viernes, 15 de diciembre de 2023

Ignacio a los efesios

Ignacio, que también se llama Teoforo, a la Iglesia que está en Éfeso, en Asia, muy bienaventurada, siendo bendecida en la grandeza y plenitud de Dios Padre, y predestinada desde antes del principio de los tiempos, para que sea siempre para una gloria perdurable e inmutable, estando unida y elegida mediante la verdadera pasión por la voluntad de Dios Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador: Abundante felicidad por Jesucristo, y su gozo inmaculado.

I. He conocido vuestro tan deseado nombre en Dios, que habéis adquirido por el hábito de la justicia, según la fe y el amor en Cristo Jesús nuestro Salvador. Siendo imitadores de Dios hacia el hombre, y estimulándoos por la sangre de Cristo, habéis cumplido perfectamente la obra que os correspondía. En efecto, al oír que yo venía atado desde Siria por causa de Cristo, nuestra común esperanza, confiando por vuestras oraciones en que se me permitirá luchar contra las fieras en Roma, para que así, por el martirio, pueda llegar a ser verdaderamente discípulo de Aquel "que se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios" [Ef. 5:2], vosotros os apresurasteis a verme. Siendo así que en el nombre de Dios os he recibido a todos vosotros en la persona de Onésimo, cuyo amor sobrepasa toda expresión, y que es vuestro obispo, a quien os ruego por Jesucristo que améis, y que procuréis todos ser como él. Bendito sea Dios, que os ha concedido en conformidad con vuestros merecimientos, obtener tan excelente obispo.

II. En cuanto a mi consiervo Burrhus, vuestro diácono ante Dios y bendito en todo, ruego que continúe intachable para el honor de la Iglesia y de vuestro bendito obispo. También Crocus, digno tanto de Dios como de vosotros, a quien he recibido como manifestación de vuestro amor hacia mí, me ha refrescado en todas las cosas, y "no se ha avergonzado de mi cadena", como también lo refrescará el Padre de nuestro Señor Jesucristo; junto con Onésimo, y Burrhus, y Euplus, y Fronto, por medio de los cuales os he contemplado a todos vosotros con los ojos del amor. Que siempre tenga gozo de vosotros, si en verdad soy digno de ello. Conviene, pues, que glorifiquéis en todo a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, para que por una obediencia unánime "estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo sentir, y que todos habléis lo mismo acerca de lo mismo" [1 Cor. 1:10] y que, sometidos al obispo y al presbítero, seáis santificados en todos los aspectos.

III. No os doy órdenes, como si fuera persona de gran importancia. Porque, aunque estoy atado a su nombre, todavía no soy perfecto en Jesucristo. Pues ahora comienzo a ser discípulo, y os hablo como a mis consiervos. Porque me fue necesario ser amonestado por vosotros en la fe, la exhortación, la paciencia y la longanimidad. Pero como el amor no me permite callar con respecto a vosotros, me he encargado primero de exhortaros a que corráis juntos conforme a la voluntad de Dios. Porque aún Jesucristo hace todas las cosas según la voluntad del Padre, como Él mismo declara en cierto lugar: "Hago siempre lo que le agrada" [Jn 8:29] Por tanto, también a nosotros nos corresponde vivir según la voluntad de Dios en Cristo, e imitarle como Pablo. Porque, dice él, "Sed imitadores de mí, como yo de Cristo" [1 Cor. 11:1].

IV. Por lo cual conviene que también vosotros corráis juntos conforme a la voluntad del obispo que por designación de Dios os gobierna. Lo cual por cierto hacéis vosotros mismos, instruidos por el Espíritu. Porque vuestro justamente reconocido presbiterio, digno de Dios, se ajusta tan exactamente al obispo como las cuerdas al arpa. Así, unidos en concordia y amor armonioso, del cual Jesucristo es el Capitán y Guardián, vosotros, hombre por hombre, os convertís en un solo coro; para que, conviniendo juntos en concordia, y obteniendo una perfecta unidad con Dios, seáis en verdad uno en sentimiento armonioso con Dios Padre, y su amado Hijo Jesucristo nuestro Señor. Porque, dice Él, "Concédeles, Padre Santo, que así como Tú y yo somos uno, ellos también sean uno en nosotros" [Jn 17:11-12]. Es, pues, provechoso que vosotros, unidos a Dios en una unidad irreprensible, sigáis el ejemplo de Cristo, de quien también sois miembros.

