Dios se complaciese en entregar en favor de toda su descendencia, para
ser sacrificio de redención, a su Hijo Unigénito y amado. (Ireneo - 180 d.C.)
Cristo, se hizo hombre en los últimos tiempos para luchar en favor
del género humano, para vencer y destruir al enemigo del hombre y para dar a su
plasma la victoria contra el adversario… (Ireneo - 180 d.C.)
¿Cómo habría podido derrotar a aquel que era más fuerte que el
hombre y lo tenía sujeto, de vencer al vencedor para liberar al ser humano
vencido, si no hubiese sido superior al hombre vencido? (Ireneo - 180 d.C.)
El es completo en todo, como Verbo poderoso y hombre verdadero, y
nos compró con su sangre a la manera propia del Verbo (Colosenses 1:14),
dándose a sí mismo en rescate (1 Timoteo 2:6) por los que habíamos sido hechos
cautivos. Y como de modo injusto dominaba sobre nosotros la apostasía, y siendo
nosotros, por naturaleza, propiedad de Dios todopoderoso, nos enajenó contra
naturaleza y nos hizo sus discípulos; como el Dios Verbo es poderoso y no falla
en la justicia, justamente se volvió contra esa apostasía, para redimir de ella
lo que era suyo; no por la fuerza, como aquélla había dominado nuestros inicios
arrebatando insaciablemente lo que no era suyo; sino por persuasión, como
convenía a un Dios que persuade y que no nos fuerza a recibir lo que él quiere;
de modo que ni se destruyese lo que es justo ni se perdiese la antigua criatura
de Dios. (Ireneo - 180 d.C.)
Habiéndolo vencido por tercera vez, lo rechazó como a un derrotado
legítimamente. De este modo se disolvió la transgresión de Adán al mandato de
Dios, por la fidelidad del Hijo de Dios al precepto de la Ley, no
desobedeciendo al mandato de Dios… (Ireneo - 180 d.C.)
El ángel apóstata de Dios queda desenmascarado al declararse su
nombre, derrotado como fue y vencido por el Hijo del Hombre obediente al
precepto divino. Como al principio persuadió al hombre a transgredir el
precepto del Creador, y así lo sometió a su poder, que consiste en la
transgresión y apostasía, con las cuales ató al hombre, era preciso que fuese
vencido por el hombre mismo, y atado con las mismas cuerdas con las que él
había amarrado al hombre. De esta manera el hombre, desatado, se podía volver a
su Señor, abandonando al diablo los lazos con los que éste lo había ligado, o
sea la transgresión. El encadenamiento de éste fue la liberación del hombre,
pues «nadie puede penetrar en la casa del fuerte y robarle sus bienes, si
primero no atare al fuerte»… en cuanto Verbo lo encadenó fuertemente, como a su
propio fugitivo, y le arrebató los bienes, o sea los hombres de quienes él se
había apoderado e injustamente se servía. Así fue justamente mantenido cautivo
aquel que injustamente había tenido prisionero al hombre; en cambio quedó libre
el hombre sometido al poder de este amo, según la misericordia de Dios Padre… (Ireneo
- 180 d.C.)
Y cuando iba a ser derramado en libación, ofreciéndose a sí mismo
como rescate, nos dejó un nuevo testamento: «Yo les doy mi amor.»… (Clemente de
Alejandría - 195 d.C.)
El cantor de que yo hablo no se hace esperar: viene a destruir la
amarga esclavitud de los demonios que nos tiranizan, cambiándola por el dulce y
amable yugo de la piedad para con Dios… (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)
Y el hombre que en su simplicidad vivía en libertad, se encontró
encadenado por sus pecados. Pero entonces el Señor quiso liberarlo de estas
cadenas, y haciéndose él prisionero de la carne—eso sí que es un misterio
divino—domó a la serpiente y esclavizó al tirano, es decir la muerte, y—cosa
increíble—al hombre extraviado por el placer y encadenado a la corrupción, con
sus manos extendidas (en la cruz) lo puso en libertad. He aquí una maravilla
llena de misterios… (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)
Cristo es «rescate para muchos». ¿A quién se pagó este rescate?
