lunes, 7 de diciembre de 2015

Hermenéutica


Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas. (Justino Mártir - 160 d.C.)  

Una mente sana y religiosa que ama la verdad, sin peligro alguno pone la capacidad que Dios concedió a los seres humanos al servicio de la ciencia, y con un constante estudio podrá progresar en su conocimiento de las cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día suceden ante nuestros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura tratan en forma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos ambiguos: quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben explicar las parábolas de modo semejante. (Ireneo - 180 d.C.)  

Teniendo, pues, la Regla misma de la verdad y un claro testimonio de Dios, no podemos abandonar el conocimiento cierto y verdadero sobre Dios, por cuestiones desviantes en otras y otras interpretaciones… Si aun entre las cosas creadas algunas son accesibles sólo al conocimiento de Dios, y otras también pueden caer bajo nuestra ciencia, ¿qué dificultad hay si en las cuestiones de la Escritura, siendo éstas espirituales, averiguamos unas cosas con su gracia y otras las dejamos a Dios…
Por consiguiente, si por los motivos que acabamos de exponer dejamos a la ciencia de Dios ciertas cuestiones, mientras conservamos la fe, podemos vivir seguros y sin peligros. De este modo toda la Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas las cosas. (Ireneo - 180 d.C.)  

Por eso debemos dejar a la ciencia de Dios muchas de estas cuestiones, como el Señor le dejó el día y la hora. Correríamos el más grande peligro si a Dios nada le dejamos, aunque hemos recibido de él sólo en parte esta gracia, cuando investigamos las cosas que nos superan y que por ahora no nos es posible descubrir. Pero caer en tan grande osadía que fosilicemos a Dios, que presumamos de haber descubierto lo que no hemos descubierto… (Ireneo - 180 d.C.)  

Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? (Ireneo - 180 d.C.)  

Por eso el profeta Daniel decía: «Oculta las palabras y sella el libro hasta el tiempo final, hasta que muchos aprendan y se cumpla lo que saben. Pues, cuando la persecución haya llegado a su fin, se sabrán todas estas cosas» (Daniel 12:4,7). Y Jeremías dice: «Estas cosas se comprenderán al final de los tiempos» (Jeremías 23:20). En efecto, cualquier profecía es para los seres humanos enigmática y ambigua hasta que se cumple; mas cuando llega el tiempo y sucede lo profetizado, entonces se pueden explicar las profecías claramente.
Por eso aun en nuestros tiempos lo que se lee en la Ley les parece una fábula a los judíos. Es que no tienen aquello que lo explica todo, como es lo que toca a la venida del Hijo de Dios hecho hombre. En cambio para los cristianos, cuando lo leen, se convierte en el tesoro escondido en el campo, revelado y explicado por la cruz de Cristo, que les da inteligencia a los seres humanos y muestra la sabiduría de Dios; también manifiesta las Economías en favor de los hombres, prefigura el Reino de Cristo y anuncia de antemano la heredad de la Ciudad Santa… Por consiguiente, si alguien lee las Escrituras como acabamos de explicar -así como Cristo enseñó a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos, mostrándoles a partir de las Escrituras que «era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y así entrara en su gloria», «y en su nombre se predicara el perdón de los pecados en todo el mundo» (Lucas 24:26, 46-47)-, llegará a ser un perfecto discípulo, como aquel «padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (Mateo 13:52). (Ireneo - 180 d.C.)  

Los que sabemos bien que el Salvador no dice nada de una manera puramente humana, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas con una sabiduría divina y llena de misterios, no hemos de escuchar sus palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia, hemos de intentar encontrar y comprender su sentido escondido. En efecto, lo que el mismo Señor parece haber expuesto con toda simplicidad a sus discípulos no requiere menos atención que lo que les enseñaba en enigmas; y aun ahora nos encontramos con que requieren un estudio más detenido, debido a que hay en sus palabras una plenitud de sentido que sobrepasa nuestra inteligencia... Lo que tiene más importancia para el fin mismo de nuestra salvación, está como protegido por el envoltorio de su sentido profundo, maravilloso y celestial, y no conviene recibirlo en nuestros oídos de cualquier manera, sino que hay que penetrar con la mente hasta el mismo espíritu del Salvador y hasta lo secreto de su mente... (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)  

Volvamos a nuestra discusión acerca del principio de que lo más originario es lo verdadero, y lo posterior es lo falso… (Tertuliano - 197 d.C.)

 

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