V. Pues si yo, en este breve espacio de tiempo, he gozado de tal comunión con vuestro obispo -me refiero no a la meramente humana, sino a la espiritual-, ¡cuánto más os considero felices a vosotros, que tanto dependéis de él como la Iglesia del Señor Jesús, y el Señor de Dios y su Padre, para que así todas las cosas concuerden en unidad! Que nadie se engañe a sí mismo: si alguno no está dentro del altar, está privado del pan de Dios. Porque si la oración de uno o dos posee [Mt 18:19] tal poder que Cristo está en medio de ellos, ¡cuánto más la oración del obispo y de toda la Iglesia, ascendiendo en armonía hasta Dios, prevalecerá para la concesión de todas sus peticiones en Cristo! Por tanto, el que se separa de los tales y no se reúne en la asamblea donde se ofrecen sacrificios y con "la Iglesia de los primogénitos cuyos nombres están escritos en los cielos", es un lobo con piel de oveja [Mt 7:15], aunque presenta una apariencia apacible. Tened cuidado, amados, de estar sujetos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Porque el que se sujeta a éstos, obedece a Cristo, que los constituyó; pero el que desobedece a éstos, desobedece a Cristo Jesús. Y "el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" [Jn 3:36]. Porque el que no obedece a sus superiores es seguro de sí mismo, pendenciero y orgulloso. Pero "Dios", dice la Escritura "resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" [Prov. 3:34; Sant. 4:6; 1 Pe. 5:5]; y "Los soberbios han transgredido en gran manera". El Señor dice también a los sacerdotes: "El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a mí me oye, oye al Padre que me envió. El que os desprecia, a Mí me desprecia; y el que a Mí me desprecia, desprecia al que Me envió".

VI. Por tanto, cuanto más veáis callado al obispo, tanto más lo reverenciáis. Porque debemos recibir a todo aquel a quien el Señor de la casa envía para que esté sobre su casa, como lo haríamos con Aquel que lo envió. Es evidente, por lo tanto, que debemos mirar al obispo como miraríamos al Señor mismo, estando, como está, delante del Señor. Porque "corresponde al hombre que mira atentamente a su alrededor, y es activo en sus negocios, estar delante de los reyes, y no estar delante de hombres perezosos". Y ciertamente el mismo Onésimo alaba mucho vuestro buen orden en Dios, que todos vivís según la verdad, y que ninguna secta tiene morada entre vosotros. Ni tampoco escucháis a nadie más que a Jesucristo, el verdadero Pastor y Maestro. Y sois, como os escribió Pablo, "un cuerpo y un espíritu, por cuanto también habéis sido llamados en una misma esperanza de la fe” [Ef. 4:4]. Puesto que también "hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, y por todos, y en todos” [Ef. 4:5-6]. Tales sois, pues, vosotros, habiendo sido enseñados por tales instructores, Pablo el portador de Cristo, y Timoteo el más fiel.

VII. Pero algunas personas muy despreciables tienen la costumbre de llevar el nombre de Jesucristo con malvada astucia, mientras practican cosas indignas de Dios, y sostienen opiniones contrarias a la doctrina de Cristo, para su propia destrucción, y la de aquellos que les dan crédito, a quienes debéis evitar como a las bestias salvajes. Porque "el justo que los evita se salva para siempre; pero la destrucción de los impíos es repentina y motivo de regocijo" [Prov. 10:25; 11:3]. Porque "son perros mudos, que no pueden ladrar" [Isa. 56:1], locos de rabia, y que muerden en secreto, contra los cuales debéis estar en guardia, puesto que trabajan bajo una enfermedad incurable. Pero nuestro Médico es el único Dios verdadero, el Inengendrado e inaccesible, el Señor de todo, el Padre y Engendrador del Hijo unigénito. Tenemos también como Médico al Señor nuestro Dios, Jesús el Cristo, el Hijo unigénito y Verbo, antes de que el tiempo comenzara, pero que después se hizo también hombre, de María la virgen. Porque "el Verbo se hizo carne" [Jn 1:14]. Siendo incorpóreo, estuvo en el cuerpo; siendo impasible, estuvo en un cuerpo pasible; siendo inmortal, estuvo en un cuerpo mortal; siendo vida, se sujetó a la corrupción, para librar nuestras almas de la muerte y de la corrupción, y para sanarlas y devolverles la salud, cuando estaban enfermas por la impiedad y las malas apetencias.