Ciertamente no a Dios. Tal vez se hubiera pagado a Satanás. Porque éste tenía
poder sobre nosotros hasta que le fue dado el rescate en favor nuestro, a saber
la vida de Jesús. Y en esto quedó el demonio engañado, pues creía que podría
retener el alma de Jesús en su poder, sin darse cuenta de que él no tenía poder
suficiente para ello. O también, la muerte creyó que podría retenerle en su
poder; pero en realidad no tuvo poder sobre aquél que se hizo libre de entre
los muertos, y más poderoso que todo el poder de la muerte, tan poderoso que
todos los que quieran seguirle en esto, pueden hacerlo por más que sean
atrapados por la muerte, puesto que ahora la muerte ya no tiene poder sobre
ellos. Porque, en efecto, nadie que está en Jesús puede ser arrebatado por la
muerte. (Orígenes - 225 d.C.)
II. Recapitulación en Cristo
Recapitulación se trata de restituir todas las cosas por medio de
la reencarnación. Cuando Cristo se hizo hombre y vivió una vida perfecta,
restituyó a la humanidad caída a la comunión con Dios, deshaciendo el mal
causado por Satanás en Edén. Ireneo sobre todo resaltó este tema en sus
escritos.
El Señor sufrió para devolverles la verdad a quienes habían errado
respecto al Padre, y para conducirlos a él… El Señor con su pasión destruyó la
muerte, corrigió el error, eliminó la corrupción, acabó con la ignorancia,
reveló la vida, mostró la verdad y donó la incorrupción; al revés, mediante su
pasión…
Pero si no se hizo carne sino apariencia de carne, entonces no era
verdadera su obra. ¡No! Lo que parecía, eso era: el Dios del hombre
recapitulaba en sí su antigua creación, para matar por cierto el pecado, dejar
vacía la muerte (2 Timoteo 1:10) y dar vida al hombre. Por eso «sus obras son
verdaderas». (Ireneo - 180 d.C.)
Pero cuando se hizo hombre recapituló en sí
mismo toda la historia de los seres humanos y asumiéndonos en sí nos concede la
salvación; de manera que, cuanto habíamos perdido en Adán (es decir el haber
sido hechos «a imagen y semejanza de Dios», lo volviésemos a recibir en
Jesucristo. (Ireneo - 180 d.C.)
Y para que aprendan que no habría de nacer de su simiente, es
decir de José, sino según la promesa de Dios, es suscitado del vientre de David
el Rey eterno que recapitula en sí todas las cosas… El recapituló en sí su
antiguo plasma. Porque «como por la desobediencia de un hombre el pecado entró
en el mundo, y por el pecado la muerte» tuvo poder (Romanos 5:12,19), «así por
la obediencia de un hombre» la justicia ha sido restablecida para fructificar
en vida para los hombres que en otro tiempo habían muerto. Y así como aquel
primer Adán fue plasmado de una tierra no trabajada y aún virgen -«porque aún
Dios no había hecho llover y el hombre aún no había trabajado la tierra» (Génesis
2:5)- sino que fue modelado por la mano de Dios (Salmos 119[118]:73; Job 10:8),
o sea por el Verbo de Dios -ya que «todo fue hecho por él» (Juan 1:3) y «el Señor
tomó barro de la tierra y plasmó al hombre» (Génesis 2:7)- así, para
recapitular a Adán en sí mismo, el mismo Verbo existente recibió justamente de
María la que aún era Virgen, el origen de lo que había de recapitular a Adán.
