martes, 17 de noviembre de 2015

Expiación


I. Expiación por medio de Cristo  

Por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas. (Clemente de Roma - 30-100 d.C.)  

Por tanto, mantengámonos sin cesar firmes en nuestra esperanza y en las arras de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual tomó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, y no pecó, ni fue hallado engaño en su boca, sino que por amor a nosotros sufrió todas las cosas, para que pudiéramos vivir en Él. (Policarpo - 135 d.C.)  

«Escucha», me contestó; «el Hijo de Dios no está representado en la forma de un siervo, sino que está representado en gran poder y señorío.» «¿Cómo, señor?», dije yo; «no lo comprendo.» «Porque», dijo él, «Dios plantó la viña, esto es, creó al pueblo y lo entregó a su Hijo. Y el Hijo colocó a los ángeles a cargo de ellos, para que velaran sobre ellos; y el Hijo mismo limpió sus pecados, trabajando mucho y soportando muchas labores; porque cavar sin trabajar o esforzarse. Habiendo, pues, Él limpiado a su pueblo, les mostró los caminos de vida, dándoles la ley que Él recibió de su Padre. (Hermas - 150 d.C.) 

… Dios por compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y El mismo se separó de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el inocente por el malo, el justo por los injustos, lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿Qué otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la justicia de uno justificara a muchos que eran inicuos! (Diogneto - 125-200)  

En cambio Cristo nuestro Señor sufrió una pasión con firmeza y sin debilidad, y no sólo no estuvo en peligro de corromperse, sino que restauró al hombre corrompido y lo llamó a la incorrupción. (Ireneo  - 180 d.C.)  

(Dios envió) su Hijo Jesucristo, el cual nos rescató de la apostasía mediante su sangre a fin de que fuésemos el pueblo santo el mismo que un día volverá de los cielos con el poder del Padre para juzgar a todos y para dar los bienes divinos a cuantos observen sus mandatos. (Ireneo - 180 d.C.)  

Convenía, pues, que aquel que estaba por matar el pecado y por redimir al hombre reo de muerte, se hiciese lo mismo que es éste, o sea el hombre que por el pecado había sido sometido a la servidumbre y estaba bajo el poder de la muerte, para que el pecado fuese arrancado por un hombre a fin de que el hombre escapase de la muerte. (Ireneo - 180 d.C.)  

Pues parece irrazonable que aquel que venció el enemigo no libre a aquel que fue violentamente herido por el enemigo y el primero en quedar sometido al cautiverio, cuando son arrancados de éste sus hijos a quienes engendró siendo esclavo. Ni parecería vencido el enemigo, si aún pudiese conservar los antiguos despojos. Como si un enemigo atacara a un pueblo y a los vencidos llevara cautivos de modo que por largo tiempo los mantuviese esclavos, durante el cual período éstos engendrasen hijos. Si mucho después alguien se compadeciera de los esclavos y asaltara al enemigo, no actuaría con justicia si liberase a los hijos, de manos de aquellos que habían llevado a sus padres al cautiverio, en cambio dejase bajo la esclavitud del enemigo a aquellos por cuya liberación había luchado. Si los hijos vuelven a adquirir la libertad por motivo de la liberación de sus padres, no pueden quedar cautivos esos mismos padres que desde el principio han sufrido el cautiverio. (Ireneo - 180 d.C.)  

Abraham había seguido según su fe el precepto del Verbo de Dios, con ánimo dispuesto a entregar a su hijo el amado en sacrificio a Dios; para que así Dios se complaciese en entregar en favor de toda su descendencia, para ser sacrificio de redención, a su Hijo Unigénito y amado. (Ireneo - 180 d.C.)  

Cristo, se hizo hombre en los últimos tiempos para luchar en favor del género humano, para vencer y destruir al enemigo del hombre y para dar a su plasma la victoria contra el adversario… (Ireneo - 180 d.C.)  

¿Cómo habría podido derrotar a aquel que era más fuerte que el hombre y lo tenía sujeto, de vencer al vencedor para liberar al ser humano vencido, si no hubiese sido superior al hombre vencido? (Ireneo - 180 d.C.)  