VIII. No dejéis, pues, que nadie os engañe, como en verdad no sois engañados; porque sois enteramente devotos de Dios. Porque cuando no hay en vosotros ningún deseo malo que pueda contaminaros y atormentaros, entonces vivís de acuerdo con la voluntad de Dios, y sois los siervos de Cristo. Echad fuera lo que os contamina, vosotros que sois de la santísima Iglesia de los Efesios, tan famosa y celebrada en todo el mundo. Los carnales no pueden hacer lo espiritual, ni los espirituales lo carnal; así como la fe no puede hacer las obras de la incredulidad, ni la incredulidad las obras de la fe. Pero vosotros, llenos del Espíritu Santo, nada hacéis según la carne, sino todo según el Espíritu. Estáis completos en Cristo Jesús, "que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los creyentes" [1 Tim. 4:10].

IX. Sin embargo, he oído de algunos que han pasado entre vosotros, sosteniendo la perversa doctrina del espíritu extraño y maligno; a los cuales no dejasteis entrar para que sembraran su cizaña, sino que tapasteis vuestros oídos para que no recibierais el error por ellos proclamado, como persuadidos de que ese espíritu que engaña al pueblo no habla las cosas de Cristo, sino las suyas propias, pues es un espíritu mentiroso. Pero el Espíritu Santo no habla sus propias cosas, sino las de Cristo, y eso no de sí mismo, sino del Señor; como también el Señor nos anunció las cosas que recibió del Padre. Porque, dice Él, "la palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me envió" [Jn 14:24]. Y dice del Espíritu Santo: "No hablará de sí mismo, sino lo que oiga de mí" [Jn 16:13]. Y dice de sí mismo al Padre: "Te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste; he manifestado tu nombre a los hombres" [Jn 17:4, 6]. Y del Espíritu Santo: "Él me glorificará, porque recibe de lo mío" [Jn 16:14]. Pero el espíritu de engaño se predica a sí mismo, y habla sus propias cosas, porque busca agradarse a sí mismo. Se glorifica a sí mismo, porque está lleno de arrogancia. Es mentiroso, fraudulento, tranquilizador, adulador, traidor, rapsoda, trivial, inarmónico, verboso, sórdido y timorato. De su poder os librará Jesucristo, que os ha fundado sobre la roca, como piedras escogidas, bien aptas para el divino edificio del Padre, y que sois elevados a lo alto por Cristo, que fue crucificado por vosotros, sirviéndoos del Espíritu Santo como de una cuerda, y siendo sostenidos por la fe, mientras sois exaltados por el amor de la tierra al cielo, caminando en compañía de los que son inmaculados. Porque dice la Escritura: "Bienaventurados los del camino puro, los que andan en la ley del Señor” [Sal. 119:1]. Ahora bien, el camino es infalible, a saber, Jesucristo. Porque, dice Él, "Yo soy el camino y la vida". Y este camino conduce al Padre. Porque "nadie viene al Padre, sino por mí" [Jn 14:6]. Bienaventurados, pues, vosotros que sois portadores de Dios, portadores de espíritu, portadores de templo, portadores de santidad, adornados en todo con los mandamientos de Jesucristo, siendo "real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios" [1 Pe. 2:9], por cuya causa me regocijo sobremanera, y he tenido el privilegio, por medio de esta epístola, de conversar con "los santos que están en Éfeso, los fieles en Cristo Jesús" [Ef. 1:1]. Me regocijo, pues, por vosotros, porque no prestáis atención a la vanidad, y no amáis nada según la carne, sino según Dios.