Si pues el primer Adán (1 Corintios 15:45) hubiese tenido un hombre como padre
y hubiese sido concebido del esperma de varón, justamente se diría que el
segundo Adán (1 Corintios 15:47) habría sido engendrado de José. Pero si aquél
fue tomado de la tierra, y plasmado por el Verbo de Dios, era conveniente que
el mismo Verbo, que había de realizar en sí mismo la recapitulación de Adán,
tuviese un origen en todo semejante. Pero entonces, se me dirá, ¿por qué Dios
no tomó barro sino realizó de María la criatura que había de nacer? Para que no
fuese hecha ninguna otra criatura diversa de aquélla, ni otra criatura que aquella
que había de ser salvada, sino la misma que debía ser recapitulada, salvando la
semejanza… (Ireneo - 180 d.C.)
Así pues, el Verbo de Dios se hizo la misma criatura que debía
recapitular en sí, y por eso se confiesa Hijo del Hombre, y declara bienaventurados
a los humildes, porque heredarán la tierra… (Ireneo - 180 d.C.)
Por eso nuestro Dios en los últimos tiempos, para recapitular
todas las cosas en sí mismo, vino a nosotros, no tal como podía mostrarse, sino
como nosotros éramos capaces de mirarlo. (Ireneo - 180 d.C.)
Como dice la Escritura que dijo él a la serpiente: «Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y el linaje de la mujer:
él te quebrantará la cabeza, mientras tú acecharás su talón» (Génesis 3:15). El
Señor recapituló en sí mismo esta enemistad, como un hombre «nacido de mujer»
(Gálatas 4:4), y le aplastó la cabeza, como lo hemos explicado en nuestro libro
precedente… (Ireneo - 180 d.C.)
«Se pedirá cuenta de toda la sangre justa derramada sobre la
tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de
Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar; en verdad les digo,
todas estas cosas vendrán sobre esta generación» (Mateo 23:35-36; Lucas 11:50-51),
con lo cual quería decir que él recapitularía en la suya propia el
derramamiento de la sangre de todos los justos y profetas desde el principio, y
que él mismo pediría cuenta de la sangre de ellos. Pero no pediría cuentas de
esto si no debiese también salvarlo y si el Señor, para recapitular todas las
cosas, no se hubiese hecho él mismo carne y sangre según la antigua creación,
para salvar en sí, en el fin, lo que al principio se había perdido en Adán… (Ireneo
- 180 d.C.)
Porque disolviendo la desobediencia del hombre que tuvo lugar al
principio en el árbol, «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz»
(Filipenses 2:8), curando por la obediencia en el árbol la desobediencia en el
árbol… (Ireneo - 180 d.C.)
«Recapitulando en sí todas las cosas del cielo y de la tierra» (Efesios
1:10); pero las cosas que están en los cielos son espirituales, mientras las
que están sobre la tierra son esta obra que es el hombre. Todas estas cosas ha
recapitulado en sí, unificando al hombre y al espíritu, haciendo habitar al
Espíritu en el hombre, haciéndose él mismo Cabeza del espíritu y dando su
Espíritu al hombre como cabeza; por éste vemos, oímos y hablamos. (Ireneo - 180
d.C.)
Habiendo pues recapitulado todo en sí, también recapituló nuestra
lucha contra el enemigo; ha provocado y vencido a aquel que desde el principio
nos había hecho cautivos en Adán, y ha quebrantado con el pie su cabeza como en
el Génesis Dios dijo a la serpiente: «Pongo enemistad entre ti y la mujer,
entre tu simiente y la suya, éste observará tu cabeza y tú observarás su talón»
(Génesis 3:15). Desde entonces el que habría de nacer de la mujer virgen según
la semejanza de Adán, se preanuncia que estará observando la cabeza de la
serpiente… Porque el enemigo no sería justamente vencido si el que lo venciese
no fuese un hombre nacido de mujer. Porque por una mujer había dominado sobre
el hombre y se había opuesto desde el principio al hombre. Por eso el Señor
mismo se confiesa Hijo del Hombre, para recapitular en sí a aquel hombre viejo
del cual él mismo se hizo creatura mediante la mujer; para que así como por un
hombre vencido nuestra raza descendió hasta la muerte, así también por un
hombre victorioso ascendamos a la vida; y como la muerte recibió la palma
contra nosotros por un hombre, así también nosotros por un hombre recibamos la
palma contra la muerte.