El es completo en todo, como Verbo poderoso y hombre verdadero, y nos compró con su sangre a la manera propia del Verbo (Colosenses 1:14), dándose a sí mismo en rescate (1 Timoteo 2:6) por los que habíamos sido hechos cautivos. Y como de modo injusto dominaba sobre nosotros la apostasía, y siendo nosotros, por naturaleza, propiedad de Dios todopoderoso, nos enajenó contra naturaleza y nos hizo sus discípulos; como el Dios Verbo es poderoso y no falla en la justicia, justamente se volvió contra esa apostasía, para redimir de ella lo que era suyo; no por la fuerza, como aquélla había dominado nuestros inicios arrebatando insaciablemente lo que no era suyo; sino por persuasión, como convenía a un Dios que persuade y que no nos fuerza a recibir lo que él quiere; de modo que ni se destruyese lo que es justo ni se perdiese la antigua criatura de Dios. (Ireneo - 180 d.C.)  

Habiéndolo vencido por tercera vez, lo rechazó como a un derrotado legítimamente. De este modo se disolvió la transgresión de Adán al mandato de Dios, por la fidelidad del Hijo de Dios al precepto de la Ley, no desobedeciendo al mandato de Dios… (Ireneo - 180 d.C.)  

El ángel apóstata de Dios queda desenmascarado al declararse su nombre, derrotado como fue y vencido por el Hijo del Hombre obediente al precepto divino. Como al principio persuadió al hombre a transgredir el precepto del Creador, y así lo sometió a su poder, que consiste en la transgresión y apostasía, con las cuales ató al hombre, era preciso que fuese vencido por el hombre mismo, y atado con las mismas cuerdas con las que él había amarrado al hombre. De esta manera el hombre, desatado, se podía volver a su Señor, abandonando al diablo los lazos con los que éste lo había ligado, o sea la transgresión. El encadenamiento de éste fue la liberación del hombre, pues «nadie puede penetrar en la casa del fuerte y robarle sus bienes, si primero no atare al fuerte»… en cuanto Verbo lo encadenó fuertemente, como a su propio fugitivo, y le arrebató los bienes, o sea los hombres de quienes él se había apoderado e injustamente se servía. Así fue justamente mantenido cautivo aquel que injustamente había tenido prisionero al hombre; en cambio quedó libre el hombre sometido al poder de este amo, según la misericordia de Dios Padre… (Ireneo - 180 d.C.)  

Y cuando iba a ser derramado en libación, ofreciéndose a sí mismo como rescate, nos dejó un nuevo testamento: «Yo les doy mi amor.»… (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)  

El cantor de que yo hablo no se hace esperar: viene a destruir la amarga esclavitud de los demonios que nos tiranizan, cambiándola por el dulce y amable yugo de la piedad para con Dios… (Clemente de Alejandría - 195 d.C.) 

Y el hombre que en su simplicidad vivía en libertad, se encontró encadenado por sus pecados. Pero entonces el Señor quiso liberarlo de estas cadenas, y haciéndose él prisionero de la carne—eso sí que es un misterio divino—domó a la serpiente y esclavizó al tirano, es decir la muerte, y—cosa increíble—al hombre extraviado por el placer y encadenado a la corrupción, con sus manos extendidas (en la cruz) lo puso en libertad. He aquí una maravilla llena de misterios… (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)  

Cristo es «rescate para muchos». ¿A quién se pagó este rescate? Ciertamente no a Dios. Tal vez se hubiera pagado a Satanás. Porque éste tenía poder sobre nosotros hasta que le fue dado el rescate en favor nuestro, a saber la vida de Jesús. Y en esto quedó el demonio engañado, pues creía que podría retener el alma de Jesús en su poder, sin darse cuenta de que él no tenía poder suficiente para ello. O también, la muerte creyó que podría retenerle en su poder; pero en realidad no tuvo poder sobre aquél que se hizo libre de entre los muertos, y más poderoso que todo el poder de la muerte, tan poderoso que todos los que quieran seguirle en esto, pueden hacerlo por más que sean atrapados por la muerte, puesto que ahora la muerte ya no tiene poder sobre ellos. Porque, en efecto, nadie que está en Jesús puede ser arrebatado por la muerte. (Orígenes - 225 d.C.)  

II. Recapitulación en Cristo  

Recapitulación se trata de restituir todas las cosas por medio de la reencarnación. Cuando Cristo se hizo hombre y vivió una vida perfecta, restituyó a la humanidad caída a la comunión con Dios, deshaciendo el mal causado por Satanás en Edén. Ireneo sobre todo resaltó este tema en sus escritos.  

El Señor sufrió para devolverles la verdad a quienes habían errado respecto al Padre, y para conducirlos a él… El Señor con su pasión destruyó la muerte, corrigió el error, eliminó la corrupción, acabó con la ignorancia, reveló la vida, mostró la verdad y donó la incorrupción; al revés, mediante su pasión…

Pero si no se hizo carne sino apariencia de carne, entonces no era verdadera su obra. ¡No! Lo que parecía, eso era: el Dios del hombre recapitulaba en sí su antigua creación, para matar por cierto el pecado, dejar vacía la muerte (2 Timoteo 1:10) y dar vida al hombre. Por eso «sus obras son verdaderas». (Ireneo - 180 d.C.)  