X. Y orad sin cesar en favor de los demás hombres; porque hay esperanza del arrepentimiento, para que lleguen a Dios. Porque "¿no puede levantarse el que cae, y volver el que se extravía?" [Jer. 8:4]. Permitid, pues, que sean instruidos por vosotros. Sed, pues, vosotros los ministros de Dios, y la boca de Cristo. Porque así dice el Señor: "Si sacareis lo precioso de lo vil, seréis como mi boca" [Jer. 15:19]. Sed humildes en respuesta a su ira; oponed a sus blasfemias vuestras fervientes oraciones; mientras ellos se extravían, manteneos firmes en la fe. Conquistad su temperamento áspero con gentileza, su pasión con mansedumbre. Porque "bienaventurados los mansos" [Mt 5:4]; y Moisés fue manso sobre todos los hombres [Núm. 12:3]; y David fue sumamente manso [Sal. 131:2]. Por lo cual Pablo exhorta como sigue: "El siervo del Señor no debe contender, sino ser manso para con todos, apto para enseñar, paciente, instruyendo con mansedumbre a los que se oponen" [2 Tim. 2:24-25]. No tratéis de vengaros de los que os injurian, porque dice la Escritura: "Si yo devolví mal al que estaba en paz conmigo" [Sal. 7:4]. Hagámoslos hermanos con nuestra bondad. Pues decid a los que os aborrecen: Vosotros sois nuestros hermanos, para que el nombre del Señor sea glorificado. E imitemos al Señor, "que cuando fue injuriado, no volvió a injuriar" [1 Pe. 2:23]; cuando fue crucificado, no respondió; "cuando padeció, no amenazó" [1 Pe. 2:23]; sino que oró por sus enemigos: "Padre, perdónalos; no saben lo que hacen" [Lc 23:34]. Si alguno, cuanto más perjudicado está, más paciencia muestra, bienaventurado es. Si alguno es defraudado, si alguno es despreciado, por el nombre del Señor, verdaderamente es siervo de Cristo. Cuidaos de que no se encuentre entre vosotros ninguna planta del diablo, porque tal planta es amarga y salada. "Velad y sed sobrios" [1 Pe. 4:7], en Cristo Jesús.

XI. Los últimos tiempos han llegado. Tengamos, pues, un espíritu reverente y temamos la longanimidad de Dios, no sea que despreciemos las riquezas de su bondad y paciencia [Rom. 2:4]. Porque, o temamos la ira venidera, o amemos el gozo presente en la vida que ahora es; y que nuestro gozo presente y verdadero sea sólo éste: ser hallados en Cristo Jesús, para que vivamos verdaderamente. No desees en ningún momento ni siquiera respirar separado de Él. Porque Él es mi esperanza; Él es mi jactancia; Él es mi riqueza inagotable, por cuya causa llevo conmigo estas cadenas desde Siria hasta Roma, estas joyas espirituales, en las que puedo ser perfeccionado por vuestras oraciones, y llegar a ser partícipe de los sufrimientos de Cristo, y tener comunión con Él en su muerte, su resurrección de entre los muertos y su vida eterna [Fil. 3:10]. Que pueda yo alcanzar esto, para que me encuentre en la suerte de los cristianos de Éfeso, que siempre han tenido relación con los apóstoles por el poder de Jesucristo, con Pablo, Juan y Timoteo, los más fieles.

XII. Sé quién soy y a quién escribo. Soy el insignificante Ignacio, que tengo mi suerte con los que están expuestos al peligro y a la condenación. Pero vosotros habéis sido objeto de misericordia y estáis establecidos en Cristo. Yo soy uno entregado a la muerte, pero el menor de todos los que han sido cortados por causa de Cristo, "desde la sangre del justo Abel" [Mt 23:35] hasta la sangre de Ignacio. Vosotros sois iniciados en los misterios del Evangelio con Pablo, el santo, el mártir, en cuanto que fue "vaso escogido" [Hch 9:15]; a cuyos pies seré hallado, y a los pies de los demás santos, cuando llegue a Jesucristo, el cual siempre se acuerda de vosotros en sus oraciones.

