Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas. (Justino Mártir - 160 d.C.)
Una mente sana y religiosa que ama la verdad,
sin peligro alguno pone la capacidad que Dios concedió a los seres humanos al
servicio de la ciencia, y con un constante estudio podrá progresar en su
conocimiento de las cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día
suceden ante nuestros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura
tratan en forma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos
ambiguos: quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben
explicar las parábolas de modo semejante. (Ireneo - 180 d.C.)
Teniendo, pues, la Regla misma de la verdad y un
claro testimonio de Dios, no podemos abandonar el conocimiento cierto y
verdadero sobre Dios, por cuestiones desviantes en otras y otras
interpretaciones… Si aun entre las cosas creadas algunas son accesibles sólo al
conocimiento de Dios, y otras también pueden caer bajo nuestra ciencia, ¿qué
dificultad hay si en las cuestiones de la Escritura, siendo éstas espirituales,
averiguamos unas cosas con su gracia y otras las dejamos a Dios…
Por consiguiente, si por los motivos que
acabamos de exponer dejamos a la ciencia de Dios ciertas cuestiones, mientras
conservamos la fe, podemos vivir seguros y sin peligros. De este modo toda la
Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las
interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las
diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas
las cosas. (Ireneo - 180 d.C.)
Por eso debemos dejar a la ciencia de Dios
muchas de estas cuestiones, como el Señor le dejó el día y la hora. Correríamos
el más grande peligro si a Dios nada le dejamos, aunque hemos recibido de él
sólo en parte esta gracia, cuando investigamos las cosas que nos superan y que
por ahora no nos es posible descubrir. Pero caer en tan grande osadía que
fosilicemos a Dios, que presumamos de haber descubierto lo que no hemos
descubierto… (Ireneo - 180 d.C.)
Entonces, si se halla alguna divergencia aun en
alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más
antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la
doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si
los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario
seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron
las Iglesias? (Ireneo - 180 d.C.)
Por eso el profeta Daniel decía: «Oculta las
palabras y sella el libro hasta el tiempo final, hasta que muchos aprendan y se
cumpla lo que saben. Pues, cuando la persecución haya llegado a su fin, se
sabrán todas estas cosas» (Daniel 12:4,7). Y Jeremías dice: «Estas cosas se
comprenderán al final de los tiempos» (Jeremías 23:20). En efecto, cualquier
profecía es para los seres humanos enigmática y ambigua hasta que se cumple;
mas cuando llega el tiempo y sucede lo profetizado, entonces se pueden explicar
las profecías claramente.
Por eso aun en nuestros tiempos lo que se lee en
la Ley les parece una fábula a los judíos. Es que no tienen aquello que lo
explica todo, como es lo que toca a la venida del Hijo de Dios hecho hombre. En
cambio para los cristianos, cuando lo leen, se convierte en el tesoro escondido
en el campo, revelado y explicado por la cruz de Cristo, que les da
inteligencia a los seres humanos y muestra la sabiduría de Dios; también
manifiesta las Economías en favor de los hombres, prefigura el Reino de Cristo
y anuncia de antemano la heredad de la Ciudad Santa… Por consiguiente, si
alguien lee las Escrituras como acabamos de explicar -así como Cristo enseñó a
los discípulos, después de resucitar de entre los muertos, mostrándoles a
partir de las Escrituras que «era necesario que el Cristo padeciera todas estas
cosas y así entrara en su gloria», «y en su nombre se predicara el perdón de
los pecados en todo el mundo» (Lucas 24:26, 46-47)-, llegará a ser un perfecto
discípulo, como aquel «padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y
viejas» (Mateo 13:52). (Ireneo - 180 d.C.)
Los que sabemos bien que el Salvador no dice
nada de una manera puramente humana, sino que enseña a sus discípulos todas las
cosas con una sabiduría divina y llena de misterios, no hemos de escuchar sus
palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia,
hemos de intentar encontrar y comprender su sentido escondido. En efecto, lo
que el mismo Señor parece haber expuesto con toda simplicidad a sus discípulos
no requiere menos atención que lo que les enseñaba en enigmas; y aun ahora nos
encontramos con que requieren un estudio más detenido, debido a que hay en sus
palabras una plenitud de sentido que sobrepasa nuestra inteligencia... Lo que
tiene más importancia para el fin mismo de nuestra salvación, está como
protegido por el envoltorio de su sentido profundo, maravilloso y celestial, y
no conviene recibirlo en nuestros oídos de cualquier manera, sino que hay que
penetrar con la mente hasta el mismo espíritu del Salvador y hasta lo secreto
de su mente... (Clemente de Alejandría - 195 d.C.)
Volvamos a nuestra discusión acerca del principio
de que lo más originario es lo verdadero, y lo posterior es lo falso… (Tertuliano
- 197
d.C.)
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