Pero cuando se hizo hombre recapituló en sí mismo toda la historia de los seres humanos y asumiéndonos en sí nos concede la salvación; de manera que, cuanto habíamos perdido en Adán (es decir el haber sido hechos «a imagen y semejanza de Dios», lo volviésemos a recibir en Jesucristo. (Ireneo - 180 d.C.) 

Y para que aprendan que no habría de nacer de su simiente, es decir de José, sino según la promesa de Dios, es suscitado del vientre de David el Rey eterno que recapitula en sí todas las cosas… El recapituló en sí su antiguo plasma. Porque «como por la desobediencia de un hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte» tuvo poder (Romanos 5:12,19), «así por la obediencia de un hombre» la justicia ha sido restablecida para fructificar en vida para los hombres que en otro tiempo habían muerto. Y así como aquel primer Adán fue plasmado de una tierra no trabajada y aún virgen -«porque aún Dios no había hecho llover y el hombre aún no había trabajado la tierra» (Génesis 2:5)- sino que fue modelado por la mano de Dios (Salmos 119[118]:73; Job 10:8), o sea por el Verbo de Dios -ya que «todo fue hecho por él» (Juan 1:3) y «el Señor tomó barro de la tierra y plasmó al hombre» (Génesis 2:7)- así, para recapitular a Adán en sí mismo, el mismo Verbo existente recibió justamente de María la que aún era Virgen, el origen de lo que había de recapitular a Adán. Si pues el primer Adán (1 Corintios 15:45) hubiese tenido un hombre como padre y hubiese sido concebido del esperma de varón, justamente se diría que el segundo Adán (1 Corintios 15:47) habría sido engendrado de José. Pero si aquél fue tomado de la tierra, y plasmado por el Verbo de Dios, era conveniente que el mismo Verbo, que había de realizar en sí mismo la recapitulación de Adán, tuviese un origen en todo semejante. Pero entonces, se me dirá, ¿por qué Dios no tomó barro sino realizó de María la criatura que había de nacer? Para que no fuese hecha ninguna otra criatura diversa de aquélla, ni otra criatura que aquella que había de ser salvada, sino la misma que debía ser recapitulada, salvando la semejanza… (Ireneo - 180 d.C.)  

Así pues, el Verbo de Dios se hizo la misma criatura que debía recapitular en sí, y por eso se confiesa Hijo del Hombre, y declara bienaventurados a los humildes, porque heredarán la tierra… (Ireneo - 180 d.C.)  

Por eso nuestro Dios en los últimos tiempos, para recapitular todas las cosas en sí mismo, vino a nosotros, no tal como podía mostrarse, sino como nosotros éramos capaces de mirarlo. (Ireneo - 180 d.C.)  

Como dice la Escritura que dijo él a la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y el linaje de la mujer: él te quebrantará la cabeza, mientras tú acecharás su talón» (Génesis 3:15). El Señor recapituló en sí mismo esta enemistad, como un hombre «nacido de mujer» (Gálatas 4:4), y le aplastó la cabeza, como lo hemos explicado en nuestro libro precedente… (Ireneo - 180 d.C.)  

«Se pedirá cuenta de toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar; en verdad les digo, todas estas cosas vendrán sobre esta generación» (Mateo 23:35-36; Lucas 11:50-51), con lo cual quería decir que él recapitularía en la suya propia el derramamiento de la sangre de todos los justos y profetas desde el principio, y que él mismo pediría cuenta de la sangre de ellos. Pero no pediría cuentas de esto si no debiese también salvarlo y si el Señor, para recapitular todas las cosas, no se hubiese hecho él mismo carne y sangre según la antigua creación, para salvar en sí, en el fin, lo que al principio se había perdido en Adán… (Ireneo - 180 d.C.)  

Porque disolviendo la desobediencia del hombre que tuvo lugar al principio en el árbol, «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Filipenses 2:8), curando por la obediencia en el árbol la desobediencia en el árbol… (Ireneo - 180 d.C.)  

«Recapitulando en sí todas las cosas del cielo y de la tierra» (Efesios 1:10); pero las cosas que están en los cielos son espirituales, mientras las que están sobre la tierra son esta obra que es el hombre. Todas estas cosas ha recapitulado en sí, unificando al hombre y al espíritu, haciendo habitar al Espíritu en el hombre, haciéndose él mismo Cabeza del espíritu y dando su Espíritu al hombre como cabeza; por éste vemos, oímos y hablamos. (Ireneo - 180 d.C.)  