XIII. Tened, pues, cuidado de reuniros a menudo para dar gracias a Dios y manifestar su alabanza. Porque cuando os reunís frecuentemente en el mismo lugar, los poderes de Satanás son destruidos, y sus "dardos encendidos" [Ef. 6:16] que incitan al pecado caen sin efecto. Porque vuestra concordia y armoniosa fe prueban su destrucción, y el tormento de sus ayudantes. Nada es mejor que la paz que es según Cristo, por la cual toda guerra, tanto de espíritus etéreos como terrestres, llega a su fin. "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados y potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” [Ef. 6:12].

XIV. Por tanto, no se os ocultará ninguno de los ardides del diablo, si, como Pablo, poseéis perfectamente esa fe y ese amor hacia Cristo [1 Tim. 1:14] que son el principio y el fin de la vida. El principio de la vida es la fe, y el fin es el amor. Y estas dos cosas, estando inseparablemente unidas, perfeccionan al hombre de Dios, mientras que todas las demás cosas que se requieren para una vida santa siguen después de ellas. Nadie que haga profesión de fe debe pecar, ni nadie que tenga amor debe odiar a su hermano. Porque Aquel que dijo: "Amarás al Señor tu Dios", dijo también: "Y a tu prójimo como a ti mismo" [Lc 10:27]. Los que profesan ser de Cristo son conocidos no sólo por lo que dicen, sino por lo que practican. "Porque por el fruto se conoce el árbol" [Mt 12:33].

XV. Es mejor para un hombre callar y ser cristiano, que hablar y no serlo. "El reino de Dios no es de palabra, sino de poder" [1 Cor. 4:20]. Los hombres "creen con el corazón, y confiesan con la boca", lo uno "para justicia", lo otro "para salvación" [Rom. 10:10]. Es bueno enseñar, si el que habla también actúa. Porque el que a la vez "hace y enseña, éste será grande en el reino" [Mt 5:19]. Nuestro Señor y Dios, Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, primero hizo y luego enseñó, como lo atestigua Lucas, "cuya alabanza está en el Evangelio por todas las Iglesias” [2 Cor. 8:18]. No hay nada que esté oculto al Señor, sino que nuestros mismos secretos están cerca de Él. Hagamos, pues, todas las cosas como quienes le tienen a Él habitando en nosotros, para que seamos sus templos [1 Cor. 6:19], y Él esté en nosotros como Dios. Que Cristo hable en nosotros, como lo hizo en Pablo. Que el Espíritu Santo nos enseñe a hablar las cosas de Cristo de la misma manera que Él lo hizo.

XVI. No erréis, hermanos míos. Los que corrompen familias no heredarán el reino de Dios [1 Cor. 6:9-10]. Y si los que corrompen las familias humanas son condenados a muerte, ¡cuánto más sufrirán castigo eterno los que tratan de corromper la Iglesia de Cristo, por la cual el Señor Jesús, el unigénito Hijo de Dios, soportó la cruz y se sometió a la muerte! Cualquiera que, "engordando" [Deut. 32:15] y "haciéndose grosero", menosprecie Su doctrina, irá al infierno. De la misma manera, todo aquel que ha recibido de Dios el poder de distinguir, y sin embargo sigue a un pastor torpe, y recibe una opinión falsa por la verdad, será castigado. "¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas, o Cristo con Belial? ¿Qué parte tiene el creyente con el infiel, o el templo de Dios con los ídolos?” [2 Cor. 6:14-16] Y de la misma manera digo yo: ¿Qué comunión tiene la verdad con la mentira, o la justicia con la injusticia, o la verdadera doctrina con la falsa?