Pero el Señor no habría recapitulado en sí aquella antigua
enemistad cumpliendo la promesa del Demiurgo y ejecutando su mandato, si
hubiese provenido de otro Padre. Mas siendo el mismo quien al principio nos
plasmó y que al final envió al Hijo, el Señor ejecutó su precepto «nacido de
mujer» (Gálatas 4:4) destruyendo a nuestro adversario y perfeccionando al
hombre según la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Y por eso no lo
destruyó de otra manera sino mediante las palabras de la Ley, usando como ayuda
el precepto del Padre para destruir y refutar al ángel apóstata… (Ireneo - 180
d.C.)
Jesucristo nuestro Señor… al fin de los tiempos para recapitular
todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para
destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre
Dios y el hombre. (Ireneo - 180 d.C.)
Y porque, envueltos todos en la creación originaria de Adán, hemos
sido vinculados a la muerte, por causa de su desobediencia, era conveniente y
justo que, por obra de la obediencia de quien se hizo hombre por nosotros,
fueran rotas las [cadenas] de la muerte. Y porque la muerte reinaba sobre la
carne, era preciso que fuera abolida por medio de la carne, y que el hombre
fuera liberado de su opresión. El Verbo se hizo carne (Juan 1:14) para destruir
por medio de la carne el pecado que por obra de la carne había adquirido el
poder, el derecho de propiedad y dominio; y para que no existiese más entre
nosotros. Por esta razón Nuestro Señor tomó una corporeidad idéntica a la de la
primera criatura para luchar en favor de los primogénitos y vencer en Adán a
quien en Adán nos había herido. (Ireneo - 180 d.C.)
Y así como por obra de una virgen desobediente fue el hombre
herido y, precipitado, murió, así también, reanimado el hombre por obra de una
Virgen, que obedeció a la Palabra de Dios, recibió él en el hombre nuevamente
reavivado, por medio de la vida, la vida. Pues el Señor vino a buscar la oveja
perdida, es decir, el hombre que se había perdido. De donde no se hizo el Señor
otra carne, sino de aquella misma que traía origen de Adán y de ella conservó
la semejanza. Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en
Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la
inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen,
venida a ser abogada de una virgen [Eva], deshiciera y destruyera la
desobediencia virginal mediante la virginal obediencia. El pecado cometido a
causa del árbol fue anulado por la obediencia cumplida en el árbol, obediencia
a Dios por la cual el Hijo del hombre fue elevado en el árbol, aboliendo la
ciencia del mal y aportando y regalando la ciencia del bien. El mal es
desobedecer a Dios; el bien, en cambio, es obedecer. (Ireneo - 180 d.C.)
Así pues, por la obediencia a que se sometió hasta la muerte,
pendiente del madero, destruyó la desobediencia antigua cometida en el árbol… (Ireneo
- 180 d.C.)
Para cumplir las promesas y recapitularlas en Sí
mismo con el fin de restituirnos la vida, el Verbo de Dios se hizo carne por el
ministerio de la Virgen, a fin de desatar la muerte y vivificar al hombre,
porque nosotros estábamos encadenados por el pecado, y destinados a nacer a
través del régimen del pecado y a caer bajo el imperio de la muerte… Dios
Padre, por su inmensa misericordia, envió a su Verbo creador, el cual, venido
para salvarnos, estuvo en los mismos lugares, en la misma situación y en los
ambientes donde nosotros hemos perdido la vida. Y rompió las cadenas que nos
tenían prisioneros. Apareció su luz e hizo desaparecer las tinieblas de la prisión
y santificó nuestro nacimiento y abolió la muerte, desligando aquellos mismos
lazos en que nos habían encadenado. (Ireneo - 180 d.C.)
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