Habiendo pues recapitulado todo en sí, también recapituló nuestra lucha contra el enemigo; ha provocado y vencido a aquel que desde el principio nos había hecho cautivos en Adán, y ha quebrantado con el pie su cabeza como en el Génesis Dios dijo a la serpiente: «Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la suya, éste observará tu cabeza y tú observarás su talón» (Génesis 3:15). Desde entonces el que habría de nacer de la mujer virgen según la semejanza de Adán, se preanuncia que estará observando la cabeza de la serpiente… Porque el enemigo no sería justamente vencido si el que lo venciese no fuese un hombre nacido de mujer. Porque por una mujer había dominado sobre el hombre y se había opuesto desde el principio al hombre. Por eso el Señor mismo se confiesa Hijo del Hombre, para recapitular en sí a aquel hombre viejo del cual él mismo se hizo creatura mediante la mujer; para que así como por un hombre vencido nuestra raza descendió hasta la muerte, así también por un hombre victorioso ascendamos a la vida; y como la muerte recibió la palma contra nosotros por un hombre, así también nosotros por un hombre recibamos la palma contra la muerte.
Pero el Señor no habría recapitulado en sí aquella antigua enemistad cumpliendo la promesa del Demiurgo y ejecutando su mandato, si hubiese provenido de otro Padre. Mas siendo el mismo quien al principio nos plasmó y que al final envió al Hijo, el Señor ejecutó su precepto «nacido de mujer» (Gálatas 4:4) destruyendo a nuestro adversario y perfeccionando al hombre según la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Y por eso no lo destruyó de otra manera sino mediante las palabras de la Ley, usando como ayuda el precepto del Padre para destruir y refutar al ángel apóstata… (Ireneo - 180 d.C.)  

Jesucristo nuestro Señor… al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. (Ireneo - 180 d.C.)  

Y porque, envueltos todos en la creación originaria de Adán, hemos sido vinculados a la muerte, por causa de su desobediencia, era conveniente y justo que, por obra de la obediencia de quien se hizo hombre por nosotros, fueran rotas las [cadenas] de la muerte. Y porque la muerte reinaba sobre la carne, era preciso que fuera abolida por medio de la carne, y que el hombre fuera liberado de su opresión. El Verbo se hizo carne (Juan 1:14) para destruir por medio de la carne el pecado que por obra de la carne había adquirido el poder, el derecho de propiedad y dominio; y para que no existiese más entre nosotros. Por esta razón Nuestro Señor tomó una corporeidad idéntica a la de la primera criatura para luchar en favor de los primogénitos y vencer en Adán a quien en Adán nos había herido. (Ireneo - 180 d.C.)  

Y así como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y, precipitado, murió, así también, reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la Palabra de Dios, recibió él en el hombre nuevamente reavivado, por medio de la vida, la vida. Pues el Señor vino a buscar la oveja perdida, es decir, el hombre que se había perdido. De donde no se hizo el Señor otra carne, sino de aquella misma que traía origen de Adán y de ella conservó la semejanza. Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen [Eva], deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia. El pecado cometido a causa del árbol fue anulado por la obediencia cumplida en el árbol, obediencia a Dios por la cual el Hijo del hombre fue elevado en el árbol, aboliendo la ciencia del mal y aportando y regalando la ciencia del bien. El mal es desobedecer a Dios; el bien, en cambio, es obedecer. (Ireneo - 180 d.C.)  

Así pues, por la obediencia a que se sometió hasta la muerte, pendiente del madero, destruyó la desobediencia antigua cometida en el árbol… (Ireneo - 180 d.C.)  

Para cumplir las promesas y recapitularlas en Sí mismo con el fin de restituirnos la vida, el Verbo de Dios se hizo carne por el ministerio de la Virgen, a fin de desatar la muerte y vivificar al hombre, porque nosotros estábamos encadenados por el pecado, y destinados a nacer a través del régimen del pecado y a caer bajo el imperio de la muerte… Dios Padre, por su inmensa misericordia, envió a su Verbo creador, el cual, venido para salvarnos, estuvo en los mismos lugares, en la misma situación y en los ambientes donde nosotros hemos perdido la vida. Y rompió las cadenas que nos tenían prisioneros. Apareció su luz e hizo desaparecer las tinieblas de la prisión y santificó nuestro nacimiento y abolió la muerte, desligando aquellos mismos lazos en que nos habían encadenado. (Ireneo - 180 d.C.)
 
 

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