XVII. Con este fin el Señor permitió que el ungüento fuera derramado sobre Su cabeza, para que Su Iglesia pudiera exhalar inmortalidad. Porque dice la Escritura: "Tu nombre es como ungüento derramado; por eso te han amado las vírgenes; te han atraído; al olor de tus ungüentos correremos en pos de ti" [Cant. 1:3-4]. Que nadie sea ungido con el mal olor de la doctrina del príncipe de este mundo; que la santa Iglesia de Dios no sea llevada cautiva por su astucia, como lo fue la primera mujer. ¿Por qué, como dotados de razón, no actuamos sabiamente? Habiendo recibido de Cristo, e injertada en nosotros la facultad de juzgar acerca de Dios, ¿por qué caemos precipitadamente en la ignorancia? y ¿por qué, por descuido de reconocer el don que hemos recibido, perecemos neciamente?

XVIII. La cruz de Cristo es ciertamente un tropiezo para los que no creen, pero para los creyentes es la salvación y la vida eterna. "¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el disputador?" [1 Cor. 1:20] ¿Dónde está la jactancia de los que se llaman poderosos? Porque el Hijo de Dios, que fue engendrado antes de los tiempos y estableció todas las cosas según la voluntad del Padre, fue concebido en el seno de María, según el designio de Dios, de la simiente de David y por el Espíritu Santo. Porque dice la Escritura: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emanuel” [Isa 7:14; Mt 1:23]. Nació y fue bautizado por Juan, para ratificar la institución encomendada a aquel profeta.

XIX. Ahora bien, la virginidad de María fue ocultada al príncipe de este mundo, así como su descendencia y la muerte del Señor; tres misterios de renombre, que se realizaron en silencio, pero que nos han sido revelados. Una estrella brilló en el cielo por encima de todas las que la precedieron, y su luz era inefable, mientras que su novedad asombraba a los hombres. Y todas las demás estrellas, con el sol y la luna, formaban un coro a esta estrella. Superaba a todas ellas en brillo, y se sintió agitación por saber de dónde procedía este nuevo espectáculo. De ahí que la sabiduría mundana se convirtiera en locura; el conjuro se vio como algo insignificante; y la magia se volvió completamente ridícula. Toda ley de maldad se desvaneció; la oscuridad de la ignorancia se dispersó; y la autoridad tiránica fue destruida, Dios manifestándose como hombre, y el hombre mostrando poder como Dios. Pero ni lo primero era una mera imaginación, ni lo segundo implicaba una humanidad desnuda; sino que lo uno era absolutamente cierto, y lo otro un arreglo económico. Ahora bien, aquello recibió un principio que fue perfeccionado por Dios. A partir de entonces todas las cosas estaban en estado de tumulto, porque Él meditaba la abolición de la muerte.

XX. Estad firmes, hermanos, en la fe de Jesucristo, y en su amor, en su pasión y en su resurrección. Reuníos todos en común, y en su nombre, por la gracia, en una sola fe en Dios Padre, y en Jesucristo su Hijo unigénito, y "primogénito de toda criatura" [Col. 1:15], pero de la simiente de David según la carne, estando bajo la guía del Consolador, en obediencia al obispo y al presbiterio con mente indivisa, partiendo un mismo pan, que es la medicina de la inmortalidad, y el antídoto que nos impide morir, sino un remedio purificador que aleja el mal, que hace que vivamos en Dios por medio de Jesucristo.

XXI. Mi alma sea por los vuestros y por los de ellos que, por el honor de Dios, habéis enviado a Esmirna; desde donde también os escribo, dando gracias al Señor, y amando a Policarpo como a vosotros. Acordaos de mí, como también se acuerda de vosotros Jesucristo, que es bendito por los siglos de los siglos. Orad por la Iglesia de Antioquía, que está en Siria, de donde soy conducido a Roma, siendo el último de los fieles que están allí, que aún han sido considerados dignos de llevar estas cadenas para honra de Dios. Que os vaya bien en Dios Padre y en el Señor Jesucristo, nuestra esperanza común, y en el Espíritu Santo. Que os vaya bien. Amén. Que la gracia esté con vosotros.

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